«Viajar te deja sin palabras y después te convierte en
un narrador de historias». Ibn Battuta
No
fue un viaje cualquiera, fue algo especial, porque sellaba las tres décadas
de un amor que se prolongará más allá de
la vida. Un regalo que nos hicimos para conmemorar los 30 años de matrimonio. El matrimonio que también es un viaje de camino largo y sinuoso, cuyo rastro sabe de felices
e imborrables momentos, otros tristes,
también de sacrificios y abrojos, donde se surcan parajes hostiles, apacibles
senderos, pendientes amenazantes, valles lozanos para finalmente arribar a un sendero sosegado desde donde ya,
en nuestro caso, se avistan las primeras
lumbres del otoño de la vida.
.
Visitar la capital colombiana fue algo así como descolgar mis sueños de adolescente y asomarme a los ecos lejanos de
las rotativas noticiosas de los años 80 que informaban sobre los turbulentos
días de la toma del Palacio de Justicia de la capital cafetera por el
grupo 19 de abril (M-19). Asalto perpetrado en el costado norte
de la Plaza de Bolívar, frente a la sede del congreso y a una cuadra de la
“Casa de Nariño” o residencia presidencial. Sin pensar ni remotamente que luego
de casi 40 años, de aquel suceso que informaban los noticieros y que los escuchaba en la vieja radio Sony de mi padre, en mi Huari querido, pasearía absorto e inquieto
contemplando pensativo el núcleo
de la sombría efemérides. Intenté acercarme imaginariamente a los hechos al tiempo de admirar su arquitectura y la relevancia histórica de
los monumentos y efigies que adornan el centro histórico de la capital cafetera
Pero Bogotá significaba aún más en mi
periplo cronológico vivencial. Desde muy niño, pese a la lejanía, se establecieron caminos que me conectaron
con ella, como el futbol, aprisco de mi memoria donde se encerraron
por siempre los nombres que jamás olvidaría y que recobraron los bríos de los
viejos tiempos. Nombres como del extraordinario Wellington Ortiz, del portero “Zape” el que le atajara dos penales al “Nene”
Cubillas, de Maturana, de “El pecoso”
Castro, Juan Caicedo. Aquellos con los que nuestra bicolor disputara la final de “Copa América de 1975”
donde salimos campeones. Y las clasificatorias
para el Mundial de España 1982, que la ganamos holgadamente, y que en nuestro Huari lo vivíamos y festejábamos animados por los programas noticioso y deportivos de la época.
Contemplar desde lo alto del Mirador de Monserrate
el estadio Nemesio Camacho “El Campín de Bogotá” me llenó de nostalgias
infantiles y recordé a mis amigos de niñez Josué “Pachín”
Muñoz , "Cachi" Carlos, mi hermano Gino y otros con
quienes solíamos reunirnos para escuchar las transmisiones radiales que se
originaban en este recinto y que paralizaban al Perú entero. Con ellos
celebramos el golazo de Guillermo “El Tanque” La Rosa, anotación formidable
tras proyección del “Chiquillo Duarte y
un par de gambetas endemoniadas de “Patrulla” Barbadillo cuya precisión milimétrica devino en el frentazo del notable centro delantero nacional
silenciando a los miles de asistentes al mítico estadio bogo . Y en este mismo partido lamentamos también el penal errado por el “Nene” Cubillas frente
al portero Zape. Bien dicen que la infancia es la cantera de los escritores y
que portarla y tenerla en cada momento, no sólo te prolonga la vida
sino que te hace un hombre feliz. Así me sentí al recordar a mis amigos de
infancia, de adolescencia y de siempre al contemplar “El Campín de Bogota”
Bogotá, es también la “Quinta de
Bolívar”, uno de los epicentros de las postrera estación en la
vida del libertador de América y que fuera
novelada por Gabriel García Marquez en “El General en su Laberinto”. Relato que es un acercamiento mítico, histórico
y humano a la figura de Simón Bolívar. La pluma de Gabo refiere en sus detalles
mínimos la inmensa aventura independentista que, impulsada por Bolívar, cambió
el destino de América, como también los
pasajes intensos y culminantes de su
existencia vividas en este santuario histórico. Visitarla fue algo así como conciliar mis lecturas
reiteradas de la obra del Nobel colombiano con el proscenio real donde el epónimo personaje contempló las ruinas de
sus sueños de unidad americana.
