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"La Virgen del Carmen junto a su morada " |
En los barrios bajos, tejidos con fibras aceradas. en los senderos que todo buen
huarino recuerda y evoca. Ahí mismo, donde la leyenda y el mito se abrazan con la
historia de sus moradores le he preguntado al viento que levanta polvaredas en las horas jóvenes
de la tarde ¿A dónde fueron a morar los ecos de las tertulias que en mi
feliz niñez solía escuchar? Le he
preguntado al cielo despejado y
bellamente azulejo si vio pasar mis
plegarias de niño alborozado
y mozuelo atribulado. El cielo me
ha respondido que si, y que además avistó desde el etéreo cenit mis ojos henchidos de felicidad y esperanza.
Y el viento que acostumbraba
recibirme con sus hondas persistentes, cual niño travieso invitándome a jugar con él , me ha
dicho que las tertulias de los viejos
tiempos se han ido a posar en el
infinito y que los despojos de sus
protagonistas están abajo, en el campo santo, y que preguntara al sepulturero sobre su destino final.
He
caminado en mis sueños por esos lares de mi niñez, y ese trance onírico me
permitió reencontrarme con los recuerdos de mis amigos de infancia y ancestros. También en cada
piedra, en cada polvareda
y en los suspiros aromáticos de los árboles y maizales que custodian las
cementeras y huertos aledaños de los
entonces dispersos solares, reconocer los
efluvios de un tiempo lejano y feliz.
Recordé el perfumado aroma de la tierra al
llegar la lluvia, aquello que suelo
extrañar en esta Lima plúmbea y áridamente hostil. Ha sido un reencuentro sin parangón, un
abrazo con mi propia biografía, con mi
esencia de huarino militante y orgulloso
que tuvo la fortuna de ver la
luz del día por feliz alumbramiento de una bella carmelitana,
mujer que me enseñara a rezar al Dios
único y venerar a la “Virgen del Carmen”, patrona de su
Barrio querido.
Caminé como en los viejos
tiempos, como cuando bajaba a casa de
mis abuelos maternos. Y mis ojos,
surcando raudos el espacio entrañable, buscaron
sin fortuna a Richard, Unchu, Gino, Gloria,
“Ñahuish Bola” y "Catamona". También a mis tías Filly, Manuelita, Sixta y Zoraida. He caminado sin prisa y
distendido. Al llegar a
la vera del tortuoso y breve caminito que se descuelga de la casa de mis abuelos maternos me he detenido para
observar con reverencia al “Tío Bizcochito” que sentado en su estoico poyo,
erosionado por el viento , el tiempo y
la lluvia, descansa pensativo y sus ojos
parecen perderse en el cielo, escudriñando las nubes espectrales como
queriéndole sustraer alguna “filigrana” para sus trabajos
venideros. La suave brisa arrecia de cuando en cuando. Las casas dispersas, que
trascienden paz y quietud,
me ven pasar con indiferencia. Sólo “Perlita”, la pequeña mascota de mi
infancia, me da la bienvenida jugueteando
y moviéndose cual bailarina de ballet ofréceme su compañía ¡Vamos “Perlita”¡ la he arengado
con emocionado y cariñoso acento.
En su pétrea morada,
donde el rumor de los caminantes, en perfecto dueto con el arrullo eterno de los
ríos, es melodía tierna y eterna, me espera “Mama Carmelita”. Entiendo y
vislumbro que será un recuentro filial
inolvidable y largamente esperado por
mí. Mientras avanzo se me avecina el
recuerdo de algunos rostros que
acompañaron mi niñez en ese afectuoso tramo: “Chumpi”, la ilustre “Madana” de
Navidad, “Wiru Chupa”, el polifacético mayordomo de las fiestas del
pueblo, “Tubish” el matarife, dueño y señor de las “cuchicancas” y
“chicharrones” y la indómita pueblerina a la que le gritábamos “Pancusiqui” ante su fastidio visceral y
que solía subir de Ulia en hora puntual acompañada de su séquito familiar.
La emoción me atrapa al voltear el recodo de
donde parte el breve caminito hacia el
bucólico “Patashgaga”, confidente de promesas de amores eternos y también perecederos.
El graznido ronco del viejo zaguán de la
casa de la tía “Quishti” convoca mi
mirada y en instantes, con la ternura de
siempre, asoma ella y su sola mirada y
sonrisa asienten y celebran con beneplácito mi retorno por esos lares. Estoy
muy cerca de la gruta entre emocionado
y confundido como un hijo prodigo que vuelve aunque sea entre
sus sueños al santuario más importante
de su infancia ¡Cosa más bella!
A breves pasos de su
inconfundible morada me he detenido pensativo. La contemplación se ha tornado difusa por la riada de recuerdos que se me avecinan
envueltos en un cortometraje de un tiempo
lejano y feliz:
-
¡Acá estoy “Mama Carmelita”!
La he saludado extasiado y el
eco de mi voz ha remecido los flancos
pétreos que custodian su santuario
bendecido, al tiempo que sus ojos bellos me han abrumado
de cariño ¡Luego, todo fue silencio penitente! Excepto los
arpegios vespertinos de ruiseñores, zorzales y gorriones que alborozados
cantaban al declinar el día. El postrarme frente a ella y sentir su presencia me ha
vuelto como aquel niño inquieto que solía visitarla. Se ha silenciado
mi voz, pero se ha agitado mi memoria. Si bien ya no soy aquel pequeño que jugueteaba feliz en la trocha polvorienta,
contigua a su capilla. El que se trepaba
con porfía y dificultad para ganar la
breve explanada desde donde se erigía la puerta enmohecida de la capillita de
entonces y contemplarla junto a mis amiguitos y repetir y repetir la
palabra “Mama Carmelita”. Si bien ya no soy aquel, sin embargo, lo he sido por unos minutos gracias a este sueño bendito.
Mi confesión, en medio del silencio repleto de pesares y aflicciones, se
ha prolongado por varios minutos ¡Mama Carmelita perdóname! he repetido como el tañido de campanas en la hora del ángelus. Y he sentido sus perdones, también su amor infinito
al ver que sus ojos misericordiosos me abrumaban de indulgencias. Siento que mi visita satisfizo la larga espera.
En adelante, deberá ser más allá de los linderos del SUEÑO, aunque esta fugaz quimera, fracturada por el frio amanecer limeño, me haya permitido
retornar, aunque sea en mis sueños, al
primer santuario de mi vida. Iré en busca de la polvorienta trocha tras los despojos de mis rastros del ayer lejano. Ahí donde dejé regadas en el tiempo mis vivencias y afectos. Me gustaría darme un abrazo con mi "Tío Alberto", el sobreviviente longevo de aquel apacible arrabal de casas dispersas y hombres de bien.
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El gentío alborozado tras los pasos de "Mama Carmelita" |
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