miércoles, 29 de julio de 2020

"TRIBUTO A UN PELOTERO"

 
 
      Alguna vez tuve alma de comunero y además bendecido por los Apus y por los “Curacas” del pueblo a los que solía saludar con reverencia e inclinarme ante las venerables ancianas y enhiestos comuneros de ese pueblo hospitalario llamado fácilmente “Ampas”. Gracias a mi estancia prolongada reafirmé mis convicciones sobre que la dignidad y la decencia no son patrimonios citadinos. Y que es fácil toparse, como en las sendas serpenteantes del “Mundo es Ancho y Ajeno”, con un Rosendo Maqui y su dignidad sideral junto a los suyos y multiplicados a lo largo de la sierra amiga e infatigable; y de cuando en cuando deleitarte con el tullido Anselmo eximio arpista y armar jarana en el afectuoso y ubérrimo “Bombon” cantera misteriosa de “humus”
    En ese pueblo hospitalario, cariñoso y mágico nació Maglorio Bazán Mendoza, futbolista que ya en vida se había aproximado a las estrechas moradas del mito y la leyenda. Le llamaba de cariño “Wicsusupi” y él sin asomo de remilgos festejaba y sonreía al escuchar su apelativo travieso e hilarante. Era un buen ser humano, no cabe duda.
     Mi más lejano recuerdo de este pelotero macizo y talentoso se remonta a finales de los años 70 cuando los ampasinos lo “repatriaban” para defender su divisa en los campeonatos “intercomunidades”. En verdad era un crack. Pude verlo en una final y fue un espectáculo y un deleite. Hizo goles de toda factura y con una calidad inusitada. Yo era aún pequeño y como me gustaba el futbol asistía, junto con mis amigos, a los partidos de aquel “futbol macho” donde se daban cita las “oncenas” de los centros poblados del distrito cercado.
    Fue además integrante de la selección del glorioso “González Prada” y alternó con jugadores de la talla de Carlos Huerta "Millqui", Juan Vidal, Otto Aguirre, Willy Toro, etc. Quienes lo vieron jugar en sus años de gloria recuerdan su afinada técnica y su versatilidad dentro del gramado de juego. Era un jugador orquesta que se acomodaba fácilmente en cualquier puesto, incluido el de arquero. Cuando, por fortuna, llegué a trabajar en Ampas conocí de cerca a su familia y  me hice amigo de sus hermanos, de uno en especial,  “don Diuñi”(+) -el papá de “Pacucho”-  un alumno con características especiales por su carisma y ocurrencias desbordantes. Además muchos de sus sobrinos fueron  mis alumnos y hoy por hoy son buenos profesionales. En las pocas oportunidades que volvía a la fiesta de su pueblo lo abordaba y conversábamos de la amistad y del fútbol haciendo versos libres con los recuerdos mutuos de glorias idas.
    El octubre pasado nos encontramos en el local de Bocanegra y conversamos algunos minutos. Me dio un gusto saludarle y abrazarle,  pues  su nobleza,  humildad  y  sencillez siempre me inspiraron un aprecio y estima especial.  Siendo dueño de un recorrido e  historia futbolera importante, aquellas aureola le hacían  todavía  mucho más grande.   Hoy, muy temprano, me llamó un ex alumno dándome la mala nueva de su partida y no podía creerlo. Infausta noticia que enluta  al futbol huarino y a su comarca entrañable  que le llora  a raudales. Desde esta ventana extiendo mis condolencias a sus seres queridos y  a todo el pueblo de Ampas al que recuerdo  y quiero. Que la partida de este  ex deportista innato no solo os  una en el dolor y el lamento, sino además los una  en el legitimo orgullo pueblerino. 
    Hasta la vista amigo Maglorio,  que tu viaje, hacia la dimensión ignota,  este presidido  por ángeles y querubines porque seres humanos nobles como tú  merecen ese premio.  Y al llegar al Olimpo, destino deseado y merecido para  las almas buenas,  recuerdes que algún escribidor citadino te recordó con afecto, leyó tu nombre en los senderos del tiempo y contempló tu imagen de espartano indomable ganándole a la muerte  en su postrera batalla como quien gana la inmortalidad. 
                                                                                                                        Lima, 29 de julio de 2020
     
    

domingo, 26 de julio de 2020

Mis primeros “cuarenta y cinco”