En esta quinta inmensa se conservan indemnes los espacios favoritos del
Libertador: su escritorio, su sala de
gala, su dormitorio y muchos cuadros y
condecoraciones que le fueran entregados, algunas de ellas por nuestra patria.
Ahí vivió Bolívar con la bella y aguerrida quiteña Manuelita Sáenz cuyos
amoríos son de leyenda, y han devenido en varias publicaciones. Contemplé con
admiración el espacio asignado a José Palacios, el negro liberto que cuidó a
Bolívar desde su infancia hasta su muerte. Personaje cuya existencia me inspiró
valores como la nobleza, la lealtad y la veracidad. Fue un paseo espectacular
donde gracias a la autorización de Esperanza, nuestra ilustrada “Guía”, hice
mis pininos como tal.
No resultaría ni motivador, ni interesante
para mis lectores este relato, de
no haber ocurrido algunas situaciones especiales durante el viaje, en especial de Bogotá a Cartagena de Indias. Se reduciría
a un mero trámite de aeronavegación. No fue así gracias a que en la terna de
asientos viajaba junto a nosotros una escritora cartagenera que volaba a su
ciudad natal para participar en el “Hay Festival de Cartagena 2020” y a
quién la
aparté de su lectura
silenciosa para enfrascarme en una conversación amena sobre literatura y
política, y de cuando en cuando lanzarle
preguntas, las mismas que respondía con suma cordialidad. Cuando
sobrevolábamos sobre un rio caudaloso
que desde lo alto aparece como una
serpiente aletargada, le pregunté si aquel
rio era el Magdalena, la misma que asintió. Este río tan presente en mis
lecturas me arrastró a otras preguntas, como la ubicación de Aracataca, de
Santa Martha, de Rio Hacha, del Cauca etc. Escenarios de la oceánica producción
literaria colombiana, en especial de sus naves insignias, “Cien años de soledad” de Gabo y “María” de Jorge Isaac. Además, el Magdalena, fue la ruta lacustre postrera por donde
Bolívar, el gran libertador,
viajara rumbo a San Martha donde
finalmente murió.
Como anécdota de este viaje
entretenido quedan los largos segundos
de notoria turbulencia que vivimos y que nuestra ocasional acompañante
mitigara con su silencio y serenidad condolientes,
seguramente para no alarmarnos. Intento infructuoso porque el pánico
generalizado y el anuncio de la tripulación retrataban minutos de alta
tensión. Con alivio, una vez llegado a
Cartagena de Indias, nuestra simpática acompañante liberó la siguiente
frase: “Viajo desde hace más de 30 años, desde y hacia esta ciudad,
y nunca ocurrió esto”. Finalmente,
entendiendo mi afición por la literatura
me obsequió un pase para uno de los conversatorios del “Hay Festival de
Cartagena 2020”. Como llegamos al medio día, nos alistamos con mi esposa rápidamente y logramos aun presenciar la
parte final de uno de los conversatorios que se desarrollaba en la sala de
convenciones en el centro de la
ciudad.
