domingo, 30 de junio de 2013

¡Cajay inolvidable¡”

 
"El camino que más recorremos en esta vida, es
el camino hacia nuestros propios recuerdos "

Un punto importante en el periplo docente de mi padre, fue Cajay.  Llegó  el año 71 reasignado de la inolvidable escuelita “Allauca”  de Llamellín, la capital raymondina. Hospitalario pueblo de tierra colorada y fecunda, clima frígido y gente amable. Dejamos ese  hermoso pueblo bautizado,  por sus fértiles tierras, como “La Ucrania Ancashina” donde mi padre se ganó  el cariño y respeto de la comunidad y ganó  también  muchos amigos, en especial uno: Elmer Vidal Tarazona cuya amistad tiene el sello de la  longevidad y  el signo imperecedero de la lozanía.

Ya en Cajay,  nos instalamos en una casona antigua  y  espaciosa de colosales paredes, solitarios  balcones y amplios ventanales tallados precariamente en curtida madera,  propiedad de don Pedro Aguirre, la misma que compartíamos con la familia Guzmán Mendoza. La ubicación de nuestro dormitorio, por el panorama y la visión privilegiada del valle, con  sus cementeras ubicadas abajo del pueblo que llegan  hasta las inmediaciones del río Huaritambo, lindero  natural entre Cajay y Colcas, marcó mi memoria de colores, sonidos y silencios memorables: Cuando el sosiego de la noche amenizada eternamente por  el murmullo  del río Huaritambo, que orillado de eucaliptos y retamas baja  discreto desde las alturas,  se desgarraba con el dulce trino de las avecillas y el rumor de los moradores que  dirigíanse a sus labores agrícolas arriando sus yuntas  y ganados, cargando sus semillas, sus esperanzas y pesares, despertábamos puntuales para apreciar, por los ventanales,  el tránsito diario de  los rayos del sol  que coloreaban  con presición, con su brocha invisible las alturas de colcas, otro lindo paraje huarino, bajar lentamente hasta el valle, cruzar el río  y luego subir por los  contornos aledaños de Cajay, pasar por el pueblo y continuar  pintando con su  abrigador y vivificante rojizo hasta coronar  las frígidas  punas  de  “Callash”  “Jacapa gueru mutuman” “Lairipampa”, etc.

El pueblo,  por aquellos años, divagaba en las penumbras del olvido, el atraso y del  abandono secular como todos los pueblos de la serranía. Había ascendido, sin mayores méritos,  a ser capital  distrital, como algunas otras  capitales distritales  y provinciales de entonces. Esos temas se manejaban políticamente, sin criterios técnicos ni históricos. Sin embargo,  ese pueblo nos marcó, digo nos marcó, porque muchos hijos de docentes huarinos paseamos nuestra infancia  por sus escasas y estrechas  calles, por sus parajes aledaños, ahí donde en  aventura ocasional explorábamos sus bucólicos contornos buscando y recolectando apetecibles “mullacas”,  intentando cazar pajarillos con nuestras "hondillas",  pescar "Challhuas" en los arruelos contiguos al  pueblo  y  petardear los carnosos nogales, frutos  de aquel árbol  añoso, pero fecundo, curtido en mil primaveras, que se erguía junto a la casa de la Tía Gaudencia Hidalgo Tarazona, Sito. en el perímetro de la plaza de armas. Aquel nogal fue también el responsable de muchas reprimendas de mamá y “caricias” de papá, pues  las secuelas de su recolección  nos dejaban embadurnados  y “percudidos”  con  el tinte natural de sus cáscaras. 

