¡Mi casa!
Es usual y también merecido rendir tributo a Dios, a nuestros padres, a nuestro terruño, al amor, al amanecer o crepúsculo fascinantes, al mar y sus olas eternas, a la naturaleza veleidosa e impredecible con su olor a tierra mojada parecida, por fraganciosa, al aroma de una hembra. Sin embargo, es poco frecuente rendir tributo al espacio entrañable de las mil y una alegrías y caricias impagables de nuestros padres, de los berrinches de niño bueno, de los tiernos sueños de infante e ilusiones de adolescente, de las pláticas nocturnas, de los apuros de mamá y de los cafés cargados de papá, de los festejos, también de llantos ¿Por qué no?
Hoy, en este agosto limeño frio y sombrío, a pocas horas de haber retornado de mi tierra y aprovechando los breves días, que todavía quedan, de las vacaciones de medio año, me he detenido pensativo y con nostalgia creciente, nostalgia avivada por los siempre tristes retornos del lar querido, para, con el permiso de mis lectores, rendir tributo a mi casa grande donde aún viven mis padres y mis recuerdos. Morada sagrada que ellos nos regalaran cuando yo todavía era muy niño y la familia se reducía sólo a cuatro hijos: Gino, Anderson, Miguel y yo.
Mi tributo se asienta, se nutre y fortalece en los pilares afectivos que sostuvieron y sostienen mi vida: mis padres y hermanos, principalmente los primeros. Nosotros, pequeños todavía, viviendo como gitanos y en sobresaltos, ora en casa de mis abuelos maternos , ora con mi abuela paterna, y en los pueblos donde mi padre iniciara su largo periplo docente, principalmente en Llamellín y Cajay, sin un lugar fijo donde podamos proclamar nuestro orgullo imprescindible y esencial de tener nuestra casa, recibimos la noticia de su adquisición con emoción y orgullo desbordantes.
Contóme mi padre, la larga historia de penurias, preocupaciones y aprietos que precedieron a la compra del entrañable solar. Me refirió también que don Jorge “Coqui” Salas Zorrilla, su grande amigo de toda la vida, fue quién lo alentó oportunamente para la compra del inmueble. Con sus ojos brillando de alegría contóme algunos detalles indelebles que su memoria de buen padre atesora:
- En un medio día, ya lejano, de julio de 1972, encontrándome sentado y meditabundo en una de las bancas del parque vigil, contemplando una ruinosa construcción que se ofrecía en venta, se me acercó mi querido amigo Jorge Salas para con voz y acento de amigo decirme:
- Te noto preocupado. ¿Tienes algún problema?
- Si, le dije, estoy tras la adquisición de aquel solar.
- ¿De esa casa vieja? Me interrumpió con un tono despectivo y además persuasivo, añadiendo inmediatamente con sinceridad y aprecio de buena persona y mejor amigo:
- ¡Mi prima Rosa Tulia Valencia está vendiendo su casa! Si deseas envíale una carta con mi hermana Zenina que mañana viaja a Lima.
Así comenzó la historia de la adquisición de nuestra casa ubicada en la calle Libertad, en el corazón mismo del populoso y querido Barrio "San Juan", callecita de entraña fecunda donde se impregnaron nuestros pasos de niño junto a la multitud de amigos inextinguibles en el tiempo: Los Salas, De Cárdenas, Zorrilla, Sotelo, Palhua: Todos ellos pertenecientes a familias de numerosa prole, que bien podían conferirle, a nuestra callecita, el blasón de “Calle Berraco” y con harto merecimiento, algo así como la antítesis de la vecina y "raleada" “Calle capón” (Jr. Eleazar Guzmán Barrón).
