jueves, 22 de febrero de 2018

“APUNTES DE BALÓN”



"Dios bendiga a quien haya  inventado el fútbol"
Paolo Rossi
          He trepado a mi  torreón imaginario, para  juguetear con mi memoria  y escribir lo que aconteciera  aquella tarde ya lejana del 06 de octubre de 1995 y compartirlo con ustedes mis amables lectores, espero que el vuelo sea lo suficientemente  empinado y me ayude a registrar  con claridad  lo ocurrido en  aquel octubre huarino de amaneceres limpios e inquietantes y de primaveras en flor:  Por aquellos años, las tensiones políticas habían afectado  y minado considerablemente  la paz ciudadana y el Perú, en su conjunto,  se desangraba  en  un rio  turbulento y  fratricida cuyas riadas  también tiñeron de sangre los predios de nuestra provincia. En una tarde de agosto huarino, polvorienta,  de vientos frenéticos y  sementeras baldías; y  cuando la ciudad con su calmo caminar y  su plaza mayor, más hermosa que la actual  que más parece un descampado y desolado espacio, carente de los atributos esenciales que  estas ágoras poseen y trascienden en  las ciudades, como la nuestra, llenas de historias y leyendas y glorias mil.  Encontrándome ahí,   en la  primera esquina,  luego de asistir a una sesión de consejo, comentando asuntos de interés  con algunos amigos,  nos juntamos nuevamente con  algunos regidores de la comuna y minutos después con el   alcalde Héctor Flores Leiva que dirigiase a su domicilio luego de   abandonar el recinto municipal.  Ahí, en  la tienda de la esquina, nos tomamos una gaseosa en fraternal y amical conversa, lejos de las tensiones que acarrean los debates, sean estos políticos o vecinales. La proximidad de las fiestas de octubre  concita afanes y preocupaciones  de  funcionarios y también de las autoridades y en especial edilicias, de manera que el tema de la conversa giró en torno de aquello. El alcalde, según nos comentó, ya  tenía en mente algunas actividades que los propondría en la próxima sesión de consejo. Una de ellas, era  invitar a personalidades distinguidas de la provincia y de la Región y condecorarlos por sus valiosos servicios prestados a la cultura local, regional y nacional, la “Pastorita huaracina” y Teófilo Maguiña, encabezaban la lista. La idea  la acogimos con simpatía y respeto por tratarse de dos símbolos culturales de Huari y de Ancash.  Sin embargo,  falta algo, pensé en mi fuero interno,  y propuse   como una idea nacida en el  momento,  para redondear  el pensado homenaje, invitar al “Granítico” Héctor Chumpitaz, fue una idea del momento, como soñando,  impulsado por mi gusto  y pasión por el fútbol y además como integrante  de la  “Comisión de  Cultura y Deporte”.  La iniciativa o sugerencia  fue acogida con simpatía por el burgomaestre, creo que le entusiasmó y  ofreció  conversar  con la Corporación Backus  y solicitarle el auspicio de tan ilustre presencia, las  gestiones no tardaron en dar sus frutos, no sólo se  consiguió la presencia del “Capitán de América”, sino  también , de los ex mundialistas de “México 70” y “Argentina 78”, todos ellos agrupados en la “Peña de los Jueves”
     Aquella noticia, me la comentó el alcalde a manera de primicia,  la misma  que recibí con alegría,  agradeciéndole sus buenos oficios y su interés.  No obstante, al correr el reguero de aquel anuncio, ésta  generó  entusiasmo  pero también  incredulidad en algunos que luego se disiparía  al salir el programa general y anunciarse, para el día 06 de octubre de 1995, el gran encuentro de fútbol entre “Los ex mundialistas” y “Las viejas glorias del fútbol huarino”.  Así  se gestó  y así comenzaba  la historia de uno de los acontecimientos más importantes del fútbol huarino. Las retinas de nuestro pueblo olvidado se abrirían para recibir la luz de aquella constelación de estrellas futboleras de la época dorada  de nuestro balompié, cuyo palmarés insuperable registra, nada menos,  que tres citas mundialistas y la “Copa América” de 1975. 
