viernes, 12 de junio de 2020

¡GRACIAS COLOMBIA!



                                        «Viajar te deja sin palabras y después te convierte en
                                                           un narrador de historias».    Ibn Battuta
No fue un viaje cualquiera, fue algo especial, porque sellaba las tres décadas de  un amor que se prolongará más allá de la vida. Un regalo que nos hicimos para conmemorar los 30 años de  matrimonio. El  matrimonio que también es  un viaje de  camino largo y sinuoso, cuyo rastro sabe de felices e imborrables  momentos, otros tristes, también de sacrificios y abrojos, donde se surcan parajes hostiles,  apacibles  senderos, pendientes amenazantes, valles lozanos  para finalmente  arribar a un sendero sosegado desde donde ya, en nuestro caso,  se avistan las primeras lumbres  del otoño de la vida.   
. Visitar la capital colombiana fue algo así como descolgar mis sueños de  adolescente y asomarme a los ecos lejanos de las rotativas noticiosas de los años 80 que informaban sobre los turbulentos días de la toma del Palacio de Justicia de la capital cafetera por el grupo  19 de abril  (M-19). Asalto perpetrado en el costado norte de la Plaza de Bolívar, frente a la sede del congreso y a una cuadra de la “Casa de Nariño” o residencia presidencial. Sin pensar ni remotamente que luego de casi 40 años,  de aquel suceso que informaban  los noticieros y que  los escuchaba en la vieja radio Sony  de mi padre, en mi Huari querido, pasearía absorto e inquieto  contemplando  pensativo el  núcleo   de  la  sombría efemérides. Intenté  acercarme imaginariamente a  los hechos al tiempo de admirar  su arquitectura y la relevancia histórica de los monumentos y efigies que adornan  el centro histórico de la capital cafetera
         Pero Bogotá significaba aún más en mi periplo cronológico vivencial. Desde muy niño, pese a la lejanía,   se establecieron caminos que me conectaron con ella, como el  futbol,  aprisco de mi memoria donde se encerraron por siempre los  nombres que jamás  olvidaría y que recobraron los bríos de los viejos tiempos. Nombres  como del  extraordinario  Wellington Ortiz,  del portero “Zape”  el que le atajara dos penales al “Nene” Cubillas,  de Maturana, de “El pecoso” Castro, Juan Caicedo. Aquellos con los que nuestra bicolor  disputara la final de “Copa América de 1975” donde salimos campeones.  Y las clasificatorias para el Mundial de España 1982, que la ganamos holgadamente, y que en nuestro Huari lo vivíamos y festejábamos animados por los programas noticioso y deportivos de la época.
            Contemplar desde lo alto del Mirador de Monserrate el  estadio Nemesio Camacho  “El Campín de Bogotá” me llenó de nostalgias infantiles y recordé a mis amigos de niñez Josué “Pachín” Muñoz ,  "Cachi" Carlos, mi hermano Gino y otros  con quienes solíamos reunirnos para escuchar las transmisiones radiales que se originaban en  este recinto y   que paralizaban al Perú entero. Con ellos celebramos el golazo de Guillermo “El Tanque” La Rosa, anotación formidable tras proyección del “Chiquillo Duarte  y un par de gambetas endemoniadas de “Patrulla” Barbadillo cuya  precisión milimétrica devino en el  frentazo del notable centro delantero nacional silenciando a los miles de asistentes al mítico estadio bogo .  Y en este mismo partido lamentamos también   el penal errado por el “Nene” Cubillas frente al portero Zape. Bien dicen que la infancia es la cantera de los  escritores y  que portarla  y tenerla  en cada momento, no sólo te prolonga la vida sino que te hace un hombre feliz. Así me sentí al recordar a mis amigos de infancia, de adolescencia y de siempre al contemplar “El Campín de Bogota” 
            Bogotá, es también la “Quinta de Bolívar”, uno de los epicentros de las  postrera  estación  en la  vida del libertador de América  y  que fuera  novelada por Gabriel García Marquez  en “El General en su Laberinto”. Relato que es un acercamiento mítico, histórico y humano a la figura de Simón Bolívar. La pluma de Gabo refiere en sus detalles mínimos la inmensa aventura independentista que, impulsada por Bolívar, cambió el destino de América, como  también los pasajes intensos y culminantes  de su existencia vividas en   este santuario histórico.  Visitarla fue algo así como conciliar mis lecturas reiteradas de la obra del Nobel colombiano  con el proscenio real donde  el epónimo personaje contempló las ruinas de sus sueños de unidad americana.
