jueves, 16 de julio de 2020

"Por los senderos del Carmen"

"La Virgen del Carmen junto a su morada "
        En los barrios bajos, tejidos con  fibras aceradas. en  los senderos que todo buen huarino  recuerda y evoca. Ahí mismo,  donde la leyenda y el mito se abrazan con la historia  de sus moradores le he   preguntado al viento  que levanta polvaredas en las horas jóvenes de la tarde ¿A dónde fueron  a morar los ecos de las tertulias que en mi feliz  niñez solía escuchar? Le he preguntado al cielo  despejado y bellamente azulejo  si vio pasar mis plegarias  de niño  alborozado  y  mozuelo atribulado. El cielo me ha respondido  que si,  y que  además  avistó desde el etéreo cenit  mis ojos henchidos de felicidad  y  esperanza.  Y el viento que  acostumbraba recibirme  con sus   hondas persistentes, cual niño  travieso invitándome a jugar con él , me ha dicho que  las tertulias de los viejos tiempos se han ido a posar  en el infinito  y que los despojos de sus protagonistas están abajo, en el campo santo,  y que preguntara  al sepulturero  sobre su destino final.
            He caminado en mis sueños por esos lares de mi niñez, y ese trance onírico me permitió reencontrarme con los recuerdos de  mis amigos de infancia y ancestros. También  en  cada piedra,  en cada  polvareda  y en los suspiros aromáticos de los árboles y maizales que custodian las cementeras y huertos  aledaños de los entonces dispersos solares,   reconocer  los  efluvios  de un tiempo  lejano y feliz.
 Recordé el perfumado aroma de la tierra al llegar la lluvia, aquello  que suelo extrañar en esta Lima plúmbea y áridamente hostil.  Ha sido un reencuentro sin parangón, un abrazo  con mi propia biografía, con mi esencia de huarino  militante y  orgulloso  que tuvo  la fortuna de ver la luz  del día por  feliz alumbramiento de una bella carmelitana, mujer que me enseñara  a rezar al Dios único  y venerar a la “Virgen del Carmen”, patrona de su Barrio querido.
Caminé como en los viejos tiempos, como  cuando bajaba a casa de mis abuelos maternos.  Y mis ojos, surcando raudos el espacio entrañable,  buscaron sin fortuna  a Richard, Unchu, Gino,  Gloria, “Ñahuish Bola” y "Catamona".  También a mis tías  Filly, Manuelita, Sixta y Zoraida. He caminado sin prisa y distendido.  Al  llegar  a la vera del tortuoso y breve caminito que se descuelga de la casa de  mis abuelos maternos me he  detenido para  observar con reverencia al “Tío Bizcochito” que sentado en su estoico poyo, erosionado por el viento  , el tiempo y la lluvia,  descansa pensativo y sus ojos parecen perderse en  el cielo,  escudriñando las nubes espectrales como queriéndole  sustraer  alguna “filigrana” para sus trabajos venideros. La suave brisa arrecia de cuando en cuando. Las casas dispersas, que trascienden   paz  y  quietud,  me ven pasar con indiferencia. Sólo “Perlita”, la pequeña mascota de mi infancia, me da la bienvenida  jugueteando  y moviéndose cual bailarina de ballet ofréceme  su compañía ¡Vamos “Perlita”¡ la he arengado con emocionado y cariñoso acento.
En su pétrea morada, donde  el rumor de los caminantes,  en perfecto dueto con el arrullo eterno de los ríos, es melodía tierna y eterna, me espera “Mama Carmelita”. Entiendo y vislumbro  que será un recuentro filial inolvidable y  largamente esperado por mí.  Mientras avanzo se me avecina el recuerdo de algunos  rostros que acompañaron mi niñez en ese afectuoso tramo: “Chumpi”, la ilustre “Madana” de Navidad,  “Wiru Chupa”, el  polifacético mayordomo de las fiestas del pueblo,  “Tubish”  el matarife,  dueño y señor de las “cuchicancas” y “chicharrones” y la indómita  pueblerina a la  que le gritábamos “Pancusiqui”  ante su fastidio visceral   y que solía subir de Ulia en hora puntual acompañada de su  séquito familiar.
 La emoción me atrapa al voltear el recodo de donde parte el breve caminito  hacia el bucólico “Patashgaga”, confidente de promesas de amores eternos y también perecederos. El graznido  ronco del viejo zaguán de la casa de  la tía “Quishti” convoca mi mirada  y en instantes, con la ternura de siempre, asoma ella  y su sola mirada y sonrisa asienten  y celebran  con beneplácito mi retorno por esos lares. Estoy muy cerca de la gruta entre emocionado   y  confundido como  un hijo prodigo que vuelve aunque sea entre sus sueños  al santuario más importante de su infancia ¡Cosa más bella!
A breves pasos de su inconfundible morada me he detenido pensativo. La contemplación se ha  tornado  difusa por la riada de recuerdos que se me avecinan envueltos en un  cortometraje de un tiempo lejano y feliz:
-          ¡Acá estoy  “Mama Carmelita”!
La he saludado extasiado  y  el eco de mi voz ha remecido  los flancos pétreos que custodian su santuario  bendecido,  al tiempo que sus ojos bellos  me han  abrumado  de cariño ¡Luego,  todo fue silencio penitente! Excepto los arpegios vespertinos  de  ruiseñores, zorzales y gorriones que alborozados cantaban al declinar el día. El postrarme frente a ella y sentir su presencia  me ha  vuelto como  aquel niño  inquieto que solía visitarla. Se ha silenciado mi voz, pero se  ha agitado mi memoria. Si bien  ya no soy aquel pequeño  que jugueteaba feliz en la trocha polvorienta, contigua  a su capilla. El que se trepaba con porfía y dificultad  para ganar la breve explanada desde donde se erigía la puerta enmohecida de la capillita de entonces y  contemplarla  junto a mis amiguitos y repetir y repetir la palabra “Mama Carmelita”.  Si bien ya  no soy aquel, sin embargo, lo he sido por unos minutos gracias a este sueño bendito.
Mi  confesión,  en medio del  silencio repleto de pesares y aflicciones, se ha prolongado por varios minutos ¡Mama Carmelita perdóname! he repetido  como el tañido de campanas en la hora del  ángelus. Y he  sentido sus perdones, también su amor infinito al ver que  sus ojos misericordiosos me  abrumaban  de indulgencias.  Siento que mi visita satisfizo la larga espera. En adelante,  deberá  ser más allá de los linderos del  SUEÑO,  aunque esta fugaz quimera, fracturada por el frio amanecer limeño,  me haya permitido retornar, aunque sea en mis sueños,  al primer santuario de mi vida.  Iré en busca de la polvorienta trocha  tras los despojos de  mis rastros del ayer lejano. Ahí donde dejé regadas en el tiempo mis vivencias y afectos. Me gustaría darme un abrazo con mi "Tío Alberto", el  sobreviviente longevo  de  aquel apacible arrabal de casas dispersas y hombres de bien.  
El gentío alborozado tras los pasos de "Mama Carmelita"
 

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