                El 06 de octubre, muy temprano, Huari recibía,  entre fulgurantes rayos solares de primavera,  a los ilustres invitados liderados, como en los viejos tiempos,  por Don Héctor Chumpitaz, “El Granítico” o “Capitán de América”, como gusten nombrarlo o recordarlo.  La comuna huarina se vestía de gala y el pueblo paralizado en emociones  se desvivía en hospitalidad, cariño y gratitud. Allí estaban  recorriendo las calles de Huari, derrochando sencillez  y humildad: Hugo “El Cholo” Sotil,   “El Doctor” Eloy Campos, “Calidad” Risco, “El muerto” Gonzales, Andrés Zegarra, “La Bruja” Bonelli, Juan José  Oré, el “Chevo” Acasuzo, César Adriazola, entre los más destacados. Parte de la leyenda del fútbol peruano honraba a nuestra vieja ciudad  y a su gente. Nunca antes ocurrió aquello, el brillo sagrado de los gladiadores de mil “batallas",  gloriosas  e irrepetibles, levantaba  fulgores de emoción, y sus calidades  de buenas personas se equilibraban y complementaban  con la inmensidad de su calidades deportivas. Jugadores irreprochables dentro y fuera de la cancha.
                El honorable ayuntamiento huarino  me había  conferido el privilegio de reseñar la trayectoria deportiva y homenajear al gran “Capitán de América” en el solemne evento de condecoración, de manera  que consideré necesaria  hacer un aparte  y  conversar con él.  Emocionado  me dirigí al Restaurante de Amaranto donde desayunaban los ex seleccionados, ahí estaba el mítico futbolista  arropado por su esposa degustando el desayuno huarino, le  saludé  con sumo respeto y cariño, hice lo mismo con su amabilísima esposa,  le explique el motivo de mi  presencia -pedirle algunos datos relevantes de su frondosa biografía deportiva-  el que aceptó con la sencillez que distingue a los grandes. La confianza que me infundiera, propició una conversación similar a la de viejos conocidos. En verdad, no me era tan necesaria tal conversación, lo confieso ahora, si lo hice, fue  por una cuestión de orgullo y privilegio, para contarlo y ufanarme de aquello algún día. No era necesaria,  en el entendido  que la biografía de un deportista de la talla de él,  suele  navegar por todos los senderos de la patria y el Mundo y,  además,   sin falsas vanaglorias pertenezco a  esa legión de hinchas que durante  su niñez y adolescencia, paraba  prendido de  los  programas deportivos de la radio, y almacenó vasta información sobre el maravilloso universo del fútbol.
               La ceremonia de condecoración, presidida por el  burgomaestre huarino,  tuvo  diversos fulgores, los de la gratitud y  los  de la  memoria. El salón consistorial de nuestra municipalidad provincial se vestía, como pocas veces, de gala, de orgullo, y además dentro de un marco de emociones y afectos  unánimes. El alcalde provincial de entonces   entregaba   la medalla “Huari, Capital Ecológica del Perú”   a luminarias de las letras, del canto y del deporte: Héctor Chumpitaz, La “Pastorita Huaracina”, Teófilo Maguiña y Don Gustavo Carrión Zavala Fue una sesión memorable que  los anales de nuestra historia registraron para  evocarlo con orgullo y respeto. La concurrencia masiva dentro y fuera del recinto histórico, con la avidez incontenible de saludar a los homenajeados, pagaba con creces la formidable iniciativa y tan notable actividad. 
                El partido estaba programado para las tres de la tarde. Pocas veces vi al estadio de nuestro colegio, tan atiborrado de publicó, y como nunca las “populares” también, bautizados como tales a  las faldas aledañas al riachuelo de Virá. No era para menos ya que el gran encuentro se anunció también en los cercanos distritos de Chavín, San marcos, Masin y Rahuapampa cuyas muchedumbres se volcaron  al  viejo canchón de nuestro glorioso “González Prada”. La tarde agrisada y la lluvia amenazante no fueron óbices para coronar una tarde de glorias, de vítores y de anécdotas. La “oncena”  huarina, un combinado de viejas y jóvenes glorias de nuestro balompié local de entonces, sucumbió ante la calidad inconmensurable de los aún cuarentones y cincuentones mundialistas, indemnes  aún en sus  facultades, en su energía, en su arte y temperamento. Fue un magno espectáculo, una cátedra de fútbol, lo que  impartieron Chumpitaz y compañía; en un canchón  hostil, inadecuado para la práctica del futbol, se dieron maña para tocar la pelota con calidad y precisión, rotarla, acariciarla y regalar al respetable tremenda faena. No escatimaron nada, ni se quejaron de nada, ni siquiera de la lluvia, ni del lodo enojoso,  llegaron a alegrar a un pueblo que nunca imagino tenerlos en su casa.
                Recuerdo algunos pasajes  del partido, que valen para la reminiscencia eterna: Un balón despejado  a lo alto para disputarlo con el “Granítico”, al que  dudé si encararlo o no, finalmente desistí al intento  disuadido por su legendario y clásico  salto  a “doble ritmo”. Me detuve   complacido a escasos centímetros de él,  lo vi    elevarse como impulsado por un resorte para despejar el balón con pulcritud y precisión,  ante  mi íntimo regocijo y la   aclamación del respetable.  La pelota cerca al área nuestra,  el “Cholo” Sotil, que  recibe el balón,  la baja de pecho, levanta la cabeza entre la maraña de defensores, casi sin posibilidad de entregarla  al compañero,  inventa una genialidad,   toca la pelota, prácticamente la acaricia, la mima,  la roza y el balón tan obsecuente a la orden de los genios como él  parte  raudo  describiendo una trayectoria curvilínea cercana a los  noventa  grados, que descoloca  completamente a los marcadores y habilita al formidable Juan José Ore que  de un certero “cañonazo”  vence a nuestro buen arquero “Puruksa”, la ovación del respetable no se hizo esperar, el  gran “Cholo Sotil”  dejaba constancia de su extraordinaria calidad y  así, entre el júbilo del respetable y el cansancio a cuestas  pidió  su cambio y  se retiró como en sus viejos tiempos, como aquella  tarde del 5 a 0  en el “Santiago Bernabéu” cuando el Barcelona le infringió al Real Madrid   tamaña goleada  a domicilio, corrían los últimos minutos   del primer tiempo.  No obstante a toda esa gama de toques, gambetas, paredes y genialidades, si  hay una jugada que  se recuerda  con admiración  y suele  evocarse con hilaridad, es el  carrerón  de  Andrés Zegarra, exactamente  por el flanco izquierdo pegada a la tribuna,  dejando regado  a Oriol Asencios, nuestro  marcador izquierdo,   a quien  el ex ariete blanquiazul superaba en edad  por cerca de dos décadas. El intento infructuoso  de alcanzarlo y el estilo zigzagueante  de la saeta  de ébano, aunque, siendo recuerdo, me  permiten “saborearlo” con agrado y fruición.
                Otros hechos, que no necesariamente tienen que ver, ni con el arte, ni con el pundonor deportivo,  se registraron aquella tarde memorable. La primera,  tiene que ver con el arbitraje: Carlos Huerta  “Millqui”  y  Rafael Pantoja “Cuchi Limeño”,  el primero, Juez de línea  y el segundo, Juez principal, jamás olvidarán el “recital de versos” que les propinara  Juan José Oré, quién al entender la supuesta  decisión equivocada de los dos jueces reaccionó de no muy buena forma, mereciendo el llamado de atención y el amago de una tarjeta amarilla. Sin embargo, al acercarse  a reclamarle,  sus finos olfatos de goleador impenitente, percibieron también el aroma inconfundible del tufo del réferi, coligiendo entonces  que aquél carecía de sobriedad  y no estaba capacitado para ni siquiera amonestarlo, enviándole  en el acto  al quinto infierno en una sucesión de recriminaciones, nada literarias, ni bíblicas. La  reacción airada y altisonante  del goleador  obligó a los jueces a  recurrir al “Granítico” solicitándole  que invite a su jugador a la mesura y el respeto, no obstante  y  casi simultáneamente el jugador de marras  la emprendió nuevamente  y  le sugirió  a su capitán oler  el “tufillo”  del árbitro para entender mejor las causas de su enojo (…)









jueves, 15 de febrero de 2018

RASTROS DE UN MAESTRO.

