sábado, 30 de mayo de 2015

“Macuayonga”: Despojos de años dorados

          

“Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”
Chavela Vargas
         ¡¡Aparece "Macuayonga"¡¡ Vieja hacienda de propiedad de  Jorge Bromley, un  caballero de origen inglés y  obstinado buscador de minas. Fue, según refirióle mi tío Wenceslao Avendaño a mi padre, el descubridor del emporio Antamina y que lo perdiera, después, por no pagar algún impuesto que la ley obligaba.   Compró la hacienda, según díjole mi tío,  por su ubicación privilegiada y su clima envidiable, en donde  dedicó su esfuerzo a la crianza de miles y miles de cabras. Le contó también, a manera de  anécdota, que por aquellos años debido a la dificultad de arrear su rebaño,  amaestró a su fiel  sabueso para que,  con sus agudos ladridos , llamara  al orden y convocara al rebaño que, obediente, descendía desde lo más alto de la colosal  mole,  hacía su majada. 
          Ahí esta la vieja hacienda abandonada , con su  famélica belleza y  consabida silueta, orillada por el río Mosna, tributario del Puchca y del Marañón, y custodiada  por gigantescas moles que se alzan cual muros invencibles hacia el Oeste del apacible lugar. Aparece en instancias del raudo trajín del  bus que, ora rumbo a Huari, ora rumbo a nuestros ocasionales destinos, desplázase  por la maltrecha carretera que atraviesa el margen opuesto de aquel bucólico paraje. Ahí está,  aún atrayendo miradas, comentarios  y suscitando  nostalgias. Están sus espaciosos solares, con sus ahora mudos corredores, sus  poyos vacíos extrañando las conversas diarias. Están los  horcones de  maderos hercúleos sosteniendo estoicos los aleros y el tejado, donde en mejores tiempos flameaban las “huayuncas” o mazorcas de maíz.  Y abajo, de la vieja hacienda y de la maltrecha carretera, se avista el precario y estrecho  puente de atractivo y singular  perfil, imposible de ser ignorado, colgando encima de un  estrecho recodo del Mosna, puente que en otrora transitaron orondos y poderosos hacendados  y  cuadrillas de peones  y jornaleros con sus afanes y  aflicciones a cuestas. Ahí está  la vieja hacienda de lindos amaneceres, afanosos y laboriosos días, de noches de ensueño, que hoy  sabe a tiempo ido y donde sólo quedan plegarias de ánimas y  también  recuerdos
           Su ubicación perfecta invita a la imaginación, recordándome los viejos ranchos del oeste norteamericano, aquellos que veía de niño y adolescente en los largometrajes de los “setenta” y “ochenta”. Un lugar con todos los ingredientes para vivir en paz, alejado del ruido y las “tempestades” citadinas. ¡¡Ya me imagino sus amaneceres en el estío!!  Con cielo sereno y las  luces agonizantes  de las estrellas, mientras el manso Mosna canta su sinfonía eterna; con  lozanas  y doradas parcelas fructificando la siembra fecunda. ¡Monumento a la vida! Y en sus calmos contornos, en silencioso trance,  los hermosos venados alistándose para salir  a pacer la hierba fresca y  las bayas de árboles pequeños y arbustos oriundos de aquellos parajes andinos.  
           Imaginar también a la “mama quilla”, que en   noches silenciosas, en su nocturnal paseo por  su  milenaria  senda,  contemplando,  en  su lento vuelo,  la tranquila noche,  riega  las inmensidades andinas con su  fuego plateado . Imaginar   su puesta tras los riscos inmensos: Pura y altiva como las hostias indulgentes de los pecadores. Y tras los brazos generosos de los árboles y arbustos escuchar con inquietud  la lastimera plegaría de los cernícalos anunciando buenas y malas nuevas. Seguramente sea así, tal cual describe mi entender de migrante afincado en esta Lima de fortunas y miserias,   o sea mucho  más dulce y hermoso que mi nostálgica imaginación. Como bien me dijera Javier Morales Bromley,  hace algunos años, en un ejercicio retrospectivo doloroso durante una  charla  memorable, allá en nuestro Huari, recordando sus viejos años: “ En mis tiempos, el aire parecía más puro y en el celaje había más estrellas que nunca! -Añadiendo con resignación- Mira el cielo “Ni las estrellas escapan a la ruina de la vida, ahora hay menos que hace cincuenta años” ¿Qué tiempos aquellos verdad? preguntaba, intentando reconstruir el esplendor de antaño con las cenizas de sus nostalgias.
              ¿Acaso este lugar, de paso y vista obligada para los viajeros de Conchucos,  no ha  despertado interés   en sus dueños o en algún otro empresario  para PONERLO EN VALOR? ¿Acaso no hemos vivido boyantes años que nos permitan apostar por el turismo alternativo? Que pena que los "inversionistas" busquen pingües ganancias en la "cosa pública"  y no generen  proyectos innovadores.   Me refería Gino, el mayor de mis hermanos residente en Turín -Italia,  lo atractivo y   provechoso que resulta en el viejo continente, darle vida a este tipo de “recintos del pasado”  fomentando labores agropecuarias y promocionando nuestra artesanía. Finalmente una pregunta: ¿Qué destino tuvieron las viejas  haciendas administradas por  la Beneficencia Pública de Huari?   
Lima, 30 de mayo de 2015