En esta quinta inmensa  se conservan indemnes los espacios favoritos del Libertador: su  escritorio, su sala de gala, su dormitorio y  muchos cuadros y condecoraciones que le fueran entregados, algunas de ellas por nuestra patria. Ahí vivió Bolívar con la bella y aguerrida quiteña Manuelita Sáenz cuyos amoríos son de leyenda, y han devenido en varias publicaciones. Contemplé con admiración el espacio asignado a José Palacios, el negro liberto que cuidó a Bolívar desde su infancia hasta su muerte. Personaje cuya existencia me inspiró valores como la nobleza, la lealtad y la veracidad. Fue un paseo espectacular donde gracias a la autorización de Esperanza, nuestra ilustrada “Guía”, hice mis pininos como tal.
No resultaría ni motivador, ni  interesante  para mis lectores  este relato, de no haber ocurrido algunas situaciones especiales durante  el viaje, en especial  de Bogotá a Cartagena de Indias. Se reduciría a un mero trámite de aeronavegación. No fue así gracias a que en la terna de asientos viajaba junto a nosotros una escritora cartagenera que volaba  a  su ciudad natal para participar en el “Hay Festival de Cartagena 2020” y a quién  la  aparté de su  lectura silenciosa  para enfrascarme   en una conversación amena sobre literatura y política, y  de cuando en cuando lanzarle preguntas, las mismas que respondía con suma cordialidad. Cuando sobrevolábamos  sobre un rio caudaloso que desde lo alto aparece  como una serpiente aletargada,  le pregunté  si aquel  rio era el Magdalena, la misma que asintió. Este río tan presente en mis lecturas me arrastró a otras preguntas, como la ubicación de Aracataca, de Santa Martha, de Rio Hacha, del Cauca etc. Escenarios de la oceánica producción literaria colombiana, en especial de sus naves insignias, “Cien  años de soledad” de Gabo y  “María” de Jorge Isaac. Además, el Magdalena,  fue la ruta lacustre postrera por donde Bolívar, el gran libertador,  viajara  rumbo a San Martha donde finalmente murió.
                      Como anécdota  de este viaje  entretenido quedan los largos segundos  de notoria turbulencia que vivimos y que nuestra ocasional acompañante mitigara con su silencio y  serenidad condolientes, seguramente para no alarmarnos. Intento infructuoso porque el pánico generalizado  y el anuncio  de la tripulación retrataban minutos de alta tensión. Con alivio, una vez llegado a  Cartagena de Indias, nuestra simpática acompañante liberó la siguiente frase: “Viajo desde hace más de 30 años, desde y hacia esta  ciudad,  y nunca ocurrió esto”.  Finalmente,  entendiendo mi afición por la literatura me obsequió un pase para uno de los conversatorios del “Hay Festival de Cartagena 2020”. Como llegamos al medio día, nos alistamos con mi esposa  rápidamente y logramos aun presenciar la parte final de uno de los conversatorios que se desarrollaba en la sala de convenciones en el centro  de la ciudad.      
            Difícilmente se desprenderán de mi memoria  la cordialidad y calidez humana de los  colombianos con quienes me topé y que no fueron pocos. Los cordones umbilicales que sostuvieron aquellas alegres conversas fueron la literatura,  el fútbol y la política, trio ágil y desbordante donde peruanos y colombianos  tenemos similitudes históricas,  con luces intermitentes  y sombras borrascosas. En el futbol,  nos emparentamos por el estilo alegre y fino,  dotados de  jugadores talentosos y procesos intermitentes de éxitos y fracasos.  En la política  nos “distingue” transversalmente la corrupción y el narcotráfico y en la literatura contamos con los más grandes narradores del mundo y dos premios Nobel: García Márquez y Vargas Llosa.  Ambos somos países con fisuras profundas y heridas que aún no restañan. Ambos,  contienen estirpes condenadas  a “cien años de soledad” y que aún esperan una oportunidad sobre la tierra, como escribiera un día  el Nobel colombiano. Ambos, finalmente, somos  países fascinantemente bellos. No sé si volveré algún día, me gustaría claro está,  por  ejemplo conocer Aracataca. Es un sueño que habrá que redimir. Creo que mientras hay vida hay espacio para soñar.
