NESTOR SOTELO AGÜERO (Huari - 1927) |
Antes de escribir este homenaje a mi viejo maestro de los primeros grados de primaria (hasta el tercer grado) tuve que corroborar algunos datos y refrescar mi memoria apoyado en la de mi amigo de infancia y de siempre, además condiscípulo, Martín Salas Vidal, en un cruce de informaciones vía wasap, yo de vacaciones en esta Lima moderadamente cálida y él en sus labores de ingeniería en las alturas del gélido Ticlio. Fue una breve pero emotiva conversación en torno a nuestro viejo maestro. Arribamos a la máquina del tiempo, escapándonos momentáneamente de nuestros afanes, y el vagón imaginario y generoso nos transportó hasta aquellos años de la primera mitad de la década del setenta del siglo pasado. Ahí anduvimos momentáneamente y ubicamos a nuestro ilustre preceptor y lo encontramos amable, cariñoso elocuente con su voz inconfundible al tiempo que su dedo índice apuntaba al cielo en un juego agradable de armonía entre la comunicación verbal y no verbal. A pesar de la lejanía del tiempo no han desfallecido nuestros recuerdos y hoy, en el anochecer del 08 de enero en que escribo han vuelto a florecer como en primavera.
En el
último octubre, durante las
celebraciones de nuestra fiesta patronal en Bocanegra, al acercarme a saludarlo
con la atención que su legado amerita y aconseja
me pidió mi dirección domiciliaria
y mi número telefónico, los mismos
que se los entregué atentamente. No tenía la menor idea del porqué de su pedido, hasta que los últimos días de noviembre mi padre
me informó que habían dejado en la casa
un paquete destinado para mí, cuyo remitente era el Maestro Néstor Sotelo
Agüero. Lo recogí presuroso y lo
descubrí en el acto, se trataba de una colección frondosa de
publicaciones de diferente temática enmarcada dentro del carril cronológico de
su prolija existencia y escrita en diferentes momentos.
Confieso
que para este modesto servidor se trataba de un
encargo invalorable que además me
honra y enorgullece. Cuantiosa
colección de crónicas, ensayos,
narraciones y evocaciones. Títulos solemnes como “La sociedad huarina del siglo XX” , “El legendario y Tradicional
Huaridanza” y “Huarirunas
quechuahablantes”; otros más
entrañables que descubren los sinuosos
senderos de un maestro caminante preñado
de vivencias mil como: “Periplos de un maestro”, “Semblanzas de un
viajero” ,”Huari runa Yachatzicoj” y “Semblanzas de un deportista”; en este sabroso buffet de reminiscencias
escritas con el corazón las hay también
para el deleite y el disfrute como “Los mañosos de Huari”, “Cuentos Chistes
y Anécdotas” y “Apodos de algunas ciudades de Ancash”. Títulos diversos, información importante a manera de
interrogantes y afirmaciones como “¿Por
qué Huari se fundó en la actual ciudad”, “Huari ecológico y sus bondades”,
“
La naturaleza y sus riquezas expresadas en quechua huarino” y como
para redondear una faena literaria, desconocida aún para muchos huarinos, un suculento
homenaje al emperador de los prados de nuestra serranía: “Pichiuchanca huarino”.
En agradecimiento por el valioso encargo recibido le
expreso, henchido de orgullo por ser discípulo suyo, estas
líneas de agradecimiento que seguramente
asoman insuficientes y limitadas tratándose de una personalidad huarina que ha
superado la valla de los noventa años
vividos con intensidad cuyos
rastros se vislumbran en los 25 folletos, haz de fibras, que entretienen, informan, enseñan y educan.
Gracias Maestro por compartir sus memorias fabulosas con este modesto servidor,
cóndor nostálgico que se emociona y enorgullece al escribir para uno de los suyos y mediante el encantamiento que produce la
lectura ser partícipe de sus crónicas, ensayos y semblanzas y con esa magia del “leer” acompañarlo en su largo periplo de
maestro por costa , sierra y selva, y en
este último descubrir con regocijo
pueblitos de nombres tan curiosos
como “Pensamiento” “Carpa” y el
pintoresco “Singa”, a orillas del Marañón, donde
las gallinas llevan una canastita en la cola que impiden que sus huevos
se precipiten por la pendiente hacia el caudaloso rio. Acompañarlo también en sus
“pichanguitas” con pelota de trapo y de “Pucash” de chancho junto a la “Capilla
de San Francisco” y compartir su rabia y
tristeza cuando “Ufichu” a la orden de
doña Carmen Angulo despedazaba la pelota de jebe que accidentalmente caía en el techado de la mítica capilla
ubicada en la “Alameda Pampa” ha bitad del no menos legendario
“Saucecito”. Asimismo descubrir, mediante
las celditas sonoras llamadas palabras que se han descolgado de su intelecto y su memoria generosa, su alma de maestro plasmadas en vivencias de educador en una época de
carencias y olvidos y no haber desfallecido ni capitulado frente a los retos que planteaban aquellas
tristes realidades de los pueblos del Perú profundo y que lo acompañaron desde los albores de su vida
docente en el pintoresco Uco, hasta el final de la jornada en la ciudad de Lima.
Merece un párrafo aparte su impronta en el ejercicio ciudadano, su
compromiso irrenunciable con los
destinos de su terruño que en los
turbulentos años noventa, al retorna a Huari,
le obligó asumir la presidencia
del Frente de Defensa de Huari que
recogiera el clamor de los ciudadanos y
empuje el tren del desarrollo de nuestra provincia. Años aquellos de diásporas y miedos de escasez de
candidatos y de fondos municipales famélicos y muy a pesar
de ello se encaminaron obras importantes y trascendentales.
Hoy cuando ya asoma
el crepúsculo de su existencia en medio del arrebol y sus luces purpúreas que, sin duda alguna, iluminarán la senda de los suyos y los no suyos
al calor y abrigo de su impronta, de sus
vivencias, de sus ejemplos y de su prédica paternal, amical, magisterial y cívica,
los mismos que he podido vislumbrar
leyendo sus memorias que con consideración
inmerecida me las envío, me obligan
desde este torreón imaginario agradecerle y expresarle que los he leído con fruición
y emoción, me he divertido y nutrido a la vez y confirmado mis
convicciones sobre nuestro amado Huari en cuanto a su condición de pueblo con historias y
leyendas, con personajes inverosímiles con paisajes de ensueño, universo mágico
en donde tuvimos la fortuna de nacer.
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