jueves, 15 de febrero de 2018

RASTROS DE UN MAESTRO.

               
          "Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. "
Rubén  Alves
               Hace casi doscientos años Simón Bolívar, el gran libertador de América,   dirigió   una carta  a su Maestro Simón Rodríguez que la  Historia, memoria de la civilización,  rescató para la posteridad. En  uno de los  párrafos de aquella memorable misiva brilla   una magna sentencia: “Usted  formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”.  Efectivamente, los maestros  tienen esa magia, esa capacidad  formidable que el gran libertador  de américa  señalara con  sincero  y emotivo acento.
               Juan Demetrio Salas Reynoso, pertenece  a ese grupo privilegiado de Maestros   que se impregnaron  en el recuerdo agradecido  de sus discípulos y de los pueblos por donde, en periplo afanoso, pero alegre  transitaron   llevando y entregando la semilla del árbol frondoso de la esperanza  que al  fructificar   los nutrió  de  libertad, de justicia y verdad . Fue un  notable  Maestro huarino,  proveniente de las  canteras de la  Escuela Normal Mixta de Huari, institución cuyo filón dorado se proyectó por largos años y en diversas geografías, muchas de ellas recónditas y olvidadas, proyectando estelas de esperanza.  Los que tuvimos el privilegio de conocerlo de cerca  debido, en cierta forma,  a nuestra pertenencia  y    feliz extracción  de familias con troncos magisteriales coetáneos  suyos,  podemos dar fe de su solvencia profesional. En mi particular caso,  el haber sido  colega  de mi padre;  amigo y  cobarriano de mi madre me dan cierta autoridad  para  escribir sin que la subjetividad me insinúe  e invite a recorrer caminos del fácil y cómodo encomio.  Además,  debo decir, por feliz coincidencia  laboré,  como él,   en la escuela de Ampas  y en la vieja “Prevuchi”, hoy Virgen de Fátima.  En Ampas, comunidad de gente  con  almas buenas  supe de su  rastro y paso triunfal como docente y como director; de su siembra fecunda  y de sus resonantes triunfos que honraron  hasta el cenit  la noble profesión de maestro.  Pulverizó la adversidad y se erigió como uno de los referentes  de aquella legión de maestros inolvidables en la memoria de aquella  comunidad. En ocasiones  escuché  pronunciar su nombre con cariñoso y agradecido acento, y cuando esto ocurre se convierte en el mejor de los homenajes que supera  a cualquier condecoración  oficial o formal porque viene de los directamente involucrados  que suelen atestiguar  y valorar con la  mente  y el corazón. No es tarea  fácil incrustarse  en la memoria y en el corazón de una comunidad,   pues ello implica  un conjunto de responsabilidades  y cualidades propias de  un líder social por excelencia como lo es el maestro de escuela, implica solvencia intelectual, ascendencia, disciplina   y una amalgama de virtudes  que sirven de enlace con  los directamente   involucrados.
              Su impronta, su rastro indeleble en los seductores espacios de la docencia, sirvió también  de  inspiración para las nuevas generaciones de maestros provenientes de las canteras del Instituto Superior Pedagógico de Huari, quienes , durante la práctica  docente, recibieron sus enseñanzas y sabios consejos:  Músico, declamador, actor reconocido. El arte en sus venas y su  sensibilidad, dos condiciones sine qua non  para todo aquel  que se considere maestro; y  un detalle adicional y  descollante en su personalidad que amerita destacar en esta hora de homenaje; Su altivez en el verbo y su orgullo  inocultable de ser Maestro en sintonía con el pensamiento de José Antonio Encinas Franco  y su afirmación apodíctica: “El más alto cargo que un ciudadano puede desempeñar en una democracia es el de maestro de escuela”.  Esa actitud  y ese orgullo  debiera acompañar a todo aquel que se  precie de ser maestro;  ni las postergaciones, ni los olvidos del estado y los gobiernos de turno deben minar la altivez de su función docente y de su liderazgo. Asó fue en vida Juan Demetrio, arropado de un legítimo orgullo, respetado, considerado y seguramente hoy mañana  y siempre evocado por sus hazañas de amigo, de  docente , de ciudadano, de bohemio y de declamador efusivo.
            Fue integrante del legendario “Conjunto Musical Flor de Waganku”, actor en las veladas literario musicales de la mejor época del teatro huarino,  y declamador de polendas. Las puestas en escena de memorables  piezas teatrales  tuvieron, en él,  a su acostumbrado protagonista.   El viejo “Cine parroquial” y el  “Salón  de actos”  de la “Prevocacional”, fueron testigos de aquellas faenas inolvidables donde los ecos sonoros de su estentórea voz remecían el auditórium  y se filtraban además fuera del recinto en noches de luna insondable.  
             Su periplo docente lo condujo  a  la  legendaria “Prevuchi”, como el solía nombrar con  cariñoso y respetuoso acento a la hoy Institución Educativa “Virgen de Fátima” de Huari, en donde además cursó su educación primaria de la mano de su entrañable Maestro Glicerio Trujillo Agüero. En esta institución educativa, decana de las escuelas  de nivel primaria  de Conchucos, fue docente  y luego de unos años  fue también su director. Su desempeño profesional  brilla en la memoria de sus alumnos, de sus colegas, padres de familia y comunidad en general.
(Artículo  publicado en la  revista "SENTIMIENTO CONCHUCANO" ) 


      

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