               
          "Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. "
Rubén  Alves
               Hace casi doscientos años Simón Bolívar, el gran libertador de América,   dirigió   una carta  a su Maestro Simón Rodríguez que la  Historia, memoria de la civilización,  rescató para la posteridad. En  uno de los  párrafos de aquella memorable misiva brilla   una magna sentencia: “Usted  formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”.  Efectivamente, los maestros  tienen esa magia, esa capacidad  formidable que el gran libertador  de américa  señalara con  sincero  y emotivo acento.
               Juan Demetrio Salas Reynoso, pertenece  a ese grupo privilegiado de Maestros   que se impregnaron  en el recuerdo agradecido  de sus discípulos y de los pueblos por donde, en periplo afanoso, pero alegre  transitaron   llevando y entregando la semilla del árbol frondoso de la esperanza  que al  fructificar   los nutrió  de  libertad, de justicia y verdad . Fue un  notable  Maestro huarino,  proveniente de las  canteras de la  Escuela Normal Mixta de Huari, institución cuyo filón dorado se proyectó por largos años y en diversas geografías, muchas de ellas recónditas y olvidadas, proyectando estelas de esperanza.  Los que tuvimos el privilegio de conocerlo de cerca  debido, en cierta forma,  a nuestra pertenencia  y    feliz extracción  de familias con troncos magisteriales coetáneos  suyos,  podemos dar fe de su solvencia profesional. En mi particular caso,  el haber sido  colega  de mi padre;  amigo y  cobarriano de mi madre me dan cierta autoridad  para  escribir sin que la subjetividad me insinúe  e invite a recorrer caminos del fácil y cómodo encomio.  Además,  debo decir, por feliz coincidencia  laboré,  como él,   en la escuela de Ampas  y en la vieja “Prevuchi”, hoy Virgen de Fátima.  En Ampas, comunidad de gente  con  almas buenas  supe de su  rastro y paso triunfal como docente y como director; de su siembra fecunda  y de sus resonantes triunfos que honraron  hasta el cenit  la noble profesión de maestro.  Pulverizó la adversidad y se erigió como uno de los referentes  de aquella legión de maestros inolvidables en la memoria de aquella  comunidad. En ocasiones  escuché  pronunciar su nombre con cariñoso y agradecido acento, y cuando esto ocurre se convierte en el mejor de los homenajes que supera  a cualquier condecoración  oficial o formal porque viene de los directamente involucrados  que suelen atestiguar  y valorar con la  mente  y el corazón. No es tarea  fácil incrustarse  en la memoria y en el corazón de una comunidad,   pues ello implica  un conjunto de responsabilidades  y cualidades propias de  un líder social por excelencia como lo es el maestro de escuela, implica solvencia intelectual, ascendencia, disciplina   y una amalgama de virtudes  que sirven de enlace con  los directamente   involucrados.
              Su impronta, su rastro indeleble en los seductores espacios de la docencia, sirvió también  de  inspiración para las nuevas generaciones de maestros provenientes de las canteras del Instituto Superior Pedagógico de Huari, quienes , durante la práctica  docente, recibieron sus enseñanzas y sabios consejos:  Músico, declamador, actor reconocido. El arte en sus venas y su  sensibilidad, dos condiciones sine qua non  para todo aquel  que se considere maestro; y  un detalle adicional y  descollante en su personalidad que amerita destacar en esta hora de homenaje; Su altivez en el verbo y su orgullo  inocultable de ser Maestro en sintonía con el pensamiento de José Antonio Encinas Franco  y su afirmación apodíctica: “El más alto cargo que un ciudadano puede desempeñar en una democracia es el de maestro de escuela”.  Esa actitud  y ese orgullo  debiera acompañar a todo aquel que se  precie de ser maestro;  ni las postergaciones, ni los olvidos del estado y los gobiernos de turno deben minar la altivez de su función docente y de su liderazgo. Asó fue en vida Juan Demetrio, arropado de un legítimo orgullo, respetado, considerado y seguramente hoy mañana  y siempre evocado por sus hazañas de amigo, de  docente , de ciudadano, de bohemio y de declamador efusivo.
