sábado, 13 de agosto de 2016

¡Mi casa!

¡Mi casa!


Es usual y también merecido rendir tributo a Dios, a nuestros padres, a nuestro terruño, al amor,  al amanecer o crepúsculo fascinantes, al mar y sus olas eternas, a la naturaleza veleidosa e impredecible con su olor a  tierra mojada  parecida, por fraganciosa, al  aroma de una hembra. Sin embargo,   es poco frecuente  rendir tributo al espacio entrañable de las mil y una  alegrías y  caricias impagables de nuestros  padres, de los berrinches de niño bueno, de los tiernos sueños de infante  e ilusiones de adolescente, de las pláticas  nocturnas, de los  apuros de mamá y de los cafés cargados de papá, de los festejos,  también de llantos ¿Por qué no?

Hoy, en este agosto limeño frio y sombrío, a pocas horas de haber retornado de mi tierra  y aprovechando los breves días, que todavía quedan,  de las vacaciones de medio año, me he  detenido pensativo y con   nostalgia creciente, nostalgia  avivada por los siempre tristes retornos  del lar querido, para, con el permiso de mis lectores, rendir tributo  a mi  casa grande donde aún viven mis padres y mis recuerdos. Morada  sagrada que ellos nos regalaran  cuando  yo todavía era muy niño y  la familia se reducía  sólo  a cuatro hijos: Gino, Anderson, Miguel y yo.     
        
Mi tributo se asienta,  se nutre y fortalece  en los pilares afectivos que sostuvieron y sostienen mi vida: mis padres y hermanos, principalmente los primeros. Nosotros, pequeños todavía, viviendo como  gitanos y en sobresaltos, ora   en casa de mis abuelos maternos , ora con mi  abuela paterna,  y en los pueblos donde  mi padre iniciara su largo periplo docente, principalmente en Llamellín y  Cajay, sin un lugar fijo donde podamos proclamar nuestro orgullo imprescindible y esencial de tener nuestra casa,  recibimos la noticia de su adquisición con emoción y orgullo desbordantes. 
           
Contóme mi padre, la larga historia de penurias, preocupaciones y aprietos que precedieron a la compra del entrañable solar. Me refirió también que  don Jorge “Coqui” Salas Zorrilla, su grande amigo de toda la vida, fue quién  lo alentó oportunamente para  la compra del inmueble. Con sus ojos brillando de alegría contóme algunos detalles indelebles que  su memoria de buen padre atesora:  

- En un medio día, ya lejano, de julio de 1972, encontrándome  sentado y meditabundo  en una de las bancas  del parque vigil,  contemplando una ruinosa construcción que se ofrecía en venta, se me acercó mi querido amigo Jorge Salas para con voz y acento de amigo decirme:

- Te noto preocupado. ¿Tienes algún problema?

- Si, le dije, estoy tras la adquisición de aquel solar.

- ¿De esa casa vieja? Me interrumpió con un tono despectivo y además  persuasivo,  añadiendo inmediatamente  con   sinceridad y aprecio   de buena persona y mejor amigo:

- ¡Mi prima Rosa Tulia Valencia   está vendiendo  su casa! Si deseas envíale una carta con mi hermana  Zenina que mañana viaja a Lima.
     
Así comenzó la historia de la adquisición de nuestra casa  ubicada en la calle Libertad, en el corazón mismo del populoso y  querido Barrio "San Juan", callecita de entraña fecunda donde se  impregnaron  nuestros pasos de  niño junto a la multitud de amigos inextinguibles en el tiempo: Los Salas,  De Cárdenas,  Zorrilla,  Sotelo, Palhua: Todos ellos pertenecientes a familias de numerosa prole, que bien podían conferirle, a nuestra callecita,  el blasón  de “Calle Berraco” y con harto merecimiento,  algo así como la antítesis de la  vecina  y "raleada" “Calle capón” (Jr. Eleazar Guzmán Barrón).

Con la premura  del caso, entendiendo la brillantez de la oportunidad y la calidad de persona que ofertaba el inmueble, mi padre  enviole la carta a doña Rosa Tulia Valencia ,  la misma  que  fue recibida y respondida  con agrado e interés;    y  tras ofertas y contraofertas, idas y venidas,  un   28 de  diciembre  de 1972  se concretó la soñada compra. Me contaron también mis  padres con sus ojos vueltos hacia aquellos felices años,  que fue mi tío Capistrano Hidalgo Tarazona,  hermano de mi abuelo Salomón y,  como él,  destacado hombre de leyes de la comarca,  el primero en llegar  para felicitarlos y abrazarlos  efusivamente. Fue  el más grande y significativo  regalo navideño de nuestras vidas: Casa espaciosa  y solariega de dos pabellones  separados por un  patio empedrado  y holgado en cuya parte central  un  jardín de muros precarios trasuntaba   lozanía y alegría.  Años más tarde la casa se extendió hasta ganar  la cumbrecita  aledaña,   gracias  a que mi padre adquiriera  parte de  las propiedades del Ing. Augusto Pretel  y de la Familia Palhua Romero.

