"En memoria de Susano Hidalgo, personaje
de mi pueblo y de mi Barrio"
Mi pueblo lejano, que hoy reverbera en mi memoria con el mismo brillo de sus amaneceres de estío y se inquieta como las tardes de aquellos septiembres mágicos de sembrío, cuando la lluvia arreciaba y se desencadenaban vientos, truenos y rayos amenizando el Ande hermoso, macizo y eterno. Ese pueblo de mis regocijos y utopías de niño, se me ha acercado en esta tarde limeña plúmbea y triste de septiembre aún invernal, se ha aproximado cariñosa a mi nostálgica memoria:
Mi Barrio “Pukutay”, de cultos fervientes a su santo patrón “San Juan Bautista”, bastión de una ciudad vieja llena de glorias y purgatorios; de calles estrechas y empedradas, alineadas unas y sinuosas otras; de solares bien logrados con sus fachadas escuetas y uniformes, sólo ornadas de sobrios ventanales y balcones de madera. Aquel barrio por cuyas calles transitamos, los niños y adolescentes de entonces, libres y felices en loco tropel, me ha visitado en este crepúsculo limeño.
Han llegado, en multitud de afectos e ingresado por el portón herrumbroso de mis lejanos recuerdos, mis amigos de infancia y, con ellos, llegaron también la magra y pesada pelota de fútbol para jugarnos una "pichanguita" en el “canchón” del colegio secundario; el trompo viejo de mil combates con su cuerda delgada, bailarín tenaz y estoico ante el castigo; las canicas pequeñas y redonditas, cuyo tintineo en mis bolsillos “percudidos” de aquellas horas ya lejanas, me llenan aún, al recordarlas, de júbilo y contento. También llegaron los diminutos frijoles pintados por la madre natura de blanco y negro, colores de las " vaquitas lecheritas”, a los que justamente los nombrábamos como tales y en ejercicios de tino y precisión sacábamos de sus rediles, especie de círculos que trazábamos, ya sea en el viejo y raído patio de la escuela, en la plaza de armas, en el parque vigil o en cualquier callecita del ´pueblo. Me han visitado los zancos hechos de tarros de “leche Gloria” con su alharaca atosigante y los de madera, más empinados, enjutos y temblorosos con los que imaginábamos tocar el cielo. Han llegado los "boleros" que, con su mazo horadado, su eje curtido y su monótono sonido, nos atrapaban largos minutos y horas . Han llegado también, a esta cita no prevista, las afiladas y pelianderas sirianas, auténticos gallos del mejor galpón, protagonistas de memorables duelos, en oportunidades sangrientos; los obedientes y dóciles “aros” de caucho con los que viajábamos alegres y distendidos por los íntimos senderos de nuestra niñez privilegiada: arterias, atajos y caminitos del pueblo. También se ha filtrado el cómplice “silbido” que llamaba, como a rebato, a la “mancha” de amigos para las citas acordadas.
Con ellos y aquellos, llegó también como un relumbrón inopinado y furibundo la imagen de un personaje de los “barrios altos de la ciudad”. Su nombre: Susano, de aspecto apacible, caminar lento y acompasado y de mirada franca y modales impecables. Vivía en la parte alta del barrio, en ese conglomerado de hermosos solares cuya vecindad cargada de familias con numerosa prole, le dotaban de alegría proverbial. Era enfermero de profesión, de manera que su trato amable y voz cordial caminaban de la mano con su traje blanco y sus lentes gruesos que asentábanle a la perfección. Sin embargo, lo que más destacaban sus cobarrianos, vecinos y familiares era su “don de la sanación”. Sus recetas autorizadas, casi infalibles, y su predisposición ante el llamado de los dolientes inspiraban e infundían esperanza.
Acostumbraba bajar por las tardes, sabatinas en especial, a la librería del pueblo rumbo a la “timba”. Allí, junto a viejos amigos y camaradas como don “Wenceslao”, “Detalloso”, “Tío Bom” y otros jóvenes aún, discurrían sus horas en medio de miradas, conteos, controles, tensos silencios, gritos y carcajadas repentinas celebrando los “cero en mano”, los “ póker” y los “coquito”. Sus habituales contendientes le reconocían su generosa memoria que le facilitaba controlar minuciosamente, al milímetro, los naipes que desfilaban mudos de mano en mano y por encima del mostrador cubierto por una colorida manta huancaína que el buen anfitrión, don Wenceslao, presentaba para cubrir uno de los extremos del mostrador de su añeja librería.
