(Piscina de aguas
inquietas)
Mi hermano Michel, administrador del portal “Huarilindo”,
me envió hace unos días unas
fotos de la antigua piscina de mi colegio, aquella que no la he vuelto a ver
desde hace más de dos décadas. Es una de
las dos piscinas de mi amado pueblo; la
otra, más pequeña, es propiedad de la escuela
primaria, de la vieja “Prevocacional”, es allí donde aprendimos a nadar los de mi generación,
ganando de punto a punto su “largo”
recorrido y siempre con ese estilo
esforzado, arisco y único llamado
el “allgunaday”. Aquél era el más arraigado de los estilos por aquellos años. Aún, esta piscina, sigue en pie, remodelada
y al tono de los tiempos acoge a los niños de la vieja escuelita.
En cambio, la piscina de mi
colegio secundario: “El Glorioso González Prada”, construida el año de 1962, era mucho más grande y con dimensiones
casi olímpicas. Estaba ubicada en un lugar maravilloso debajo de un pequeño bosque de jóvenes eucaliptos
y al margen derecho del riachuelo de Virá. Un caminito agreste y algo empinado nos
conducía desde las inmediaciones de las aulas de nuestro colegio hasta aquel lugar. El bosque, además, sirve para frenar la erosión del estadio de fútbol
del colegio y es hábitat de pajarillos
de diverso colorido y agradables trinos que anidan distendidos en la placidez y sosiego de su ramaje. . Recuerdo que, en
ocasiones, durante los partidos de
fútbol algunos palomillas internados en algún punto estratégico aguardaban
pacientes algún balón mal despejado para hacerlos suyos y esconderse en la
maraña sin que nadie los ubique. Y en noches de luna clara nos dábamos
cita y maña para escondidos bajo su
fronda, “Ochear” (espiar) a los amantes
furtivos que a campo traviesa jurabanse amor
eterno y daban paz a sus desconsolados
corazones.
Aquel manantial de nuestras
mocedades, remanso en el curso agitado
de la mejor época de nuestras vida estudiantil, ahora sólo exhibe los despojos de sus ojos, ora celestes, ora verdes,
ora turbulentos, los
que han cerrado empujados por el
tiempo y los olvidos. Aquellos que sonrieron
y nos guiñaron con su movediza
esclerótica y juguetona pupila y nos invitaron
y sedujeron en horas doradas de
sol, de lluvia y de granizo. Fue uno de los lugares preferidos de nuestros años de colegial, más
todavía para los ”viciosos”, tal como nos
“nombraban” nuestros padres, poco o nada
nos importaban ni el frío, ni la lluvia,
íbamos a su encuentro en busca de
minutos y horas de solaz en que nuestros
corazones del mundo se alejaban en secreta oración de adolescentes, atormentados
por las hormonas enojosas de púberes enamorados dispuestos a exhibirnos frente
a nuestras tiernas dulcineas en acrobáticas faenas predispuestos por la adrenalina
a movernos con cierta velocidad y sacar el máximo rendimiento de nuestros endebles
músculos.
Hoy, aquel rectángulo amical, otrora bulliciosa estación de nuestro
peregrinaje estudiantil ya casi no existe, sus vértices se van diluyendo, sus ángulos se están carcomiendo por la embestida inevitable de las inclemencias del tiempo, sólo parece mitigar su soledad con el canto de
los pajarillos, con el arrullo del riachuelo
y con el lejano tropel de los esporádicos caminantes del margen opuesto de este riachuelo cantarino. Su silueta ha
devenido en una casi gigantesca tumba
donde se han aproximado, llenos de curiosidad y conmiseración,´convocados por sus
estertores, eucaliptos, arbustos y hierbas silvestres de
campo.
¿Y mis amigos? ¿Mis camaradas de entonces? Claro que los recuerdo a todos. Recuerdo
a mi maestro Humberto Lora Pardavé quien afinó nuestra entusiasta ortodoxia del
“allgunaday” dotándonos de nuevos estilos y técnicas avanzadas para la época; recuerdo también al más grande nadador de mi
generación: Josué Benjamín Muñoz Zúñiga o simplemente “PACHÏN”, que pese a su
diminuta figura aparecía y desaparecía raudo y cimbreante en las mansas aguas de nuestra recordada
piscina. Cómo olvidar las aglomeraciones propias de los sábados en donde
damiselas de las más exuberantes se daban cita haciendo colapsar el precario
vestuario ubicado en el extremo sur del recinto deportivo ante nuestra
inquietante curiosidad
de púberes.
Años maravillosos donde no asomaban todavía distracciones cibernéticas que espanten las naturales ansías e ímpetus deportivos, años de deleite para nuestras retinas con hermosas flores de junco y capulí con sus figuras y aromas, con su ternura e
inocencia, gacelas ariscas que nos invitaban a la contemplación y con algunas
de ellas en el idílico pacer de las vivencias andinas bebimos del mismo
manantial, sorbimos la miel del amor y el desamor adolescente. Años inolvidables
de amistades fortalecidas por el deporte, por las palomilladas, por las hazañas propias de
nuestra edad, por la complicidad y esa bella simplicidad que exhala el
proscenio andino, maravilloso por su sol, por su cielo, por sus cantos, por sus silencios, por sus amaneceres y crepúsculos. ¡Si señores!
Lima, 03 de agosto de 2017
buen recuerdo... amigo san juanino.
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