Cuando ya la tarde languidece en esta Lima alborotada y caótica y renacen miles de luces en los baApuntes de bitácora
Recuerdos de Navidad
Cuando ya la tarde languidece es esta Lima alborotada y caótica y renacen miles de luces en los balcones y fachadas de las casas; en los atajos, calles, parques y avenidas de la gran ciudad, me apresto a emprender un rápido paseo con la máquina del tiempo, cómodamente instalado en mi vagón imaginario, en busca de aquellas vivencias que hicieron tan felices las Noches Buenas y Navidades de mi infancia:
En la vieja casa de mi abuelo Salomón, se alistaba con cuidado el amasijo: harina de norte, levadura fleshman, manteca de chancho, anís granulado, agua de hinojo, mazamorra de calabaza, jamones, chancaca, canela, chuño, clavo de olor, azúcar, cebolla china, perejil, maní, etc. Debían estar listos y prestos en la antesala de la larga y fraternal faena.
Ya el horno, aún tibio, sonreía con sus tremendas fauces, las limpias bateas, las latas relucientes, el jorgonero altivo, palas y rodadillo de negro aliso, Todos prestos a cumplir la misión encomendada. Olvidaba citar las jergas y manteles limpios donde dormirían plácidamente los bollos de ricos panes, apetecibles roscas y exquisitas empanadas de calabaza y jigote.
Faena laboriosa, que comenzaba con los primeros gallos del día anterior al 24 de diciembre. Dentro de un ambiente festivo y fraterno discurría el día donde todos cumplíamos nuestras responsabilidades: Ya sea preparando la masa, dando forma a los bollos y durmiéndolas con cuidado y ternura, limpiando las latas y untándolas con aceite, dando forma a los panes, bizcochos, roscas y empanadas. Nosotros, los más pequeños, al tiempo de cumplir con esmero nuestra labor natural de fastidiar, estorbar y alegrar, recolectábamos también sendos atados de eucalipto, molle y poyó para limpiar el horno. Complacidos explorábamos, para el efecto, las chacras y bosquejes aledaños a la casa de mis inolvidables abuelos maternos.
De mi abuelita materna, me resulta insoslayable, destacar su destreza en el manejo de la pala, el rodadillo y el jorgonero. Solíamos llamarla con cariño “Mama Chaquita”. Su fortaleza admirable, su habilidad indiscutible en el arte del amasijo y su don de mando, que dicho sea de pasó la heredó a mi adorable madre, los recuerdo con cariño y nostalgia. Sus ojos azules brillaban, su rostro rojizo bruñía de calor, sin embargo, ahí estaba liderando la faena, desafiando las fauces ardientes del horno que, alegre y complacido, recibía de sus ágiles brazos sendas latas de panes, bizcochos, roscas y empanadas, para luego de un tiempo prudencial devolverlos apetecibles, crocantes y exquisitos para degustarlos con gusto y agrado.
Era una faena que cruzaba transversalmente todas las casas de la vieja ciudad. El aroma insondable del molle, eucalipto y poyó se alzaba cual embrujadora humareda desde los viejos solares. Esta costumbre se ha perdido en el tiempo, ha huido despavorida perseguida por la modernidad. En nuestra comarca de entonces, era imposible concebir una “Noche Buena” sin una mesa tendida donde destaquen orgullosas las empanadas de calabaza o jigote de jamón…
Ahí me quedo, son las ocho y siete minutos de la noche y hay responsabilidades que cumplir, pasaré la Noche Buena en casa de mi hermano Vladimir y Noryta, les daré el alcance a mis padres, a Michel, Lola y Alessandro. Para ustedes, mis queridos lectores, amigos, paisanos huarinos y no huarinos el deseo sincero de una Feliz Noche Buena y Navidad.
Lima, 24 de diciembre de 2013
corazón, y el perfume del alma"
George Villiers
En la vieja casa de mi abuelo Salomón, se alistaba con cuidado el amasijo: harina de norte, levadura fleshman, manteca de chancho, anís granulado, agua de hinojo, mazamorra de calabaza, jamones, chancaca, canela, chuño, clavo de olor, azúcar, cebolla china, perejil, maní, etc. Debían estar listos y prestos en la antesala de la larga y fraternal faena.
Ya el horno, aún tibio, sonreía con sus tremendas fauces, las limpias bateas, las latas relucientes, el jorgonero altivo, palas y rodadillo de negro aliso, Todos prestos a cumplir la misión encomendada. Olvidaba citar las jergas y manteles limpios donde dormirían plácidamente los bollos de ricos panes, apetecibles roscas y exquisitas empanadas de calabaza y jigote.
Faena laboriosa, que comenzaba con los primeros gallos del día anterior al 24 de diciembre. Dentro de un ambiente festivo y fraterno discurría el día donde todos cumplíamos nuestras responsabilidades: Ya sea preparando la masa, dando forma a los bollos y durmiéndolas con cuidado y ternura, limpiando las latas y untándolas con aceite, dando forma a los panes, bizcochos, roscas y empanadas. Nosotros, los más pequeños, al tiempo de cumplir con esmero nuestra labor natural de fastidiar, estorbar y alegrar, recolectábamos también sendos atados de eucalipto, molle y poyó para limpiar el horno. Complacidos explorábamos, para el efecto, las chacras y bosquejes aledaños a la casa de mis inolvidables abuelos maternos.
De mi abuelita materna, me resulta insoslayable, destacar su destreza en el manejo de la pala, el rodadillo y el jorgonero. Solíamos llamarla con cariño “Mama Chaquita”. Su fortaleza admirable, su habilidad indiscutible en el arte del amasijo y su don de mando, que dicho sea de pasó la heredó a mi adorable madre, los recuerdo con cariño y nostalgia. Sus ojos azules brillaban, su rostro rojizo bruñía de calor, sin embargo, ahí estaba liderando la faena, desafiando las fauces ardientes del horno que, alegre y complacido, recibía de sus ágiles brazos sendas latas de panes, bizcochos, roscas y empanadas, para luego de un tiempo prudencial devolverlos apetecibles, crocantes y exquisitos para degustarlos con gusto y agrado.
Era una faena que cruzaba transversalmente todas las casas de la vieja ciudad. El aroma insondable del molle, eucalipto y poyó se alzaba cual embrujadora humareda desde los viejos solares. Esta costumbre se ha perdido en el tiempo, ha huido despavorida perseguida por la modernidad. En nuestra comarca de entonces, era imposible concebir una “Noche Buena” sin una mesa tendida donde destaquen orgullosas las empanadas de calabaza o jigote de jamón…
Ahí me quedo, son las ocho y siete minutos de la noche y hay responsabilidades que cumplir, pasaré la Noche Buena en casa de mi hermano Vladimir y Noryta, les daré el alcance a mis padres, a Michel, Lola y Alessandro. Para ustedes, mis queridos lectores, amigos, paisanos huarinos y no huarinos el deseo sincero de una Feliz Noche Buena y Navidad.
Lima, 24 de diciembre de 2013
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