Ese cajay, es el que vive en mi memoria: Apacible, de bellos amaneceres, de calles mudas, ásperas y polvorientas, de cotidianos y nobles arrieros, de cementeras bien trabajadas pese a lo accidentado de  su relieve, de tardes limpias de estío, de noches de luna y  estrellas nítidas,  de  vecinos emprendedores  y  ancianos venerables, de fraternales  faenas  agrícolas,  aquéllas  que  observaron mis ojos inocentes e  inquisidores, para  más tarde en la claridad de la lectura imaginarla como algún rincón del mítico “Rumi”  de  “El mundo es ancho y ajeno”  y cómo no hacerlo, pues desde el amplio ventanal de aquella casona acogedora que nos cobijó breves años, mis retinas captaron y se entretuvieron  con las alborotadas culminaciones de las faenas agrícolas abajo en las cementeras del pueblo: Ahí estaban los   Rosendo Maqui, los Porfirio Medrano, los Goyo Auca, las leales  Pascualas acompañando a sus cófrades, tambien   las lindas  Casimiras   y  algún  Anselmo, tocando su ora triste y  ora alegre  arpa.

Hoy,  29 de Junio,  celebran los cajaínos su fiesta patronal  en honor a “San Pedro”, celebración que convoca multitudes de propios y extraños. Todavía  recuerdo las  lejanas celebraciones: Las  concurridas novenas en su ruinosa iglesia, animadas por los hermanos Delfín y Alejandro  Hidalgo, respetables catequistas del pueblo, quienes al caer la tarde, en hora puntual, se  trasladaban por la  zigzagueante y escabrosa avenida  desde su casa situada enfrente del campo de fútbol  al extremo norte del pueblo. Bajaban en   tropel,  apurados por los sones de una singular marcha militar ejecutada por  la banda de músicos del pueblo, de instrumentos  vetustos y escasos músicos, hasta llegar a la Iglesia situada en una de las esquinas de la plaza de armas al  extremo sur.

 Como sucede en las fiestas de los pueblos del Perú serrano, llegaban entusiastas caravanas de pueblerinos residentes en otras latitudes a visitar  su tierra natal y  a los suyos: Las vísperas,  la Santa Misa, la procesión y el entorno del pueblo, en ese acontecer, se distinguían por su colorido, alegría y fraternidad. El gentío lucía sus  trajes multicolores a la usanza de la época, saboreando el infaltable “Tawri” en perfecto maridaje con su  cancha “gollmi gollmi” bien tostadita en tiesto, el “yanuy rosca”, de abnegada y paciente elaboración, las  robustas melcochas con apariencia de piedra preciosa, deliciosas semitas cortadas en forma de “llanque” preparadas con esmero a base de harina de trigo y de maíz  y manteca de chancho. También  potajes de la época con  pescados secos,  ensalada de cebolla china, y su motecito de maíz  Delicias  para el paladar.

Y hoy, 29 de junio, es imposible dejar de citar el tenor del telegrama  escrito, al aproximarse la fiesta patronal en honor a San Pedro,  por don José Cadillo Pérez, ciudadano cajaíno, personaje legendario, dirigido a su esposa que encontrábase en Lima :
 
    “Hermanas calatas, San Pedro encima” 

Apretadísima síntesis  de un  pedido urgente e impostergable a la amada ausente, digna de los más expertos coplistas de la conquista. Tuve la oportunidad de conocerlo, aún conservo en mi retina imágenes de su lento y acompasado caminar junto a su lerdo y maltrecho pollino.

Hoy, a la luz  de mis recuerdos y apelando a mi memoria pude ubicar muchas vivencias, cito una: Las caminatas desde Huari hacia Cajay y viceversa, siempre  tratando de evitar el sol, muy temprano o en las noches de Luna. Recuerdo “La casa del diablo” casa deshabitada  ubicada  en un escampado al margen del camino y que los lugareños  llaman "Ushnu" casi en el punto medio entre Cajay  y el puente de Huayochaca” Los temores de niño asomaban y en nuestra imaginación  se recreaban duendes y  fantasmas perversos.

Finalmente, expresar mi deseo sincero de mejores años para este bonito pueblo, de oportunidades para sus hijos. En esta hora sin precedente,  por lo de la minería,  asoma urgente  la necesidad de sentar las bases de su desarrollo.
 Lima, 29 de junio de 2013
 

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