Con la premura del caso, entendiendo la brillantez de la oportunidad y la calidad de persona que ofertaba el inmueble, mi padre enviole la carta a doña Rosa Tulia Valencia , la misma que fue recibida y respondida con agrado e interés; y tras ofertas y contraofertas, idas y venidas, un 28 de diciembre de 1972 se concretó la soñada compra. Me contaron también mis padres con sus ojos vueltos hacia aquellos felices años, que fue mi tío Capistrano Hidalgo Tarazona, hermano de mi abuelo Salomón y, como él, destacado hombre de leyes de la comarca, el primero en llegar para felicitarlos y abrazarlos efusivamente. Fue el más grande y significativo regalo navideño de nuestras vidas: Casa espaciosa y solariega de dos pabellones separados por un patio empedrado y holgado en cuya parte central un jardín de muros precarios trasuntaba lozanía y alegría. Años más tarde la casa se extendió hasta ganar la cumbrecita aledaña, gracias a que mi padre adquiriera parte de las propiedades del Ing. Augusto Pretel y de la Familia Palhua Romero.
Mi linda casa que me emociona tanto al visitarla, que me devuelve en sorbos agradables de emociones y recuerdos lo que dejara en mi niñez, adolescencia y juventud felices, que me susurra en cada regreso con su lenguaje arcano, silencioso y cariñoso. A esa casa de vivencias mil, hoy la extraño más que nunca.
Del amplio patio empedrado y el jardín, en donde destacaba la fucsia con sus ramos lampiños, hojas ovales, agudas y dentadas, y flores hermosas de color rosa oscuro intenso cuyos ovarios, cuando maduros y dulces, semejantes a la aceituna solíamos degustar al quítame con Gino, el mayor de mis hermanos. De aquel jardín ya no queda casi nada, sólo recuerdos. Con el tiempo ha devenido, gracias al gusto inacabable y cuidado pertinaz de mi padre por las plantas y sus aromas, en un patio ornado, en su perímetro, con flores, breves arbustos y frutales donde se mece ufana la hojarasca de las buganvilias, cedrones, tomatillos, higos, manzanos, madreselvas y jazmines, otorgándole el galardón del aprecio y salutación de los visitantes. Es pues, el sosegado espacio, testigo mudo de las conversas matinales, vespertinas y nocturnas, y donde se guarecen también los despojos de nuestras vivencias infantiles , lejanas ya, las mismas que recobran vida en cada retorno.
Las modificaciones que mi padre emprendió la transformaron, con el tiempo, en una amplia casona de tres plantas y tras ellas un huerto espacioso donde se han replegado el horno grande de 26 latas que espera su pronto estreno, los cuyes, los plumíferos , la “Tullpa” de rescoldo eterno y las rumas de leña seca esperando avivar las llamas fraternas de los amasijos. Ahí, bajo la fronda amical del viejo y fecundo palto de mil primaveras, se asienta la curtida mesa de negro aliso que por años destacara en el viejo comedor familiar. Ahora, convertida en mesa campestre es usual anfitriona de nuestras visitas, la predilecta de los almuerzos y lonches y de las conversas inacabables. Contemplando su fronda colmada de apetecibles, pulposos y agradables paltos, escuchando el alegre trino de ruiseñores, zorzales y gorriones, con el aire corriendo a campo traviesa y, ora los rayos del sol, ora las lumbres de la "Mama Quilla" filtrándose por los resquicios de tupido ramaje, alumbrando de cuando en cuando la mesa tendida que mamá suele ofrecernos. ¡Qué delicioso resulta el almuerzo o el lonche o la conversa!
En la parte más empinada del huerto, cubierto de yerbas silvestres de campo, donde se aprecia la tumba debidamente cuidada de nuestro "Osito", de los mas queridos y recordados sabuesos de la casa y que nos dejara hace un par de años, ahí se encuentra nuestro mirador, con panorama y visión privilegiada de una gran parte de la vieja ciudad. se aprecian casi todas las instituciones educativas, superior, media y primaria y hacía el oeste, en la cima de "Tucuhuaganga" , cerro tutelar del pueblo, aparece nítida la "Cruz de Chullín" que por las noches parece rasgar las tinieblas. Es un mirador de entraña bucólica e idílica, que se presta para la meditación y la inspiración. Por las mañanas y también en los crepúsculos, y en febril compañía de buganvilias, "puru purus" , tunas blancas, lúcumas, tomatillos, limones, "porogsas", tara, manzanos, capulíes y el siempre ufano molle, los instantes se vuelven eternos. Levitando en una burbuja, ajeno al ruido citadino de esta Lima agrisada de fortunas y miserias, la vida discurre tranquila y sin apuros.