                 
“Los años enseñan muchas cosas que los días jamás llegan a conocer.”
Ralph Waldo Emerson
Muy temprano, despertóme mi querida esposa con un rico y caliente "Ponche de chicha”, chicha de jora que mis padres acompañaron a su siempre generosa encomienda, repleta de aromas y sabores huarinos; y mi hijo con un cariñoso beso, muy temprano, fuera de lo común, pues está de vacaciones y tiene licencia para prolongar sus sueños y dormir plácidamente, me entregó su pequeño regalo, tres pares de calcetines que los voy a necesitar en este invierno agrisado y frío.
El número "45" que es la edad que hoy cumplo, ha sido importante y concurrente en mi vida, por lo del fútbol que es una de mis pasiones y fue el medio que me permitió conocer ciudades y ganar amigos; y hoy metafóricamente, me permite reflexionar en voz alta y decir que el Primer Tiempo ha concluido.
No voy hacer ningún balance, pero si resaltar algunas jugadas y no pocos “goles que anoté” en la gran batalla de la vida: Mi mejor gol, mi querido hijo; la mejor jugada, el ganar el corazón de mi esposa y tenerla para siempre; El mejor pase gol, el que me llevó a ser maestro de escuela que es mi pasión eterna. Mi cuerpo técnico, sin lugar a dudas, mis adorados padres, aquellos que se batieron en la vida y nos dieron -a sus siete hijos- todo de para ser personas de bien; mis compañeros de equipo mis hermanos: Gino, Rucu, Miqui, Vlady, Michel y mi linda hermanita Pilar, etc. El mejor escenario donde alterné,  mi  tierra  linda,  Huari,  también Ampas  pueblito  andino  que  se encuentra burilado en mi mente y corazón; e Independencia, distrito limeño al que aprendí a conocerlo y quererlo que es el actual escenario donde trascurren mis días y noches de labor docente.
En este día, hay también espacio para el agradecimiento: Primero a Dios y a "Mama Huarina" que me permitieron vivir bajo su amparo y me regalaron pequeños dones con el que fui y soy inmensamente feliz: La docencia, la poesía, la música, el deporte me permiten decir sin asomo de soberbia ¡Gracias a la vida que me ha dado tanto! Siendo ese tanto la satisfacción, mas no la fortuna material que, como ustedes entenderán, para un esforzado maestro, suele ser una utopía. A mis padres que me regalaron la vida y a mis hermanos cuya compañía en el largo viaje, repletos dentro del amplio vagón familiar, con buen y mal tiempo, me hicieron llegar a buen Puerto y finalmente a mi esposa e hijo, razón de mis días e imprescindibles en mi existencia, por su  amor sin límites.
En cuanto a los goles que me anotaron, a las faltas que cometí y me cometieron, a las tarjetas amarillas y rojas, los guardo para mí, algo tiene debe quedar en mí, porque ningún hombre en la vida ha estado exento de ataques arteros, de zancadillas, envidias y maledicencias y, por qué no, de errores.
Apelo a la voluntad de Dios y aguardo con esperanza que el Segundo Tiempo sea s auspicioso y que, en esta avanzada, me acompañen los seres a quienes más amo y quiero en mi vida,  y si por ahí - que es lo más probable- ya no llego a concluir el Match, éste sea cumpliendo mi misión, dejar a mi equipo con el score asegurado.

Gracias.

26 de julio de 2010

jueves, 16 de julio de 2020

"Por los senderos del Carmen"

