"El verdadero camino de exploración no consiste en descubrir
nuevas tierras, sino en tener nuevos ojos" (Marcel Proust)
No hay mejor
destino que nuestra tierra. Soy un convencido de aquello. Mi conclusión se
asienta en pilares afectivos irremplazables en el tiempo: Mis padres, hermanos, mi casa,
mi Barrio, en general mi Huari con sus fortunas y miserias, con sus
esperanzas y desesperanzas. Suelo “volar” a ella, en cuanto tengo tiempo, a
guarecerme en sus entrañas y en las noches apacibles intentar encontrar
respuestas, en la tierna mirada de “Mama Huarina”, a mis
inquietudes, aflicciones, penas, dudas y preocupaciones más
recónditas que sólo ella puede escrutarlas. Ese acto de presencia frente a su
imagen adorada, suele regalarme tranquilidad. Ella, es el lenitivo para el
lacerante corazón, paz para las almas del eterno cosmos e inspiración
para los bardos del celaje azul que en cada octubre festivo cantan sus mirificas glorias.
Esta visita,
además, me sirvió para refrescar mi retina con imágenes de caminos y
lugares que en otrora alimentaron mi memoria y me hicieron inmensamente
feliz. Por ello, quiero detenerme para compartir con mis lectores
la inesperada visita a ese paraje hermoso llamado “Patay”, ubicado
a más o menos 12 Km.
de la ciudad de Huari. Este bonito lugar, es un conglomerado de
casas - hacienda bañada por el río Puchca, tributario del Marañón y el
Amazonas, cuyas aguas, en esta época del año, discurren mansas
y limpias rumbo al Atlántico. Nunca había ingresado al mismo Patay, por eso, la
visita resultó fascinante. En alguna oportunidad lo circundé camino a
Huachis por el sempiterno e imponente “Capaq Ñan” o “Camino del Inca”
para representar futbolísticamente a mi colegio “González Prada”.
Al no existir la carretera, los caminantes, debíamos vencer, sudando la
gota gorda , la empinada cuesta que va desde “Puma punku” pasando por “Ushnu”, y
Castillo para finalmenmte llegar a Huachis
Patay, hechiza desde sus
entretelones, te abruma de energía, La carretera que la circunda esta orillada
de frondosos molles cuyos ramajes parecen regocijarse ante cada visita.
Ellos son los que dan la bienvenida, moviendo sus amicales brazos al compás de
la brisa del manso "Puchca”. La entrada a este espacio vital es un
estrecho e inadvertido atajo que se desprende de la vía carrozable que va
hacía Huachis. Breve, pero algo empinado te conduce hacia su plaza
principal obligándote bajar con algo de cuidado. Su plaza, no desentona con su
entorno henchido de verdor, además de ser el ombligo del lugar, reboza de
frescura, tan necesaria en estos meses calurosos. En una de las esquinas
se ubica la capilla precaria que alberga con holgura y
alegría la fe de las familias genuinas del lugar: Los López, los Vidal,
los Roldán que, año tras años, se dan cita para celebrar su fiesta
patronal. Hacia el este, la solariega casa de los Vidal
Valladares de paredes erosionadas por el tiempo parecen extrañar su años de
gloria. En este punto del paraje se alza una pequeña pileta de vetusta apariencia como aquellas del Huari de antaño; hacia el Norte muros añosos delimitan las propiedades de los
López y un caminito que parte casi desde el punto central nos conduce a la
casa hacienda de esta familia.
La fiesta se celebra con
fervor, los troncos, entrado en años, han devenido en multitudes. De sus
frondosos árboles genealógicos se han descolgado numerosas familias, la
mayoría de ellas asentadas en diversas ciudades del Perú y el mundo. Me
encontré con algunos de mis coetáneos y otros mayores como los hermanos Roldán:
Julio. Américo, Clelia, Edgar, Pedro, Doris, Pancho, Tito. Tambien los
López: Palmiro, Marco, Betty, Hugo. Con éste último en agradable conversa departimos
gratos minutos en la casa de los funcionarios de la fiesta. Asimismo, los Vidal, la
mayoría ausentes por la muerte de uno de los suyos, sólo se dejaron ver don
Silvino, su esposa doña Hilda y su único hijo presente, Edgar.
Por
expresa invitación de mi primo César Zorrilla abandoné la fiesta para
conocer las casonas que alberga este bucólico y romántico paraje. Salimos
con disimulo. La tarde veraniega, el entorno saturado de
verdor y el silencio agradable de esas horas nos alentaban e invitaban a
darnos un paseíto. Mi ocasional guía me encamino por las estrechas
callejuelas y con suma generosidad me ilustró detallosamente cada rincón.
