domingo, 10 de agosto de 2014

"Tía Pelagía", artista de la panificación


  



El que trabaja con sus manos es un trabajador manual; el que lo hace con sus manos y su cabeza es un artesano, pero el que trabaja con manos, cabeza y corazón es un artista.
Lous Nize

          Su voz es inconfundible, su rostro ya denota el paso de los años, su sabiduría, como el buen vino, se puede escanciar con deleite al oír su prédica panificadora. Sin duda que se ha encumbrado al cenit del oficio que un día asumió para hacerla imperecedero y la razón que también aliente su existencia. Su nombre es un eco que rebota inacabable en la mente y el corazón del vecindario que, rebosante de alegría y apego a su tradición, recurre a ella para conciliar, con el dictado de una de sus más arraigadas costumbres “La Colasión”:
          "La  Colasión" ,  es una Mariana y por ende bendita y muy católica costumbre huarina y andina, que data desde las primeras celebraciones en honor de la “Virgen del Rosario” patrona del pueblo,  y consiste en el compartir con el vecindario, del funcionario principal, rebosantes canastas repletas de panes blancos o “yacutantas”, crocantes “roscas” bizcochos, bizcochuelos y panes de maíz, acompañados de sendas jarras de “chicha de jora”. Es en verdad un sello de fraternidad que distingue al poblador andino y que sobrevive pese a la prédica individualizante de la “modernidad” 
          Es, justamente, en este espacio delicioso, por su entraña sabrosa y fraterna,  donde destaca la querida “Tía Pelagia”, conspicua moradora de los Barrios Bajos, del “Carmen” populoso e inquieto. Su centro de operaciones es su amplio solar situado a una cuadra de la tercera esquina de la Plaza Mayor. Amplio y siempre febril reducto que alberga al fondo del mismo un auténtico laboratorio de la panificación: Una habitación destinada para la elaboración de la masa, con grandes bateas de madera donde curtidos jóvenes cumplen su ritual diario jugando con los ingredientes que,  cuando ya está en su punto, reposa cual bella durmiente cubierta de un blanco mantel. Luego vienen las manos expertas de las lindas damas dando forma a los “bollones” que tambien dormirán en sus lechos de madera, para luego de la breve siesta, tablearlas en un sucesión de golpes que trascienden sonidos propios de tan hermosa faena. ¡Así discurre la “Masaracuda” entre cuentos, comidillas y muy frescos chismes de la comarca!
           Lo más trabajoso y afanoso es la elaboración del “Bizcochuelo: Gruñen las robustas poncheras al son de las recias manos de los “batidores”, aguardan prestas las albas y candorosas bolsas de chuño, manos cultivadas en el arte del origami, alistan decenas y decenas de moldes rectangulares. Uno de los batidores, abatido por el esfuerzo, ya no da más y solicita auxilio. De inmediato, se alza en el recinto una voz femenina, grave y jacarandosa: ¡Imata tsaichu embromanqui so inútil, patsaman ishpaj, jaratapaj cholo! ¡Cáynomi gawintsi, cosa chankaicur poncherata. Runtuga racata mayarcur, rasmi shariramun! (¡Qué cosa embromas chola inútil, el huevo advirtiendo la presencia de la vagina rápipo de levanta)   Efectivamente sin mayor esfuerzo, mas con maña y técnica, termina la faena. (secretos profesionales). Luego viene la sincronía de movimientos. Unas alistan los moldes, otras llenan el ponche,  colocan en la ávida pala, para finalmente, el hornero, con solemnidad y cuidado, ingresarlas por las ardientes fauces del amplio horno y descansarlas en su limpio y atemperado piso. Antes ya pasaron los “yacutantas” y las “roscas”. Luego de los bizcochuelos, para cerrar la faena, vendrán los pletóricos “Bizcochos” de hermosa silueta. Así, entre aromas de eucalipto, molle y san pablo; y entre el efusivo vítor, de los presentes saludando la feliz jornada, concluye la faena. 
          Mi homenaje y cariño a “Tía Pelagia” que junto a su extinto esposo, el también querido, “Tío Benito” esculpieron con esfuerzo y tesón su nombre en el selecto grupo de artesanos que dejaron honda huella en la vida de nuestro pueblo, no sólo por su indiscutible calidad  de panaderos, sino también, por haber legado a sus hijos y a un buen grupo de jóvenes sus enseñanzas, muchos de ellos, convertidos hoy en día, en prósperos empresarios de la planificación. Aquella, es una función relevante y trascendente, digna de encomio. Asimismo, un reconocimiento especial a sus hijas Marlene y “Adri” que con suma generosidad ponen a disposición de sus clientes todo su andamiaje y esfuerzo, con el mismo talante jacarandoso de su madre. 
 Abelardo Malqui Hidalgo

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario