martes, 6 de agosto de 2013

"PATAY, paraje de ensueño"

   
"El verdadero camino de exploración no consiste en descubrir
nuevas tierras, sino en tener nuevos ojos" (Marcel Proust)
    

      No hay mejor destino que nuestra tierra. Soy un convencido de aquello. Mi conclusión se asienta en pilares afectivos irremplazables en el tiempo: Mis padres,  hermanos, mi casa, mi  Barrio, en general mi Huari con sus fortunas y miserias, con sus esperanzas y desesperanzas. Suelo “volar” a ella,  en cuanto tengo tiempo, a guarecerme en sus entrañas y en las noches  apacibles intentar encontrar respuestas,  en la tierna mirada de “Mama Huarina”,  a mis inquietudes,  aflicciones,  penas, dudas  y preocupaciones más recónditas que sólo ella puede escrutarlas. Ese acto de presencia frente a su imagen adorada, suele regalarme tranquilidad. Ella, es el lenitivo para el lacerante corazón,  paz para las almas del eterno cosmos e inspiración para los bardos del celaje azul que en cada octubre festivo  cantan sus mirificas glorias.

     Esta visita, además,  me sirvió para refrescar mi retina con imágenes de caminos y lugares que en otrora alimentaron  mi memoria y me hicieron inmensamente feliz. Por ello,  quiero detenerme para compartir con mis lectores la  inesperada visita a ese paraje hermoso llamado “Patay”,  ubicado a más o menos  12 Km. de la ciudad de Huari.  Este bonito lugar,  es un conglomerado de casas - hacienda bañada por el río Puchca, tributario del Marañón y el Amazonas, cuyas aguas, en  esta época del año,  discurren mansas  y limpias rumbo al Atlántico. Nunca había ingresado al mismo Patay, por eso, la visita resultó fascinante. En alguna oportunidad lo circundé  camino a Huachis por el sempiterno e imponente “Capaq Ñan”  o “Camino del Inca” para representar futbolísticamente  a mi colegio “González Prada”.  Al no existir la carretera, los caminantes, debíamos  vencer, sudando la gota gorda , la empinada cuesta  que va desde “Puma punku” pasando por  “Ushnu”, y  Castillo para finalmenmte llegar a Huachis

    Patay,  hechiza desde sus entretelones, te abruma de energía, La carretera que la circunda esta orillada de frondosos molles cuyos ramajes parecen  regocijarse ante cada visita. Ellos son los que dan la bienvenida, moviendo sus amicales brazos al compás de la brisa del manso "Puchca”. La entrada a este espacio vital es un estrecho  e inadvertido atajo que se desprende de la vía carrozable que va hacía  Huachis. Breve,  pero algo empinado te conduce hacia su plaza principal obligándote bajar con algo de cuidado. Su plaza, no desentona con su entorno henchido de verdor, además de ser el ombligo del lugar,  reboza de frescura, tan necesaria en  estos meses calurosos. En una de las esquinas se ubica la  capilla precaria que alberga  con holgura y alegría  la fe de las familias genuinas del lugar: Los López, los Vidal, los Roldán que, año tras años, se dan cita para celebrar su fiesta patronal.   Hacia el este,  la solariega casa de los Vidal Valladares de paredes erosionadas por el tiempo parecen extrañar su años de gloria. En este punto del paraje se alza una pequeña pileta de vetusta apariencia como aquellas del Huari de antaño;  hacia el Norte  muros añosos delimitan las propiedades de los López y  un caminito que parte casi desde el punto central nos conduce a la casa hacienda de esta  familia. 

    La fiesta se celebra con  fervor, los troncos, entrado en años, han devenido  en multitudes. De sus frondosos árboles genealógicos se han descolgado  numerosas familias, la mayoría de ellas asentadas en diversas ciudades del Perú y el mundo. Me encontré con algunos de mis coetáneos y otros mayores como los hermanos Roldán: Julio.  Américo, Clelia, Edgar, Pedro, Doris, Pancho, Tito. Tambien los López: Palmiro,  Marco, Betty, Hugo. Con éste último en agradable conversa departimos gratos minutos en la casa de los funcionarios de la fiesta. Asimismo,  los Vidal,   la mayoría ausentes por la muerte de uno de los suyos, sólo se dejaron ver don Silvino, su esposa doña Hilda y su único hijo presente, Edgar.