César, es cuñado de Marco López, un pataino de estirpe y por lo que
percibí se mueve como pez en el agua por esos lares. Distendidos nos
detuvimos en el “oconal” vacío y silencioso
de la plaza, reposamos cómodamente en posición de
cubito dorsal, por unos minutos mirando arriba, observando las colosales moles que la circundan,
las mismas que proyectan gigantescas
sombras dando la impresión de un prematuro crepúsculo. Exactamente hacia el sur,
enfrente nuestro, se alza imponente el
cerro tutelar de dulce nombre “Pan de azúcar”. Su forma piramidal esculpida con
precisión por el creador, le permite destacar frente a las demás. Luego de tan agradable avistamiento, nos encaminamos a los
solares de los López, especie de casona inmensa cuyas
paredes, puertas, ventanas y
pasillos dan fe de sus años de gloria. En uno de los breves
corredores de aleros salientes, típicos en las construcciones de aquellos
años, nos detuvimos en agradable charla y aprendizaje. Algunos detalles convocaron mi atención: los idénticos pilares de las casonas, propias de las casa- haciendas; los cómodos poyos, testigos de innumerables conversas nocturnas; las lóbregas cocinas ennengrecidas por el humo de la leña; su pequeño zaguán y al lado su diminuto huerto con lo insdispensable para una buena sazón: cebolla, culantro, yerba buena, orégano, ruda, rocoto, chinchu, perejil, manzanilla, anís silvestre, etc. Sentado en el mudo poyo Imaginaba
silencioso sus noches de luna, el cielo invicto de nubarrones, pero
repleto de estrellas, el canto del “Puchca” y las pláticas
interminables de los lugareños. Patay, es una burbuja donde el visitante
levita, porque sin el peso de las preocupaciones y los apuros citadinos,
desentendido del bullicio y la despreciable contaminación acústica de las
grandes urbes, la vida discurre apacible y placentera. Como colofón del paseíto
inolvidable recalamos en el inmenso huerto de frutales, propiedad de los
López, huerto aromado por naranjos, paltos, membrillos, limas, manzanos y chirimoyas que limita exactamente con el Puchca. Me llevé de recuerdo jugosas y sabrosas limas que llegando a casa las escancié con gusto.
Desfallecía la tarde , se acercaba el ocaso. Mis hermanos
Michel y Vladimir junto a mi esposa e hijo ya se habían enrumbado a la ciudad. Despreocupados y confiados en la hospitalidad de mis primos César y
Elenita me dejaron solo, Entonces, decidí retornar de la manera como me
gusta: Caminando. Una manera de recordar viejos tiempos de docente bisoño
cuando ganaba, con relativa facilidad, largas distancias, especialmente
Mallas donde me inicie como docente y posteriormente el inolvidable
Ampas. Emprendí mi retirada con el corazón agradecido y cierto temor por lo avanzado de la tarde, sin
embargo, para fortuna mía, me encontré en
el trayecto con Flormira Verde y Elenita Pantoja, ambas mis ex colegas docentes
en el Pedagógico de Huari. Elenita se dirigía a Huachis, la embarcamos y
con Flormira y su inquieto sobrino nos enrumbamos por el camino polvoriento
hacia Pomachaca. Fue una caminata de aquellas por placentera y entrañable. Ni
el polvo enojoso, ni la distancia mermaron la tranquilidad del agradable
retorno. Conversando diversos temas transversales a nuestros intereses de
educadores. Recordamos tambien a los recientemente fallecidos, don
Julián Valle y esposa doña Yolanda Verde, tíos de Flormira,
tratando de encontrar respuestas a las tragedias de la vida. De cuando en
cuando mirando el río y el cielo, deteniéndonos en algún
recodo, para observar los remansos del “Puchca” que parecían
invitarnos a un chapuzón. Así llegamos a Pomachaca, donde me dio el alcance mi
hermano Michel. Con su cómodo bólido llegamos a Huari en breves minutos.
La cohesíon, la pervivencia y la proyección interminable en el tiempo de los genuinos lugareños en su natal Patay, reposa en una ley inapelable: "Prohibido vender alguna propiedad, salvo que el comprador sea de la misma familia"
La cohesíon, la pervivencia y la proyección interminable en el tiempo de los genuinos lugareños en su natal Patay, reposa en una ley inapelable: "Prohibido vender alguna propiedad, salvo que el comprador sea de la misma familia"
Ya en la noche en el “Mishi
Rock” al compás de una banda rockera,
vino el desborde. Sendas copitas de anisado “Najar”
hicieron efecto. La noche se alborotó con los clásicos del rock ochentero.
“Lamento Boliviano” fue la canción que rompió fuegos de una noche y
madrugada inolvidables. Al día siguiente nos esperaba la “Yantada” de los
tíos “Salas Reyes”. Esa es otra historia.
Mi agradecimiento a mis primos César y Elenita Zorrilla, a Marco López, Jesús Guevara y al funcionario de la fiesta don Palmiro López, por su hospitalidad.
Mi agradecimiento a mis primos César y Elenita Zorrilla, a Marco López, Jesús Guevara y al funcionario de la fiesta don Palmiro López, por su hospitalidad.
Huari, 29 de agosto de 2013
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