Don Susano, el tío putativo de la vecindad, cobró notoriedad en los círculos musicales y amicales de la época, además porque guardaba con celo en su cuidado, aunque longevo, bien seguro baúl tallado en madera maciza, un “Violín Stradivarius”, joya de incalculable valor. Pocos sabían y saben hoy, en el pueblo, de su existencia y muy pocos aún de su calidad y costo. Según los entendidos, un Stradivarius de la colección del Palacio Real de Madrid que formara parte del "Cuarteto Real", considerado el mejor grupo de instrumentos de cuarteto de cuerda del mundo, en una subasta podría alcanzar hasta los 20 millones de euros. El precio exorbitante de los Stradivarius es ya un clásico que ha llegado a eclipsar a cualquier otro fabricante de instrumentos de cuerda de la historia.
En una oportunidad, Don Susano, había invitado a su casa a las amistades más cercanas , presentando, para la ocasión, con esmero y cuidado su pequeña sala, en la que ubicó, en un lugar preferencial, una mesa pequeña cubierta con un elegante mantel blanco. Alistó los mejores vinos, algunos añejos que uno de sus nietos le mandara desde el Piamonte italiano; y el ágape, como buen sanjuanino, un sabroso estofado como plato de fondo, muy bien acompañado de la no menos exquisita “Chicha en caldo”. Los ocasionales invitados, sin embargo, más que fijarse en el opíparo ágape, fijaron su mirada en el ceremonioso altar presidido por el añejo baúl y se preguntaban inquietos sobre el contenido, especulando entre dientes sobre acaso se trataba de alguna caja de pandora o algún relicario rescatado de algún entierro. La noche discurría entre charlas, ocurrencias y evocaciones, cuando de pronto, interrumpiendo la amena reunión , levantose de su sillón, con paso parsimonioso ganó toda la pequeña sala y descolgó, de un perchero ubicado en una de sus esquinas , un sacón de tejido fino fabricado con pelo de cabra de cachemira que, en uno de sus recónditos bolsillos, escondía la llave del bien asegurado baúl. Con solemnidad, pusose dos guantes blancos y, ante el silencio inquieto de sus invitados, dirigiose a la mesa, abrió el pequeño candado Yale de bronce que custodiaba su íntimo relicario y con religioso respeto sustrajo un hermoso violín Stradivarius, para luego, con veneración y paso procesional de "viernes santo", pasearlo en la pequeña sala y finalmente hacerlo reposar en la mesa cubierta con el elegante mantel . La nobleza y calidad del instrumento provocaban una contemplación emotiva, venerable , casi religiosa de sus invitados. Entre los presentes encontrabanse varios músicos de la comarca que, por única vez en sus vidas, tuvieron la inmensa fortuna de arroparse con las notas de los matices serenos y pulsar con sus dedos el fino mástil de sueño de un Stradivarius. Interpretaron valses de la serranía, pasacalles, chuscadas y huaynos, en especial uno, el "Guetzitzi", en cuyas melodías aparecían jugando los sonidos más misteriosos de los Andes y de la naturaleza. Su peso ligerísimo, galana silueta, su acabado y su extraordinario sonido acapararon la conversación de la memorable velada.
El Tío, era consciente que poseía un tesoro de incalculable valor, uno de los 650 míticos violines que sobrevivían en toda la faz de la tierra. Había indagado, además, su origen y el genio que lo concibiera y al que debe su nombre: El italiano Antonio Stradivarius. Comentaba con orgullo inocultable que esta marca de violines no han sido igualados y que sólo pocos, tras su muerte, han logrado producir violines que, con todo, apenas se acercan al grado de perfección que caracterizó a este genio de la acústica.
Contaba uno de sus coetáneos que, en alguna oportunidad, ofrecieron comprarlo, sin advertir su sapiencia y convicción de propietario de una joya de precio inestimable , pues ya tenía pensado subastarlo algún día y, con la ganancia, asegurar el futuro de su numerosa prole, hecho que nunca ocurrió. Tras su muerte, el violín ha sido citado en numerosas tertulias culturales y musicales, ha sido también materia de especulaciones sobre el cómo llegó, a las manos del entrañable personaje de la comarca, aquella joya de incalculable valor. Se especula que, en un viaje ya lejano a Churín, pintoresco poblado interandino, famoso por sus fuentes de agua termo medicinal y frecuentado por turistas nacionales e internacionales, fue donde por casualidad, al salir de uno de los baños termales, topose con el preciado instrumento, bien asegurado en su estuche y abandonado a su suerte. Jamás comentó este hecho, ni desmintió, ni confirmó. Dejando una estela subyugante de dudas y especulaciones para cosecha de algún escribidor y deleite de los lectores.
Hace algunos años murió don Susano, el tío putativo de la vecindad; el personaje de una comarca andina hermosa y de mil historias, que encontrara la suerte, de pura casualidad, para desposarse con la inmortalidad, No todos tienen la ventura de tener entre sus manos algo parecido. Fue un hallazgo que, en adelante, adornará la historia de su pueblo: Huari.
Lima. septiembre de 2016
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