            Fue integrante del legendario “Conjunto Musical Flor de Waganku”, actor en las veladas literario musicales de la mejor época del teatro huarino,  y declamador de polendas. Las puestas en escena de memorables  piezas teatrales  tuvieron, en él,  a su acostumbrado protagonista.   El viejo “Cine parroquial” y el  “Salón  de actos”  de la “Prevocacional”, fueron testigos de aquellas faenas inolvidables donde los ecos sonoros de su estentórea voz remecían el auditórium  y se filtraban además fuera del recinto en noches de luna insondable.  
             Su periplo docente lo condujo  a  la  legendaria “Prevuchi”, como el solía nombrar con  cariñoso y respetuoso acento a la hoy Institución Educativa “Virgen de Fátima” de Huari, en donde además cursó su educación primaria de la mano de su entrañable Maestro Glicerio Trujillo Agüero. En esta institución educativa, decana de las escuelas  de nivel primaria  de Conchucos, fue docente  y luego de unos años  fue también su director. Su desempeño profesional  brilla en la memoria de sus alumnos, de sus colegas, padres de familia y comunidad en general.
(Artículo  publicado en la  revista "SENTIMIENTO CONCHUCANO" ) 


      

martes, 6 de febrero de 2018

El cénit de mi infancia




"Todo es ceremonia en el jardín salvaje de la infancia"
Pablo Neruda

          Alguna vez,  la novelista  española Ana María Matute escribió:  “A veces la infancia es más larga que la vida”. Y cuánta razón tiene  porque ella, la infancia,   asoma  en cada pan que comemos, en cada aroma  que inspiramos , en  los  afectos que recibimos y ofrecemos, en las miradas y reencuentros más emotivos,  en las auroras  y crepúsculos que disfrutamos, en las imágenes más tiernas y también en la dureza de la vida  con sus golpes y sus llantos.  Asoma la infancia  con sus ojos de bien, con su  corazón  palpitante y  ávido de afecto  y su pensamiento  vasto y viajero. 
El cénit de mi  infancia, el final de aquel  conjunto de estribos de desarrollo  comprendido entre el nacimiento y la adolescencia o pubertad,  fue el año promocional de mi educación primaria, hace ya cuarenta años  exactamente, cuando junto a mis treinta y seis  compañeros descendimos del vagón  alegre  y  bullicioso, luego de un viaje lleno de embarques y desembarques,  de sueños, desafíos  y fantasías, también de  esperas y despedidas, para ingresar  en otro tren igual de alegre, pero además,  enredado, lleno de  dudas y tormentas,  con amores y desamores como es el tránsito de la  adolescencia,  cófrade inseparable de la educación secundaria.   Aquel diciembre de hace cuarenta años,  ha vuelto   a pasear por mis recuerdos y el  vagón  volvió a rugir como en aquellos  maravillosos años.
            Mi aula,, que  llevaba el nombre del más  insigne rebelde de la América hispana: “Túpac Amaru II” cuyo retrato presidía a todo aquel  conjunto de murales  que adornaba  el inolvidable  recinto, estaba ubicado al final de la primera mitad (inferior) del pabellón Este de  la "Escuela Prevocacional", hoy “Virgen de Fátima”,  separado por unas breves escalinatas de seis  peldaños de la otra mitad (superior) de aquel pabellón,  en los que solíamos jugar  la “Rayuela”  y saltar en alegre competencia  intentando   ganar de un solo tranco la mayor cantidad de peldaños. Mi salón tan alegre ya cogedor  exhibía, además  de Túpac Amaru,  dos murales impresionantes   cuyas siluetas, armonías y colores  los recuerdo nítidamente: El de Alfonso Ugarte,  arrojándose al inmenso océano  y el de José Olaya Balandra, encadenado,  con su rostro cetrino e inmensamente digno rumbo al paredón. Todos los días los contemplaba con reverencia y admiración, al tiempo de repasar la frase escrita en la pared de enfrente con letras doradas y grandes: “LA VIRTUD ES UN TESORO MÁS DURADERA QUE EL ORO".
