“Parque Vigil”: dueto de
palabras con celditas sonoras de agradable y nostálgica melodía, asociado a los
momentos cumbre de mi niñez y mocedad. Significante de aquel espacio
que convocara mi inquieta
presencia cuando niño y mis
travesías agitadas y alborotadas cargadas
de sueños y locas ilusiones cuando joven. “Alameda pampa” acostumbraban llamarlo los
mayores y alguien tuvo que cambiarle
el nombre en algún recodo cronológico del
siglo pasado o antepasado urgido por su metamorfosis de lóbrego oconal en
alameda apacible donde reposaban los sueños de los habitantes de nuestra ciudad emergente y todavía precaria. Solamente las
casonas señoriales de propiedad de la aristocracia huarina, los Angulo y
los Barrón, entre otras, se alzaban
imponentes dando fe de la realidad socioeconómica de aquellos años.
Este
espacio parco y relajado que
cohabita en nuestro terruño de cielo azulejo, de sol y luna radiantes en días de estío y en noches de plenilunio, vigilado desde el
oriente por el eterno “Llamog” y desde
el occidente por el gigante Tukuwaganga” moles con alma y vida; y se recrea
con la lluvia juguetona de los
febreros y marzos y con el viento travieso de los agostos tediosos
en persecución obstinada de acrobáticas hojarascas y de cuando en cuando acogiendo a
huéspedes como el “Shukukuy”, fugaces torbellinos
que levantan polvaredas y que según nuestros abuelos son almas
de los hijos ingratos que van
arrastrados por el viento gritando y lamentándose alocados.
Parque de historias mil, el que nos extendiera la mano, unas veces rozando las nuestras con pétalos de flores de sus espaciosos jardines, y otras, con los lomos
ásperos de sus
verdes alpacas ornamentales; espacio
ineludible de niños, jóvenes y ancianos, escucha de sus tertulias y
confidente implacable de las mismas. Hoy, 24 de mayo, cuando mi Huari acaba de concluir sus celebraciones por sus 197 años
de creación política, a solo tres
años de su bicentenario, le saludo,
aunque tardíamente, con afecto
inmenso y compromiso indeclinable, desde mí torreón imaginario; y hoy justamente a manera de saludo, intentaré develar el origen del nombre de
uno de sus espacios más emblemáticos como
es el “PARQUE VIGIL”
¿Por qué Vigil? ¿En qué pila bautismal nació tu nombre? Desafortunadamente no existen referencias
sobre el particular, ni en las bibliotecas, ni hemerotecas; ni privadas, ni públicas. No obstante recurrí a Don Wenceslao Avendaño Morales, nuestro primer
alcalde democráticamente elegido, él me
refirió algo sobre el particular y a partir de ese dato y esa pista
he intentado acercarme temerariamente a la verdad, dejando en claro que
la temeridad va por el lado de que alguien
desbarate esta versión y pueda quedar desaforado de la credibilidad de mis
lectores, por lo que con antelación, si esto ocurriera, les ofrezco las dispensas.
Según Don Wenceslao, nuestro casi “centenario informante” (tiene
97 años), el nombre “VIGIL” data de inicios de la primera mitad del S.XX, cuando algún miembro
de la aristocracia huarina de entonces, probablemente
estudiante universitario, de la progenie de los Barrón Angulo, y asiduo lector de un literato argentino apellidado “VIGIL”, sugirió este apellido para nombrar a nuestro parque, sustentándolo
seguramente con entusiasmo ante los
suyos para conseguir su asentimiento y
posterior registro en el
libro de incidencias importantes que la memoria colectiva ha logrado
perennizarla con el nombre de “PARQUE
VIGIL”.
¿Quién fue el literato que inspiró tamaña simpatía? Hurgando en la historia literaria argentina de
principios del siglo anterior ubiqué el siguiente nombre: Constancio C. Vigil, una de las figuras más destacadas
de la literatura infantil hispanoamericana del siglo XX, cuya obra ha sido traducida a numerosos idiomas, fue una personalidad reconocida en los principales cenáculos literarios de
Uruguay y Argentina y se cuentan entre
sus más célebres obras para niños: “Cartas a la gente menuda”, “Botón Tolón”, “El pirincho enfermo” “Los escarabajos y la
moneda de oro” y “Tragapatos”. Este
escritor rioplatense nacido en Rocha Uruguay (1876) y muerto en Buenos Aires (1954) es el que más se acerca al perfil del personaje que nos refirió
el ilustre nonagenario, y probablemente sea el dueño del apellido que
complementa el nombre de nuestro cuadrilátero entrañable. La coetaneidad del auge de la obra del literato mencionado con la aparición del nombre Parque Vigil confirmarían esta hipótesis.