"La Virgen del Carmen junto a su morada "
        En los barrios bajos, tejidos con  fibras aceradas. en  los senderos que todo buen huarino  recuerda y evoca. Ahí mismo,  donde la leyenda y el mito se abrazan con la historia  de sus moradores le he   preguntado al viento  que levanta polvaredas en las horas jóvenes de la tarde ¿A dónde fueron  a morar los ecos de las tertulias que en mi feliz  niñez solía escuchar? Le he preguntado al cielo  despejado y bellamente azulejo  si vio pasar mis plegarias  de niño  alborozado  y  mozuelo atribulado. El cielo me ha respondido  que si,  y que  además  avistó desde el etéreo cenit  mis ojos henchidos de felicidad  y  esperanza.  Y el viento que  acostumbraba recibirme  con sus   hondas persistentes, cual niño  travieso invitándome a jugar con él , me ha dicho que  las tertulias de los viejos tiempos se han ido a posar  en el infinito  y que los despojos de sus protagonistas están abajo, en el campo santo,  y que preguntara  al sepulturero  sobre su destino final.
            He caminado en mis sueños por esos lares de mi niñez, y ese trance onírico me permitió reencontrarme con los recuerdos de  mis amigos de infancia y ancestros. También  en  cada piedra,  en cada  polvareda  y en los suspiros aromáticos de los árboles y maizales que custodian las cementeras y huertos  aledaños de los entonces dispersos solares,   reconocer  los  efluvios  de un tiempo  lejano y feliz.
 Recordé el perfumado aroma de la tierra al llegar la lluvia, aquello  que suelo extrañar en esta Lima plúmbea y áridamente hostil.  Ha sido un reencuentro sin parangón, un abrazo  con mi propia biografía, con mi esencia de huarino  militante y  orgulloso  que tuvo  la fortuna de ver la luz  del día por  feliz alumbramiento de una bella carmelitana, mujer que me enseñara  a rezar al Dios único  y venerar a la “Virgen del Carmen”, patrona de su Barrio querido.
Caminé como en los viejos tiempos, como  cuando bajaba a casa de mis abuelos maternos.  Y mis ojos, surcando raudos el espacio entrañable,  buscaron sin fortuna  a Richard, Unchu, Gino,  Gloria, “Ñahuish Bola” y "Catamona".  También a mis tías  Filly, Manuelita, Sixta y Zoraida. He caminado sin prisa y distendido.  Al  llegar  a la vera del tortuoso y breve caminito que se descuelga de la casa de  mis abuelos maternos me he  detenido para  observar con reverencia al “Tío Bizcochito” que sentado en su estoico poyo, erosionado por el viento  , el tiempo y la lluvia,  descansa pensativo y sus ojos parecen perderse en  el cielo,  escudriñando las nubes espectrales como queriéndole  sustraer  alguna “filigrana” para sus trabajos venideros. La suave brisa arrecia de cuando en cuando. Las casas dispersas, que trascienden   paz  y  quietud,  me ven pasar con indiferencia. Sólo “Perlita”, la pequeña mascota de mi infancia, me da la bienvenida  jugueteando  y moviéndose cual bailarina de ballet ofréceme  su compañía ¡Vamos “Perlita”¡ la he arengado con emocionado y cariñoso acento.
En su pétrea morada, donde  el rumor de los caminantes,  en perfecto dueto con el arrullo eterno de los ríos, es melodía tierna y eterna, me espera “Mama Carmelita”. Entiendo y vislumbro  que será un recuentro filial inolvidable y  largamente esperado por mí.  Mientras avanzo se me avecina el recuerdo de algunos  rostros que acompañaron mi niñez en ese afectuoso tramo: “Chumpi”, la ilustre “Madana” de Navidad,  “Wiru Chupa”, el  polifacético mayordomo de las fiestas del pueblo,  “Tubish”  el matarife,  dueño y señor de las “cuchicancas” y “chicharrones” y la indómita  pueblerina a la  que le gritábamos “Pancusiqui”  ante su fastidio visceral   y que solía subir de Ulia en hora puntual acompañada de su  séquito familiar.
 La emoción me atrapa al voltear el recodo de donde parte el breve caminito  hacia el bucólico “Patashgaga”, confidente de promesas de amores eternos y también perecederos. El graznido  ronco del viejo zaguán de la casa de  la tía “Quishti” convoca mi mirada  y en instantes, con la ternura de siempre, asoma ella  y su sola mirada y sonrisa asienten  y celebran  con beneplácito mi retorno por esos lares. Estoy muy cerca de la gruta entre emocionado   y  confundido como  un hijo prodigo que vuelve aunque sea entre sus sueños  al santuario más importante de su infancia ¡Cosa más bella!
A breves pasos de su inconfundible morada me he detenido pensativo. La contemplación se ha  tornado  difusa por la riada de recuerdos que se me avecinan envueltos en un  cortometraje de un tiempo lejano y feliz:
-          ¡Acá estoy  “Mama Carmelita”!
La he saludado extasiado  y  el eco de mi voz ha remecido  los flancos pétreos que custodian su santuario  bendecido,  al tiempo que sus ojos bellos  me han  abrumado  de cariño ¡Luego,  todo fue silencio penitente! Excepto los arpegios vespertinos  de  ruiseñores, zorzales y gorriones que alborozados cantaban al declinar el día. El postrarme frente a ella y sentir su presencia  me ha  vuelto como  aquel niño  inquieto que solía visitarla. Se ha silenciado mi voz, pero se  ha agitado mi memoria. Si bien  ya no soy aquel pequeño  que jugueteaba feliz en la trocha polvorienta, contigua  a su capilla. El que se trepaba con porfía y dificultad  para ganar la breve explanada desde donde se erigía la puerta enmohecida de la capillita de entonces y  contemplarla  junto a mis amiguitos y repetir y repetir la palabra “Mama Carmelita”.  Si bien ya  no soy aquel, sin embargo, lo he sido por unos minutos gracias a este sueño bendito.
Mi  confesión,  en medio del  silencio repleto de pesares y aflicciones, se ha prolongado por varios minutos ¡Mama Carmelita perdóname! he repetido  como el tañido de campanas en la hora del  ángelus. Y he  sentido sus perdones, también su amor infinito al ver que  sus ojos misericordiosos me  abrumaban  de indulgencias.  Siento que mi visita satisfizo la larga espera. En adelante,  deberá  ser más allá de los linderos del  SUEÑO,  aunque esta fugaz quimera, fracturada por el frio amanecer limeño,  me haya permitido retornar, aunque sea en mis sueños,  al primer santuario de mi vida.  Iré en busca de la polvorienta trocha  tras los despojos de  mis rastros del ayer lejano. Ahí donde dejé regadas en el tiempo mis vivencias y afectos. Me gustaría darme un abrazo con mi "Tío Alberto", el  sobreviviente longevo  de  aquel apacible arrabal de casas dispersas y hombres de bien.  
El gentío alborozado tras los pasos de "Mama Carmelita"