“Cuando dora la humita, sonríe el paladar"
El 1 de mayo, llega derramando aromas y
redimiendo desesperanzas y aflicciones del poblador andino. La siembra ha
fructificado y es fiesta grande en ese universo inmenso de donde se
ven más cerca el sol, el cielo y las estrellas. Gala
andina de los mayos inolvidables son las pachamancas que hoy se avecinan
a mi recuerdo, mientras contemplo el parque silencioso desde mi
cómodo escritorio en esta Lima que comienza a vestirse de ropajes
otoñales.
La pachamanca es de los acontecimientos esperados, es rito
de fraternidad; abultada encomienda de colores, sabores y
aromas que encarga la mama pacha y que manos entusiastas transformaron
en delicia. Es herencia de inestimable valor, un tipo de cocción
ancestral que nos dejaron nuestros antepasados y que se sostiene en
el tiempo a instancias de sus sabores y aromas que perfuman el paladar y el
corazón andinos incrustados en la memoria colectiva invicta de
nubarrones contaminantes. Representa también la feliz comunión que
las culturas prehispánicas tenían con la madre naturaleza, con sus piedras y
rocas, con sus hierbas amicales y silvestres donde destacan el Huacatay y
el Chinchu de endémica presencia en los predios cordilleranos.
Dentro de ese concierto de sabores y aromas, de carnes, tubérculos y cereales
que toman su punto en las entrañas de la madre tierra, la que siempre me
encandiló sobremanera es la HUMITA, platillo de nuestra serranía, deliciosa
pasta de maíz cocido envuelta, sancochada y servida en las hojas mismas
de la mazorca. Aquella, es una de las invitadas a la fiesta ardiente de
la pachamanca, a la que llega tímida, pálida, sin
embargo, en la algarabía de aromas de la cita febril, toma su punto,
para al final de la cocción descubrirse seductora y
apetecible.
La HUMITA, siempre me agradó por encima
de las delicias que decanta la pachamanca, tanto así que al asomarse el momento
de descubrir el fabuloso entierro, la buscaba con mis ojos ávidos para robarle
a alguna piedra intrépida que la tenía entre sus ardientes brazos dispuestos a
ofrecerla a los comensales. Doradita, compacta y con su silueta más atractiva
que nunca hacía imposible sustraerme a dar el play de honor antes del
opíparo banquete. Tantas veces la degusté y siempre con el mismo agrado,
de manera que, para este humilde servidor, no hay, desde hace 15 años
en que vive en Lima, un 01 de mayo sin el recuerdo de la
HUMITA y compañía, detalle simple, sin embargo dulcificado. Delicias
que supieron aprehender mis manos, contemplar ávidos mis
ojos durante mis años de estudiante y de maestro de escuela allá en
mi tierra amada.
Lima, 01 de mayo de 1017
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