Difícilmente se desprenderán de mi
memoria la cordialidad y calidez humana
de los colombianos con quienes me topé y
que no fueron pocos. Los cordones umbilicales que sostuvieron aquellas alegres
conversas fueron la literatura, el
fútbol y la política, trio ágil y desbordante donde peruanos y colombianos tenemos similitudes históricas, con luces intermitentes y sombras borrascosas. En el futbol, nos emparentamos por el estilo alegre y fino,
dotados de jugadores talentosos y procesos intermitentes
de éxitos y fracasos. En la
política nos “distingue”
transversalmente la corrupción y el narcotráfico y en la literatura contamos
con los más grandes narradores del mundo y dos premios Nobel: García Márquez y
Vargas Llosa. Ambos somos países con
fisuras profundas y heridas que aún no restañan. Ambos, contienen estirpes condenadas a “cien años de soledad” y que aún esperan
una oportunidad sobre la tierra, como escribiera un día el Nobel colombiano. Ambos, finalmente, somos
países fascinantemente bellos. No sé si
volveré algún día, me gustaría claro está, por
ejemplo conocer Aracataca. Es un sueño que habrá que redimir. Creo que
mientras hay vida hay espacio para soñar.
Dos momentos que quiero compartir con ustedes
mis amables lectores porque funden mis recuerdos con la posteridad y por
siempre. Momentos en los que se
entremezclan la simpleza de la vida con los caprichos sorprendentes de la
naturaleza, cuyas formas y fondos te detienen con su stop facundo y sonoro invitándote a meditaciones
y evocaciones ulteriores: La
primera, mi charla, en una de las Islas
del Rosario, con dos amigos colombianos de apariencia futbolera. En especial
con uno de ellos que ante mi insinuación, por su parecido, de ser un famoso jugador colombiano, me sonrió
y preguntóme si yo era uruguayo, pero al aclararle que era del Perú
lanzó un sonoro ¡Arriba Alianza!, que inmediatamente respondí con un ¡Dale U!.
Se declaró hincha confeso del equipo blanquiazul. Me parece bien le dije
y añadí que mi padre y algunos de
mis hermanos son también
blanquiazules. Me sorprendió gratamente
su afinada cultura y su conocimiento, apego y respeto por el futbol peruano. Fue una charla amena frente al cautivante mar del caribe
y bajo la fronda de las palmeras tropicales y la mirada atenta de las aguas turquesas espléndidamente
mansas. Breves vasos de cerveza y un
cumulo de temas como la política y sobre su percepción de su
Colombia actual consumieron los largos minutos de mi estancia en una de las
Islas del Rosario.
Y
justamente al retornar de las Islas del
Rosario arrecieron los vientos y la
capitanía del puerto no autorizo retornar por la misma ruta, sino virar por
otra por precaución. Aquel retorno
resultó impresionante: el viento que
agitaba el mar y nuestro deslizador que “volaba” en contra corriente empapándonos de agua en medio de una carga inusual de
adrenalina. De pronto, a lo
lejos, absortos contemplamos un
punto donde el mar parecía
fracturarse ante nuestra mirada. Una de
color turquesa y la otra turbia y ennegrecida donde dos adolescentes parecían
levitar. Me pareció un espejismo. ¡Que hacían esos jóvenes caminando sobre el
mar? En realidad no fue tal cosa, lo que sucedió es que por ese punto discurría
una corriente de agua negra y que luego
se internaba entre los manglares lozanos y exuberantes, por una especie de río
que finalmente desemboca muy cerca al litoral ¡Espectacular realmente!
Cartagena,
es una ciudad bella, que conserva entre sus brazos como meciéndola a la ciudad amurallada de
obligatoria visita. A ésta última, la
ciudad vieja y amurallada la visitamos cuando caía la tarde sabatina y cuando nos aprestábamos a ingresar por la
emblemática “Puerta del Reloj”
irrumpieron en la franja que separa la
ciudad vieja con el hermoso bulevar un grupo de alegres comparsas que ejecutaban
danzas afrocolombianas de caudaloso
ritmo y gracia. Una ciudad de belleza divina, porque nos bastó con dar un paso dentro de la muralla
para verla en toda su grandeza a la luz dócil de las seis de la tarde. Si el hechizo de su arquitectura te deslumbra
en el instante, ésta se agranda cuando caminando por sus calles estrechas te topas con
sus balcones que cual jardines
descuelgan buganvilias y diversas flores de colorido alegre.