                                                     

viernes, 29 de mayo de 2015

¡¡Para nunca olvidar...!!

¡Crónica jamás contada!

                      "La tragedia es una experiencia que ilumina el carácter." (Joyce Carol Oates) 
           Hace 17 años, siendo docente del Instituto Superior Pedagógico de Huari, visité el Pedagógico de Yungay. En los entretelones de aquella visita, gentilmente,  un colega me alcanzó esta crónica inédita, escrita por Juan Arteaga Losza, testigo de excepción de aquel aciago día. En momentos en que los peruanos nos preparamos para enfrentar con responsabilidad un eventual evento "megasísmico",  Estas líneas nos pueden servir para no olvidar que un día también el dolor y la desolación nos tocaron la puerta y por ende DEBEMOS ESTAR PREPARADOS:
       "En forma suscinta les voy a narrar, cómo me salvé de morir en este dantesco suceso; con el objeto de complacer la curiosidad de algunos amigos y familiares que no conocieron Yungay antes del 70, porque los que quedaron, los pocos yungainos ya van desapareciendo con el transcurso y peso de los años y llegará un día, quizás pronto, que muera el último testigo del antiguo Yungay.
        El sábado 30 de mayo, organizamos un baile social, los profesionales jóvenes , en el segundo piso del Palacio Municipal, la fiesta resultó un rotundo éxito, con mucha concurrencia. Ya, a las 5 de la mañana cuando terminó el baile , un grupo de amigos nos dirigimos al Club Social Yungay, que era exclusivamente para profesionales y socios de prestigio, el local guardaba en los altos de la casa del señor Samuel Huerta, a una cuadra de la plaza de armas bajando por el Jr. "9 de diciembre". En este recinto continuamos con la fiesta, como era domingo había tiempo, nos divertíamos entre libaciones y juegos (poker, dados y billar), sin la menor idea de la tragedia; unos se iban y otros llegaban (abogados, médicos, ingenieros, profesores, etc.) Hasta que llegó las 3 y 23 de la tarde, cuando comenzó el movimiento telúrico. Todos nos ubicamos en los umbrales de las ventanas y puertas; el movimiento adquirió mayor intensidad, toda la bóveda se vino abajo.
        La casa comenzó a bailar descontroladamente, no se derrumbó porque era una de las pocas casas de material noble. Todos aterrados queríamos bajar por el subidero que daba a la calle, pero al mismo tiempo, asustados rodamos unos sobre otros por las gradas y resultamos por fin en la calle , cada quien desesperadamente corría hacia su casa a ver a sus seres querido. En verdad les digo que la ciudad estaba en una danza macabra , las tejas volaban en bandadas , la tierra se entre abría enseñando sus feroces colmillos amenazantes, las paredes se cuarteaban , los cerros flameaban, la gente gritaba sin saber que rumbo tomar, el cielo se nubló con la polvareda , tanta queja, tanto dolor , tanta muerte ante la indiferencia de Dios, parece que estuvo ausente , no tuvo misericordia, ante tanto llanto.