         Mi aula, mis compañeros  y mis maestros, que fueron dos durante aquella lejana y larga  estancia en la legendaria “Prevuchi”, hoy han recobrado  el brío  y la  alegría  en mi memoria, en mi  retina y en mi corazón. Mi aula, por las razones que detallé en el párrafo anterior; mis compañeros, porque con muchos de ellos transitamos además los peldaños ulteriores de nuestra formación básica. Mis dos maestros dije,  el  primero de ellos Néstor Sotelo Agüero  que nos condujo con paciencia, esa virtud  cardinal que la filosofía enseña desde la época de los grandes pensadores griegos y que es concomitante a la noble  labor docente, le distinguía sobremanera. Lamentablemente, una  considerable lesión durante un partido sabatino de  basquetbol  fue la causante de su partida sin retorno,  reemplazándolo en breves semanas  el Prof. Gerardo Noel Dextre  con el que terminamos la primaria. 
 El Profesor Gerardo Noel Dextre, a quién  en breves semanas le bautizamos con el simpático, hilarante  y mil veces pronunciado  apelativo de “Dos Shapritas” debido a su frondoso y notorio mostacho, se caracterizaba, como la inmensa mayoría  de maestros de la época,  por su seriedad, su elocuencia,  pulcritud en el vestir y su férrea disciplina. Además, mi maestro, brillaba por  sus inopinados  chispazos de hilarantes ocurrencias y anécdotas que, de cuando en cuando,  rompían la monotonía y el sosiego  o desasosiego de las clases.  Era  también,  como  la gran mayoría de aquellos maestros de la vieja hornada, laborioso  exponente   de lo  que  nuestro  ilustre decimista Don Nicomedes Santa Cruz  retrató en su memorable poema  “La Escuelita”  con su  “a  cocachos aprendí…”.   En el particular caso de mi recordado maestro los cocachos tenían la calidad de sonoros, intimidantes,  aunque poco  disuasivos,  que le obligó,  más adelante,  a  proveerse de un puntero de “lloque” bien labrado,  templado y  dorado  al horno, cuyos ojos (Ñawis) cual púas amenazantes  invitaban a la compostura y el “buen comportamiento.  Sin embargo en su estreno inesperado, el flamante “lloque” se partió en dos cuando en uno de los recreos, aprovechando su ausencia, dos de los nuestros se liaron a golpes. Un furibundo “llocaso”, esquivado por uno de aquellos, mandó a la tumba al soñado cancerbero antes de su oficial “estreno”  
Hoy, al escribir  esta mal hilvanada  crónica,  me he inclinado  con reverencia al recuerdo de mi infancia y le he agradecido a Dios  por esos  años maravillosos, por ser tan  generoso  con  nosotros  y  permitirnos cosechar en adelante afectos, sentimientos  y triunfos en los espacios que el  devenir  nos asignó; y mantener  flameando en lo alto los valores que nuestros  padres y maestros  nos inculcaron y que tánto nos sirvieron y sirven aún  para seguir edificando  nuestras y vidas y, dios mediante, se conviertan algún día en nuestro  máximo legado.  Asimismo, han vuelto en un rapto de jubilosa ilusión  los rostros de mis pequeños camaradas, el recuerdo de cada uno de los espacios de  aquel recinto inexistente hoy: de su  raído patio de mil batallas, de  la  piscina aromada de multitudes, de los juegos infantiles  con sus columpios y trompos incansables, del palto  frondoso  con  sus  amicales brazos  y agradables frutos, de  la efigie del cóndor altivo enmarañada de flores,   de  los murales y mosaicos  firmados por un tal Inchicaque  Quiñones, del salón de actos amplio y confortable  para la época,  donde al ingresar  solía atraer nuestra  atención la silueta del gran "Cantinflas" pintada espléndidamente en el frontis de la puerta de entrada.  