Cartagena de Indias fue tierra de corsarios y bucaneros, emporio
donde llegaba el oro de las indias. Tierra de migrantes africanos que no conservaron muchas de sus creencias y de sus modos de vida y sus
religiones de sus antepasados africanos. "Porque la imposición de
los españoles sobre ellos era tan fuerte que el sincretismo se hizo mucho más
profundo y lo que tienen es más bien un catolicismo pervertido. Pero en cambio
en Cuba y en el Brasil se mantuvieron intactas esas religiones, esas creencias,
y por consiguiente ese modo de vivir" Así escribió algunas Gabo, añadiendo con su prosa incomparable "Cartagena
es una ciudad que han intentado destruir durante más de cuatrocientos años, y,
creo, está más viva que nunca". Allí el futuro
autor de Cien años de soledad publicó su primer artículo periodístico –en la
página 4 del periódico El Universal– y fundó, junto con Guillermo El Mago
Dávila, el periódico que hoy es considerado por muchos como el más pequeño del
mundo: Comprimido. Fue en la capital del departamento de Bolívar donde el escritor decidió construir una casa a su medida, entre la Calle del Curato de Santo Toribio y una avenida que bordea las murallas. Cartagena fue también la ciudad donde murió José Palacios, el negro liberto, fiel y pertinaz celador del Libertador de América.
Finalmente agradecer a Dios y la vida , a mi hijo y a Marielita, a los que nos congratularon y nos enviaron mensajes sinceros. Agradecer a ese hermoso país cafetero que nos recibió de maravillas y nos dejó incrustados en la memoria y corazón, para la posteridad, recuerdos de vivencias seguramente irrepetibles.
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En la Plaza Bolívar y enfrente "El Palacio de Nariño" |
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Solares de ensueño en Cartagena de Indias |
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Bulevar idílico en la "Ciudad amurallada" - Cartagena |
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"Noche sosegada en una ciudad mágica" |
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La belleza de la mujer colombiana. |
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"Museo del Oro- Bogotá" |
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¡Alma de niño grande! |
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Legendaria "Torre del Reloj" pórtico de la ciudad amurallada |
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"En un mágico rincón del Caribe"
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Solar decimonónico en Bogotá |
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La "Quinta de Bolívar" Bogotá. |
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Santa Fe de Bogotá, desde el Mirador de Monserrate |
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Doto y Made, en un mágico rincón del Caribe |
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Quinta de Bolívar ...Patrimonio histórico |
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Biblioteca del insigne Libertador |
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Sala privada del Libertador donde pasaba largas horas con Manuelita Saenz |
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Santuario del "Divino Niño" - Bogotá |
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En un alto dentro del Mirador de "Nuestra Señora de Monserrate" |
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Visita generosa de la familia huarina Sotelo Espinoza en Bogotá |
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En la Iglesia Santo Domingo de Cartagena de Indias, dejando el
escapulario de "Mama Huarina" |
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Bajo la fronda de un árbol caribeño, dentro de la ciudad amurallada |
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El "Grupo Esperanza" con los que compartimos el pletórico tour en Bogotá |
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"La Bandeja Paisa" Por su puesto que la degustamos |
Noche de conmemoración en el Hotel Dann de Cartagena
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30 años y que vengan muchos más. |
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Rumbo a las Islas del Rosario |
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El ser humano es único donde se encuentre. |
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En las mansas y cristalinas aguas del Caribe |
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"Museo del Oro" - Bogotá |
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"Museo del Oro" - Bogotá |
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En la isla del Sol ...Juntos |
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Fachada de la Iglesia del "Divino Niño" |
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En una de las puertas del Palacio de Nariño |
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Rumbo al Mirador... |
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En la cima de la hermosa colina y al fondo la capital Colombia |
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Como mirando a los Piratas y Bucaneros, desde la ciudad amurallada. |
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Conectándome con la historia...Plaza Bolívar |
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Como pez en el agua... |
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En un alto de la "jornada" inolvidable |
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Bajo la efigie del egregio americano: Simón Bolívar |
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