            Por expresa invitación de mi primo César Zorrilla abandoné  la fiesta para conocer las casonas que alberga este bucólico  y romántico paraje. Salimos con disimulo. La tarde  veraniega, el entorno saturado  de verdor  y el silencio agradable de esas horas nos alentaban e invitaban a darnos un paseíto. Mi ocasional guía me encamino por las estrechas callejuelas  y con suma generosidad me ilustró detallosamente cada rincón. César,  es cuñado de Marco López, un pataino de estirpe  y por lo que percibí se mueve como pez en el agua por esos lares.  Distendidos nos detuvimos en  el “oconal” vacío y silencioso de la plaza,  reposamos cómodamente en posición de cubito dorsal, por unos minutos  mirando arriba, observando las colosales  moles que la circundan, las mismas que  proyectan gigantescas sombras dando la impresión de un prematuro crepúsculo. Exactamente hacia el sur, enfrente nuestro, se alza imponente  el cerro tutelar de dulce nombre “Pan de azúcar”. Su forma piramidal esculpida con precisión por el creador, le permite  destacar frente a las demás.  Luego de tan agradable avistamiento, nos encaminamos a  los solares de los López,  especie de casona inmensa cuyas  paredes, puertas,  ventanas y pasillos  dan  fe de sus años de gloria.  En uno de los breves corredores de aleros salientes, típicos en las construcciones  de aquellos años,  nos  detuvimos en agradable charla y aprendizaje. Algunos detalles  convocaron  mi atención: los idénticos  pilares de las casonas, propias de las casa- haciendas;  los cómodos poyos, testigos de innumerables conversas nocturnas; las lóbregas cocinas ennengrecidas por el humo de la leña; su pequeño zaguán y al lado su diminuto huerto con lo insdispensable para una buena sazón: cebolla, culantro, yerba buena, orégano, ruda, rocoto, chinchu, perejil, manzanilla, anís silvestre, etc. Sentado en el mudo poyo  Imaginaba silencioso sus noches de luna, el cielo invicto  de nubarrones, pero repleto de estrellas, el canto del “Puchca” y las pláticas interminables de los lugareños. Patay, es una burbuja donde el visitante levita, porque sin el peso de las preocupaciones  y los apuros citadinos, desentendido del bullicio y la despreciable contaminación acústica de las grandes urbes, la vida discurre apacible y placentera. Como colofón del paseíto inolvidable recalamos en el inmenso huerto de frutales, propiedad de los López,  huerto aromado por naranjos,  paltos,  membrillos, limas,  manzanos y chirimoyas que limita exactamente con  el Puchca. Me llevé de  recuerdo jugosas y sabrosas limas que  llegando a casa las  escancié con gusto.   

            Desfallecía la tarde , se acercaba el ocaso.  Mis hermanos Michel y Vladimir junto a mi esposa e hijo ya se habían enrumbado a la ciudad. Despreocupados y confiados en la hospitalidad de mis primos César y Elenita me dejaron solo, Entonces, decidí retornar de la manera como me gusta: Caminando. Una manera de recordar viejos tiempos de docente bisoño cuando ganaba, con relativa facilidad, largas distancias, especialmente  Mallas donde me inicie como docente y posteriormente el  inolvidable Ampas. Emprendí  mi retirada con el corazón agradecido y  cierto temor por lo avanzado de la tarde, sin embargo,  para fortuna mía,  me encontré en el trayecto con Flormira Verde y Elenita Pantoja, ambas mis ex colegas docentes en el Pedagógico de Huari. Elenita se dirigía a Huachis,  la embarcamos y con Flormira y su inquieto sobrino nos enrumbamos por el camino polvoriento hacia Pomachaca. Fue una caminata de aquellas por placentera y entrañable. Ni el polvo enojoso, ni la distancia mermaron la tranquilidad del agradable retorno. Conversando diversos temas  transversales a nuestros intereses de educadores. Recordamos tambien  a los  recientemente fallecidos, don Julián Valle y  esposa doña  Yolanda Verde, tíos de Flormira, tratando de encontrar respuestas a las tragedias de la vida. De cuando en cuando  mirando el  río y el cielo, deteniéndonos  en algún recodo,  para  observar  los remansos del “Puchca” que parecían invitarnos a un chapuzón. Así llegamos a Pomachaca, donde me dio el alcance mi hermano Michel. Con su cómodo  bólido llegamos a Huari en breves minutos.

        La cohesíon, la pervivencia  y  la proyección interminable en el tiempo de los genuinos lugareños en su natal Patay,  reposa en una ley inapelable: "Prohibido vender alguna  propiedad, salvo que el comprador  sea  de la misma familia"

Ya en la noche en el “Mishi Rock” al compás de una banda rockera, vino el desborde. Sendas copitas de  anisado  “Najar” hicieron efecto. La noche se alborotó con los clásicos del rock ochentero. “Lamento Boliviano” fue la canción que rompió  fuegos de una noche y madrugada inolvidables.  Al día siguiente nos esperaba la “Yantada” de los tíos “Salas Reyes”. Esa es otra historia.

Mi agradecimiento a mis primos César y Elenita Zorrilla, a Marco López, Jesús Guevara y al funcionario de la fiesta don Palmiro López,  por su hospitalidad.   

Huari, 29 de agosto de 2013

  

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