             Hincado y con reverencia he retornado  a esa "verdadera patria  que tenemos los hombres” como bien define  Rainer Maria Rilke a la infancia;  a los  peloteos en el viejo canchón al que acudíamos después de la salida, pequeños aún, con Martín Salas,  Ronald Espinoza y Manuel Ortega, entre otros;  mi primer poema titulado  "A Jorge Chávez"  declamado en una ceremonia  donde mi maestro fue el disertante “No hay historia más bella que su historia, cruzó los Alpes en veloz carrera…”;  el  estreno del dúo de quenas más precoz de la ciudad, junto a mi primo y compañero de aula Valeriano (hoy Javier) Sandoval Salazar,  interpretando la danza el “Obrajino” y asociado a este memorable momento el   violín ruinoso y apolillado  de mi amigo “Iscu Pedro” que  envuelto en un costalillo percudido, voluntarioso él,  lo trajera desde su "Buenos Aires querido" (Cushin)  para  reforzar a nuestra tierna estudiantina  que había clasificado  para la  siguiente etapa de los concursos "INKARI.
Al ver la fotografía, que preside esta crónica de afectos, remembranzas y  también añoranzas,  que mi hermano Michel logró  tomar, a mi expreso pedido,  de la vasta  galería de mi escuela primaria   con la anuencia de mi amigo y colega Juvenal Acuña, el pasado diciembre,  me  he situado entre la alegría y la  tristeza  y he   intentado con relativo éxito   ubicar y reconocer a mis compañeros de aula,  auxiliado, claro está, por mi complaciente memoria, hurgando  en el baúl del recuerdo he dado con sus pueriles y  cándidas fisonomías. Cuarenta años después, nosotros los de entonces, ya no somos los mismos. Ahí están los fácilmente reconocibles: Martín Salas “Wiquito”, Róger Carrasco “Chucru”,  Roger Huerta “Chumpi”,  Percy Sotelo “Wicsu”, Alejandro Córdova “Shapo”, Guillermo Santiago “Pachón”, Aniceto Jara “Chino”, Manuel Valle “Nauly”,  Octavio Asencios “Yana caya”, Wicsu Pedro, Medino Santiago “Zapa”,  César Zelaya,  Saturnino Acuña “Alaj Shatu”, Roger Acuña,  Leoncio Cochachín “Unchu”,  Moisés Valverde, Rosendo Mory “Cachaco”,  Capistrano Jara “Capi”,  Andrés Espinoza “Icsi “, Damián “Cashita”. Ya no están  los que emigraron a Lima antes de concluir la primaria   Ronald Espinoza,  Hugo Sotelo y  Jorge Rondón “Coqui”, los dos últimos al terminar el quinto de primaria. El reconocerme  no fue tarea difícil por un "detalle inolvidable": Aquella mañana de la toma promocional le pedí a mi hermano Gino que me  recortara   el cabello  de la parte frontal, sin embargo "se le fue la mano" y me arruinó la fisonomía dejando despejada mi amplia frente y sin remedio alguno. Lo que vino después fueron lloriqueos, reproches y puñetazos, etc. etc. No obstante de lo ocurrido,  los consuelos y alientos  de mi madre me convencieron para asistir al referido evento fotográfico.
       Finalmente,  mi homenaje a mis compañeros que volaron a la eternidad: Elmer Sotelo (+),  Homero Valencia (+) y  Carlos Anaya (+)  y a mi maestro Gerardo Noel Dextre. Ellos recobran vida cada vez que abrimos  las compuertas del pasado y serán eternamente  la tierna  compañía de nuestros más preciados recuerdos de niño. Amén.



TOMA PROMOCIONAL
Con mi cabello estropeado ¡Años maravillosos!