No sé cuánto sirva esta nota o este dato,
lo dejo a criterio de mis
lectores o de algún otro entendido que pueda aportar mayores luces. Si me
atreví a escribirlo es también como una especia de panegírico ofrendado por este cóndor nostálgico a uno de los
importantes espacios de su ciudad natal. Cada nombre que anoche mi padre me soltara para ilustrarme sobre la
historia y las células vitales del corpus frondoso de
nuestra legendaria “Alameda Pampa” resultan
relevantes para este escribidor esporádico: Alameda, Saucecito, Pérgola, Capilla,
Pileta, Oconal; y nombres y apellidos
preclaros como los Angulo Barrón, Los
Montes, los Guzmán Barrón, Manuel
Alvarez, Los Herrera, Márquez Rondón, Víctor
Osorio, etc. Es que La “Alameda pampa” estuvo otrora, rodeada de
casonas y solares y bendecida por la “Capilla
de San Francisco” de nostálgicas y
numerosas remembranzas, propiedad de Doña Carmen Angulo, dama de añoso
abolengo y cabal representante de la aristocracia huarina de entonces, y cerca de este recinto católico creció y
fructificó altivo, frondoso y lozano “El saucecito”, árbol símbolo de aquellos años que sirviera de cobijo a las avecillas ,
y que bajo su condoliente y hospitalaria fronda, los campesinos, acostumbraban vender sus minucias y en el medio día almorzar bajo el arrullo de
las aves y el tropel esporádico de los caminantes. Sirvió también de inspiración a los poetas y bohemios de la
época, los que nos han dejado sentidos
versos y hermosas melodías que, los huarinos de corazón, solemos recitarlos y cantarlos con emoción
cual himnos a nuestro pasado: “Alameda pampa sacucesito, imanirmi
garwaranki, mayta noga garwarasu brazun brazun purillarsi”.
En el ombligo del parque, contóme mi padre, se alzaba una pérgola donde
se realizaban eventos de carácter
público, no hay registros fotográficos de aquello, pero si referencias de su
ubicación y su utilidad. Posteriormente,
en esta área, se construyó la pileta custodiada por rapaces y noctámbulos búhos donde se
alza el monumento al Niño
construido por un grupo de estudiantes de la Escuela Normal. Aquel niño enhiesto, altivo y que jamás envejece, es ciertamente el
símbolo de la esperanza y el estoicismo de un pueblo asolado por la ineptitud y la
corrupción, que sin embargo se mantiene en pie pese a los impresentables
que le han robado y siguen robando su presente y su futuro.
Como todo espacio geográfico, nuestro PARQUE VIGIL, ha
sufrido modificaciones, algunas caprichosas e impertinentes motivadas por el dolo impune, como siempre
suele ocurrir en nuestro pueblo noble y a veces aletargado. Basta repasar las
modificaciones hechas a nuestra plaza mayor en los últimos 50 años, y
un mero esfuerzo matemático para sacar el estimado de la inversión hecha, para desplomarnos de indignación ¿Qué es
hoy por hoy la plaza mayor? Con el
respeto que me merece su historia, más parece un canchita de fulbito y con
tribuna incluida. Sin lugar a dudas
nuestro Parque Vigil es, y de lejos, arquitectónicamente mejor logrado.
Hace casi dos años que no vuelvo a mi terruño, creo que
mucho tiempo, Dios mediante prontito
estaré por esos lares para darme una vueltecita
por sus estrechas arterias, por sus hermosos miradores o por algún lugar escondido para recrear algún
momento de mi niñez y adolescencia,
llevando en mi equipaje algún poema, algún lamento, alguna proclama…
Ahí estaré tierra mía (…)
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