 Dos momentos que quiero compartir con ustedes mis amables lectores  porque  funden mis recuerdos con la posteridad y por siempre. Momentos en los que  se entremezclan la simpleza de la vida con los caprichos sorprendentes de la naturaleza, cuyas formas y fondos te detienen con su stop facundo  y sonoro invitándote  a  meditaciones y evocaciones  ulteriores: La primera,  mi charla, en una de las Islas del Rosario, con dos amigos colombianos de apariencia futbolera. En especial con uno de ellos que ante mi insinuación, por su parecido, de ser  un famoso jugador colombiano, me  sonrió  y preguntóme si yo era uruguayo, pero al aclararle que era del Perú lanzó un sonoro ¡Arriba Alianza!, que inmediatamente respondí con un  ¡Dale U!.  Se declaró hincha confeso del equipo blanquiazul. Me parece bien le dije y añadí que mi padre  y algunos de mis  hermanos  son también  blanquiazules. Me sorprendió gratamente  su afinada cultura y su conocimiento, apego y respeto por el  futbol peruano. Fue una charla amena  frente al cautivante  mar del caribe  y bajo la fronda de las palmeras tropicales  y la mirada atenta de las aguas turquesas espléndidamente mansas. Breves vasos de cerveza  y un cumulo  de temas  como la política y sobre su percepción de su Colombia actual consumieron los largos minutos de mi estancia en una de las Islas del Rosario. 
Y justamente al  retornar de las Islas del Rosario arrecieron los vientos  y la capitanía del puerto no autorizo retornar por la misma ruta, sino virar por otra por precaución.  Aquel retorno resultó  impresionante: el viento que agitaba  el mar y nuestro deslizador  que “volaba” en contra corriente   empapándonos  de agua en medio de una carga  inusual de  adrenalina. De pronto,  a lo lejos, absortos  contemplamos  un  punto donde el mar  parecía fracturarse ante nuestra mirada.  Una de color turquesa y la otra turbia y ennegrecida donde dos adolescentes parecían levitar. Me pareció un espejismo. ¡Que hacían esos jóvenes caminando sobre el mar? En realidad no fue tal cosa, lo que sucedió es que por ese punto discurría una corriente de agua negra  y que luego se internaba entre los manglares lozanos y exuberantes, por una especie de río que finalmente desemboca muy cerca al litoral ¡Espectacular realmente!  
Cartagena, es una ciudad bella, que conserva entre sus brazos  como meciéndola a la ciudad amurallada de obligatoria visita.  A ésta última, la ciudad vieja y amurallada la visitamos  cuando caía la tarde sabatina y  cuando nos aprestábamos a ingresar por la emblemática  “Puerta del Reloj” irrumpieron en la franja  que separa la ciudad vieja  con el hermoso bulevar  un grupo de alegres comparsas que ejecutaban danzas afrocolombianas  de caudaloso ritmo y gracia. Una ciudad de belleza divina, porque nos  bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz  dócil de las seis de la tarde.  Si el hechizo de su arquitectura te deslumbra en el instante, ésta se agranda cuando caminando por sus calles estrechas  te topas con  sus balcones  que cual jardines descuelgan buganvilias  y diversas flores de colorido alegre.
 Cartagena  de Indias fue tierra de corsarios y bucaneros, emporio donde llegaba el oro de las indias. Tierra de migrantes africanos que no conservaron  muchas de sus creencias y de sus modos de vida y sus religiones de sus antepasados africanos. "Porque la imposición de los españoles sobre ellos era tan fuerte que el sincretismo se hizo mucho más profundo y lo que tienen es más bien un catolicismo pervertido. Pero en cambio en Cuba y en el Brasil se mantuvieron intactas esas religiones, esas creencias, y por consiguiente ese modo de vivir"  Así escribió algunas Gabo,  añadiendo con su prosa incomparable  "Cartagena es una ciudad que han intentado destruir durante más de cuatrocientos años, y, creo, está más viva que nunca". Allí el futuro autor de Cien años de soledad publicó su primer artículo periodístico –en la página 4 del periódico El Universal– y fundó, junto con Guillermo El Mago Dávila, el periódico que hoy es considerado por muchos como el más pequeño del mundo: Comprimido. Fue en la capital del departamento de Bolívar donde el escritor decidió construir una casa a su medida, entre la Calle del Curato de Santo Toribio y una avenida que bordea las murallas. Cartagena fue también la ciudad donde murió José Palacios, el negro liberto, fiel y pertinaz celador del Libertador de América.
    Finalmente agradecer a Dios y  la vida , a mi hijo y a Marielita, a los que nos congratularon  y nos enviaron mensajes sinceros. Agradecer a  ese hermoso país cafetero que nos recibió de maravillas y nos dejó  incrustados en la memoria y corazón,  para la posteridad,  recuerdos de  vivencias  seguramente irrepetibles.  
En la Plaza Bolívar y enfrente "El Palacio de Nariño"

