“los
grandes bailarines no son geniales por su técnica, son geniales por su
PASIÓN"
Martha Graham
Cuando, los ”Caballeros de Huari”, irrumpen a ese
espacio entrañable que los huarinos hemos
ideado y construido en Bocanegra y que,
cual nave sideral, posee la magia
de transportarnos al universo vital, de nuestra infancia y
mocedad, llamado Huari, pareciera que ingresáramos a una burbuja para luego levitar al ritmo de sus encantos coreográficos y acústicos. Los viriles acordes de la caja y el pincullo, junto al singular cascabeleo, se esparcen en el
recinto y los corazones parecen latir al compás de su tañer alegre y bullanguero. La suscitación de emociones, en el gentío
alborotado, tiene su rudimento en la lejanía de nuestra existencia, mora en lo
más recóndito de nuestra memoria. Por
ello, no resulta difícil inferir y concluir que:
“Todo huarino baila el Huaridanza” ya
sea desde el vientre maternal o desde la niñez. Sin
embargo, dentro de ese gran
conglomerado y multitud
inconmensurables, existen los
predestinados e iluminados que
marcaron época. “Dinastías” cuyo
abolengo ornó vastos ciclos de la historia nuestra. Allí están los Pukutainos con su
abanderado el "Gran Josafat” , los Valle de ·”Ura barrio” con su legendarios “Cupi” y hermanos , los Yanacanchinos con Matilde Trujillo, Julián Valle y los
Asencios con su barco insignia
Agliberto: el más grande bailarín de los últimos tiempos.
En todo ámbito o parcela de la vida, quién cruza los
linderos de lo normal, de lo regularmente establecido, sea en
el deporte, la música, la literatura o
el arte en general, se interna en los
dominios del Olimpo, lugar reservado
para los predestinados y elegidos. Uno
de aquellos, es Agliberto Asencios
Valencia ¡Qué duda cabe caray¡ Bailarín
de pletórica maletera y prolijo repertorio que, no sólo, encandila y deleita , sino, que además invita a la reverencia. Verlo danzar es un
deleite que atrapa con su
gallardía, elegancia y sincronía. No hay espacio para la distracción mas si, para la admiración y el regocijo. Cambia de
ritmo, de espacio, de bravura súbitamente, refulge cual esplendor de las luces y avellanas de octubre.
Ofrenda sus sinuosos movimientos ora, a
la “Mama Huarina”, ora a su patrón “San
Bartolo” y, como nadie, a sus gatillinyas que se cuentan
por centenares y miles. Cuánta verdad entraña el epígrafe que encabeza y adorna este breve homenaje cuando afirma que "los grandes bailarines son geniales fundamentalmente por su pasión". Uno de aquellos es, exacatamente, Agliberto. Decidores son sus lágrimas preñadas de emoción y alegría, y su proclama de insondable significado ¡Allaw mi markallá!
¡Loor a este bailarín de estirpe! que ha empinado nuestro orgullo más arriba de
la mole de “Tukuwaganga” y del “pukutay”. Loor a su casta protagónica de los últimos decenios, que junto a sus hermanos Javier, Lucho, Eleazar y “Chapla”
Macshi, conforman un quinteto de antología que, para los más acuciosos
entendidos, constituye lo más destacado
de las últimas tres décadas. Y
bendecidos nosotros que aún podemos disfrutar
de su arte danzarín, de su genio innato, de su inspiración y estilo inigualable, que sólo la pródiga naturaleza puede reinventar, de tiempo en tiempo, para ofrecernos
en sorbos burbujeantes de huarinismo para escanciarlo con deleite. Loor a los cultores de todos los tiempos y espacios, de lo que consideramos, con justa razón, uno de nuestros
más preciados bienes y valores culturales, cabal expresión de nuestros sentimientos y emociones.
Lima, 31 agosto de 2014