       Yo pensé, como mucha gente , dirigirme a la plaza de armas, con la velocidad del rayo; pero mi intento quedó frustrado, por la lluvia de adobes que caían de las inmensas casas coloniales; entonces opté por correr por el mismo Jr. "9 de diciembre" hasta la pista , de la parte baja que conduce a Caraz , buscando un espacio amplio, en mi loca carrera me tropezaba con gente conocida, enredada con los alambres , aplastada por los postes , maderas, etc. pidiendo auxilio, pero dolorosamente me sentía impotente de prestarles ayuda, porque las fracciones de segundos no eran de perderlos.
      Corrí una cuadra , me detuve un instante, porque una casa se estuvo cayendo por pedazos , en eso observé un cuadro horroroso, dos chicas del colegio de mujeres estaban debajo de un balcón con maceteros, gritando ¡mamacita! . La casa era nueva de la familia Polo; como el terremoto estaba en su apogeo la casa se cayó y sepultó a las dos chicas, cortando sus gritos, solo quedaron sus manos libres que con ademanes pedían socorro, qué dolor no poderles auxiliar. En esos instantes se escuchó un ruido estremecedor indescriptible. Era el fin del mundo.
      El alud ingresaban ya a la plaza de armas, el terremoto se convirtió en un enemigo menor, ahora se venía un enemigo total, sin perdonar a nadie; emprendía mi carrera desesperado, ya no me interesaba la caída de los escombros, tal es así que me cayó un adobe en la espalda que casi me tumba y a mi atrás venía el recordado profesor Julio Vásquez, a él le cayó un adobe en la cabeza que le partió. Se levantó como pudo bañado en sangre, seguía caminando, venía en cámara lenta, como un espectro, posiblemente por ahí nomás sucumbió. Yo corría y corría, las posibilidades de salvarme eran nulas, había perdido mucho tiempo, pero corría a todo dar para alargar mi vida por unos segundos más; por que si me quedaba moría mas raudo. Como es que cuando se va morir se pone más lúcido, en esos instantes por mi cerebro pasaba toda la historia de mi vida , de mis familiares y al mismo tiempo iba pensando que actitud debería tomar para salvarme ¡Qué hacer!; en eso cuando ya me faltaba algunos metros para llegar a la pista distingo un auto que venía a toda velocidad , parece que aminoró la velocidad para no atropellar a las personas que desembocaban en la pista.
        Yo, en una actitud felina, con el impulso de mi carrera, me arrojé al auto, no me importaba a donde caer, por que estaba sentenciado a morir, pero mi instinto de conservación se impuso , mis manos lograron introducirse por la ventanilla delantera del auto, que estaba abierta y me aferré a la vida, agarrándome de los pantalones de la señorita Isabel Arias y fui arrastrado. Ella era por aquella ocasión Miss Ancash, conducía el auto de su señor padre Dr. Roberto Arias, habían estado en el cementerio tomando algunas vistas. Después de fracciones de segundo el alud pasaba acariciando la parte trasera del auto.
      Ya en la pista de Yungay Nuevo, buscamos cada uno nuestra ubicación en las faldas del cerro Atma, para pasar la noche, porque se oscureció tempranamente.
       Yo antes de tomar camino estaba trastornado, como un loco, no quería creer en los hechos del que fui testigo, me sentía muerto, me mordí la mano y al sentir dolor me convencía de que estaba con vida. Sólo yo me salvé de morir, de todos los asistentes al Club Social Yungay. Los días posteriores fueron de lágrimas y sufrimiento.

martes, 19 de mayo de 2015

Velada Cultural en el “Mollecito”