 
Solares de ensueño en Cartagena de Indias

Bulevar idílico en la "Ciudad amurallada"  - Cartagena
 
"Noche sosegada  en una ciudad mágica"
 
La belleza de la mujer colombiana.
  
"Museo del Oro- Bogotá"
 
¡Alma de niño grande!

Legendaria "Torre del Reloj" pórtico de la ciudad amurallada
 
"En un mágico rincón del Caribe"
 
 
 
Solar decimonónico en Bogotá
 

La "Quinta de Bolívar"  Bogotá.
 
Santa Fe de Bogotá, desde el Mirador de Monserrate  
 
Doto y Made, en un mágico rincón del Caribe
 
Quinta de Bolívar ...Patrimonio histórico
 

Biblioteca del insigne Libertador
 
Sala privada del Libertador donde pasaba largas horas con Manuelita Saenz
 
Santuario del "Divino Niño" - Bogotá
 
 
En un alto dentro del Mirador de "Nuestra Señora de Monserrate"
 
Visita generosa de la familia  huarina Sotelo Espinoza en Bogotá 
 
En la Iglesia Santo Domingo de Cartagena de Indias, dejando el
 escapulario de "Mama Huarina"
 
Bajo la fronda de un árbol caribeño, dentro de la ciudad amurallada
 
El "Grupo Esperanza" con los que compartimos el pletórico tour en Bogotá
 
"La Bandeja Paisa" Por su puesto que la degustamos
 
Noche de conmemoración en el Hotel Dann de Cartagena 
30 años y que vengan muchos más.
 
Rumbo a las Islas del Rosario
 
El ser humano es único donde se encuentre.
 
En las mansas y cristalinas  aguas del Caribe
 
 
"Museo del Oro" - Bogotá
 
"Museo  del Oro" - Bogotá
 
 
En la isla del Sol ...Juntos
 
Fachada de la Iglesia del "Divino Niño"
 
En una de las puertas del Palacio de Nariño
Rumbo al Mirador...
En la cima de la hermosa colina y al fondo la capital  Colombia
 
Como mirando a los Piratas y Bucaneros, desde la ciudad amurallada.
 
 
Conectándome con la historia...Plaza Bolívar
 
Como pez en el agua...
 
En un alto de la "jornada" inolvidable
 
Bajo la efigie del egregio americano: Simón Bolívar
 

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