Alguna vez tuve alma de comunero y además bendecido por los Apus y por los “Curacas” del pueblo a los que solía saludar con reverencia e inclinarme ante las venerables ancianas y enhiestos comuneros de ese pueblo hospitalario llamado fácilmente “Ampas”. Gracias a mi estancia prolongada reafirmé mis convicciones sobre que la dignidad y la decencia no son patrimonios citadinos. Y que es fácil toparse, como en las sendas serpenteantes del “Mundo es Ancho y Ajeno”, con un Rosendo Maqui y su dignidad sideral junto a los suyos y multiplicados a lo largo de la sierra amiga e infatigable; y de cuando en cuando deleitarte con el tullido Anselmo eximio arpista y armar jarana en el afectuoso y ubérrimo “Bombon” cantera misteriosa de “humus”
En ese pueblo hospitalario, cariñoso y mágico nació Maglorio Bazán Mendoza, futbolista que ya en vida se había aproximado a las estrechas moradas del mito y la leyenda. Le llamaba de cariño “Wicsusupi” y él sin asomo de remilgos festejaba y sonreía al escuchar su apelativo travieso e hilarante. Era un buen ser humano, no cabe duda.
Mi más lejano recuerdo de este pelotero macizo y talentoso se remonta a finales de los años 70 cuando los ampasinos lo “repatriaban” para defender su divisa en los campeonatos “intercomunidades”. En verdad era un crack. Pude verlo en una final y fue un espectáculo y un deleite. Hizo goles de toda factura y con una calidad inusitada. Yo era aún pequeño y como me gustaba el futbol asistía, junto con mis amigos, a los partidos de aquel “futbol macho” donde se daban cita las “oncenas” de los centros poblados del distrito cercado.
Fue además integrante de la selección del glorioso “González Prada” y alternó con jugadores de la talla de Carlos Huerta "Millqui", Juan Vidal, Otto Aguirre, Willy Toro, etc. Quienes lo vieron jugar en sus años de gloria recuerdan su afinada técnica y su versatilidad dentro del gramado de juego. Era un jugador orquesta que se acomodaba fácilmente en cualquier puesto, incluido el de arquero.
Cuando, por fortuna, llegué a trabajar en Ampas conocí de cerca a su familia y me hice amigo de sus hermanos, de uno en especial, “don Diuñi”(+) -el papá de “Pacucho”- un alumno con características especiales por su carisma y ocurrencias desbordantes. Además muchos de sus sobrinos fueron mis alumnos y hoy por hoy son buenos profesionales. En las pocas oportunidades que volvía a la fiesta de su pueblo lo abordaba y conversábamos de la amistad y del fútbol haciendo versos libres con los recuerdos mutuos de glorias idas.
El octubre pasado nos encontramos en el local de Bocanegra y conversamos algunos minutos. Me dio un gusto saludarle y abrazarle, pues su nobleza, humildad y sencillez siempre me inspiraron un aprecio y estima especial. Siendo dueño de un recorrido e historia futbolera importante, aquellas aureola le hacían todavía mucho más grande. Hoy, muy temprano, me llamó un ex alumno dándome la mala nueva de su partida y no podía creerlo. Infausta noticia que enluta al futbol huarino y a su comarca entrañable que le llora a raudales. Desde esta ventana extiendo mis condolencias a sus seres queridos y a todo el pueblo de Ampas al que recuerdo y quiero. Que la partida de este ex deportista innato no solo os una en el dolor y el lamento, sino además los una en el legitimo orgullo pueblerino.
Hasta la vista amigo Maglorio, que tu viaje, hacia la dimensión ignota, este presidido por ángeles y querubines porque seres humanos nobles como tú merecen ese premio. Y al llegar al Olimpo, destino deseado y merecido para las almas buenas, recuerdes que algún escribidor citadino te recordó con afecto, leyó tu nombre en los senderos del tiempo y contempló tu imagen de espartano indomable ganándole a la muerte en su postrera batalla como quien gana la inmortalidad.
Lima, 29 de julio de 2020