Mi linda casa que me emociona tanto al visitarla, que me devuelve en sorbos agradables de emociones y recuerdos lo que dejara en mi niñez, adolescencia y juventud felices, que me susurra en cada  regreso  con su lenguaje arcano, silencioso y cariñoso.  A esa casa de vivencias mil, hoy la extraño más que nunca.

Del amplio patio  empedrado  y el  jardín,  en   donde destacaba la   fucsia con sus ramos lampiños, hojas ovales, agudas y dentadas, y flores  hermosas de color rosa oscuro intenso cuyos ovarios, cuando maduros  y dulces,  semejantes a  la aceituna solíamos degustar al quítame con Gino, el mayor de mis hermanos.  De aquel jardín ya no queda casi nada, sólo recuerdos. Con el tiempo ha devenido, gracias al gusto inacabable  y  cuidado pertinaz  de mi padre por  las plantas y sus aromas, en un patio  ornado,  en su perímetro, con flores,  breves  arbustos y frutales  donde  se mece  ufana la hojarasca de las buganvilias, cedrones, tomatillos, higos, manzanos, madreselvas y  jazmines, otorgándole el galardón del aprecio y salutación de los visitantes. Es pues, el sosegado espacio, testigo mudo de las  conversas matinales, vespertinas y nocturnas,  y   donde se guarecen también  los despojos de nuestras vivencias infantiles ,  lejanas ya, las mismas que  recobran vida en cada retorno.
    
Las modificaciones que mi padre emprendió la transformaron, con el tiempo, en  una amplia casona de tres plantas y tras ellas un huerto espacioso donde se han replegado  el horno grande de 26 latas que espera su pronto estreno, los cuyes, los plumíferos ,   la  “Tullpa”  de  rescoldo eterno y las rumas de leña seca esperando avivar las llamas fraternas de los amasijos.   Ahí, bajo la fronda  amical del viejo  y fecundo palto de mil primaveras,  se asienta la  curtida  mesa de negro aliso que por años destacara en  el  viejo comedor familiar.  Ahora, convertida en mesa campestre es usual anfitriona de nuestras visitas, la predilecta de los almuerzos y lonches y de  las conversas inacabables.  Contemplando su  fronda colmada de apetecibles, pulposos  y agradables paltos, escuchando el alegre trino de ruiseñores, zorzales y gorriones,  con  el aire corriendo a campo traviesa y, ora los  rayos del sol, ora las lumbres de la "Mama Quilla"  filtrándose por los resquicios de tupido ramaje, alumbrando de cuando  en cuando la mesa tendida que mamá suele ofrecernos. ¡Qué delicioso resulta el almuerzo o el lonche o la conversa!
       
En la parte más empinada del huerto, cubierto de yerbas silvestres de campo,  donde se  aprecia la tumba  debidamente cuidada de nuestro "Osito", de   los mas queridos y recordados sabuesos de la casa y que nos dejara hace un par de años, ahí se encuentra nuestro mirador, con panorama y visión privilegiada de una gran parte de la vieja ciudad. se aprecian casi todas las instituciones educativas, superior, media y primaria y hacía el oeste,  en la cima de  "Tucuhuaganga" , cerro tutelar del pueblo, aparece  nítida  la "Cruz de Chullín" que por las noches parece rasgar las tinieblas. Es un mirador de entraña  bucólica e  idílica, que se presta para la meditación y la inspiración.  Por las mañanas y  también en los  crepúsculos,  y  en febril  compañía  de  buganvilias, "puru purus" , tunas blancas,  lúcumas, tomatillos, limones, "porogsas",  tara, manzanos, capulíes  y el siempre ufano  molle,   los instantes se vuelven eternos. Levitando en una burbuja, ajeno al ruido citadino de esta Lima agrisada de fortunas y miserias, la vida discurre tranquila y sin apuros. 

Aunque resulte  imposible, si un día tuviera la única y extraordinaria ocasión de conversar con Dios, además de agradecerle por todo cuanto me regaló, le reprocharía  como preguntando del porqué la vida es tan corta y el tiempo  raudo y tirano que no  permite disfrutar eternamente de la compañía de nuestros padres. ¿Por qué esa imperfección? Una  tarde,  cuando  sentado en la banca precaria del mirador  de mi añorada casa,  contemplando los bucólicos  predios de la periferia huarina,  se avecinó a mi mente, como invitado, una estrofa vallejiana que bien puede servir de epitafio de esta mal hilvanada crónica: "Oh Dios, recién a ti me llego, hoy que amo tanto en esta tarde; hoy que en la falsa balanza de unos senos, mido y lloro una frágil creación"

LA FAMILIA COMPLETA Y NUESTRA CASA










LOS SABROSOS PALTOS DE LA HUERTA

















SIEMPRE CON LA FAMILIA














NUESTRA HUERTA, MIRADOR NATURAL POR EXCELENCIA






VARIEDAD DE FLORES Y FRUTOS