"Noche de otoño con remansos de ternura”
El sábado último, 16 de mayo, nuevamente “El Mollecito”  acogió bajo su fronda generosa a  los huarinos residentes en la ciudad de Lima. Lo hizo  con motivo de la presentación  del  poemario “Remansos de ternura”  del  destacado maestro y  escritor huarino Silvio Abelardo Huertas Asencios. Fue una noche de otoño de aquellas, una noche para recordar, no sólo por la importancia y  trascendencia  que entraña, en sí, un acontecimiento cultural, sino también por la carga emocional que imprimieron los actores de la  singular velada cultural.
La mesa de honor estuvo integrada por una pléyade de intelectuales huarinos: la   Dra. Hilda Vidal Vidal, el presidente de la  “Asociación Centro Representativo Huari” Prof. Humberto Lora Pardavé, el poeta Alcides Alvarado Huertas y el escritor Dr. Alberto Córdova Cadillo. Todos, además, comprometidos con el destino de  nuestra lejana  “Patria Chica”. La conducción del programa estuvo a cargo del siempre solvente y  elocuente  Dr. Carlos Trujillo Oliveros.
Dije, que fue una noche para recordar, por los detalles que imprimieron los organizadores y actores: La estupenda y magistral interpretación del tondero de antología “Malabrigo”   por  “Elenita” Huertas Zelaya, hija del autor, acompañado  por la guitarra de un inspirado  Víctor Hugo Huertas Zelaya, también hijo del autor, para finalmente cerrar la parte musical con la voz de Jorge Huerta Zelaya  interpretando un vals escrito en homenaje, justamente,  a su señor padre. La primera parte de la programación fue un auténtico “remanso de ternura”
La presentación del poemario estuvo a cargo de la Dra. Hilda Vidal Vidal, lo hizo con la sencillez y la simplicidad de los grandes.  Destacó la belleza  de los poemas, animándose a leer algunos versos con emotivo acento;  y se dio un tiempo para resaltar las calidades, del autor,  como ciudadano, maestro, periodista, en general, como ser humano valioso y trascendente.
La parte poética lo compartimos con el “Vallejiano” Rubén Valencia Lora que, motivado y emocionado, se animó a declamar dos poemas de nuestro vate universal César Vallejo, declamación que  emocionó a los presentes: Por mi parteofrecí los versos del poema “Gatillinya” de la pluma del también escritor y poeta Hugo Huertas Asencios. La solemnidad  del evento que contó con  tan   culto público en  una noche otoñal preñada de fraternidad,  acicatea a cualquier mortal amante de la poesía  a dar todo de sí.
Fue también una noche de homenaje y  de gratitud a un autor que contribuyó tanto  con la  cultura huarina. Las palabras  de  “Asheque” Córdova, de Lucho Rondón, de Alcides Alvarado  y Humberto Lora,  en torno a la vida y obra de Silvio Abelardo, sintonizaron, seguramente,  con el espíritu y el sentimiento de  la concurrencia.   
Las palabras del autor y homenajeado, además de agradecer a los presentes, sirvieron para reflexionar sobre la historia literaria de nuestra provincia. Rememoró  hechos,  títulos y autores de nuestro parnaso literario, fiel a su estilo, sin mezquindades  ni omisiones,   desde  las primeras décadas del siglo pasado,  hasta nuestros días. Finalemente, dirigió un mensaje, un encargo para las nuevas generacionesm de  que aún  queda mucho por hacer en términos de cultura.  .
Finalmente,”Huarilindo” expresa su más calida felicitación al autor  de “Remansos de ternura”, a su digna esposa Sra.  Dina Zelaya e hijos por, lejos del terruño que  los viera nacer, construir un auténtico reducto del huarinismo llamado “El Mollecito”   convertido, de un tiempo a esta éste,  en la  casa cultural  de los huarinos, solariego reducto donde se respira  huarinismo  y se  siente el latir cadencioso de nuestro lejano pueblo al que amamos tanto.
                                                                                                                
Abelardo Malqui Hidalgo