Aunque resulte imposible, si un día tuviera la única y extraordinaria ocasión de conversar con Dios, además de agradecerle por todo cuanto me regaló, le reprocharía como preguntando del porqué la vida es tan corta y el tiempo raudo y tirano que no permite disfrutar eternamente de la compañía de nuestros padres. ¿Por qué esa imperfección? Una tarde, cuando sentado en la banca precaria del mirador de mi añorada casa, contemplando los bucólicos predios de la periferia huarina, se avecinó a mi mente, como invitado, una estrofa vallejiana que bien puede servir de epitafio de esta mal hilvanada crónica: "Oh Dios, recién a ti me llego, hoy que amo tanto en esta tarde; hoy que en la falsa balanza de unos senos, mido y lloro una frágil creación"
Mi linda casa que me emociona tanto al visitarla, que me devuelve en sorbos agradables de emociones y recuerdos lo que dejara en mi niñez, adolescencia y juventud felices, que me susurra en cada regreso con su lenguaje arcano, silencioso y cariñoso. A esa casa de vivencias mil, hoy la extraño más que nunca.
Del amplio patio empedrado y el jardín, en donde destacaba la fucsia con sus ramos lampiños, hojas ovales, agudas y dentadas, y flores hermosas de color rosa oscuro intenso cuyos ovarios, cuando maduros y dulces, semejantes a la aceituna solíamos degustar al quítame con Gino, el mayor de mis hermanos. De aquel jardín ya no queda casi nada, sólo recuerdos. Con el tiempo ha devenido, gracias al gusto inacabable y cuidado pertinaz de mi padre por las plantas y sus aromas, en un patio ornado, en su perímetro, con flores, breves arbustos y frutales donde se mece ufana la hojarasca de las buganvilias, cedrones, tomatillos, higos, manzanos, madreselvas y jazmines, otorgándole el galardón del aprecio y salutación de los visitantes. Es pues, el sosegado espacio, testigo mudo de las conversas matinales, vespertinas y nocturnas, y donde se guarecen también los despojos de nuestras vivencias infantiles , lejanas ya, las mismas que recobran vida en cada retorno.
Las modificaciones que mi padre emprendió la transformaron, con el tiempo, en una amplia casona de tres plantas y tras ellas un huerto espacioso donde se han replegado el horno grande de 26 latas que espera su pronto estreno, los cuyes, los plumíferos , la “Tullpa” de rescoldo eterno y las rumas de leña seca esperando avivar las llamas fraternas de los amasijos. Ahí, bajo la fronda amical del viejo y fecundo palto de mil primaveras, se asienta la curtida mesa de negro aliso que por años destacara en el viejo comedor familiar. Ahora, convertida en mesa campestre es usual anfitriona de nuestras visitas, la predilecta de los almuerzos y lonches y de las conversas inacabables. Contemplando su fronda colmada de apetecibles, pulposos y agradables paltos, escuchando el alegre trino de ruiseñores, zorzales y gorriones, con el aire corriendo a campo traviesa y, ora los rayos del sol, ora las lumbres de la "Mama Quilla" filtrándose por los resquicios de tupido ramaje, alumbrando de cuando en cuando la mesa tendida que mamá suele ofrecernos. ¡Qué delicioso resulta el almuerzo o el lonche o la conversa!
En la parte más empinada del huerto, cubierto de yerbas silvestres de campo, donde se aprecia la tumba debidamente cuidada de nuestro "Osito", de los mas queridos y recordados sabuesos de la casa y que nos dejara hace un par de años, ahí se encuentra nuestro mirador, con panorama y visión privilegiada de una gran parte de la vieja ciudad. se aprecian casi todas las instituciones educativas, superior, media y primaria y hacía el oeste, en la cima de "Tucuhuaganga" , cerro tutelar del pueblo, aparece nítida la "Cruz de Chullín" que por las noches parece rasgar las tinieblas. Es un mirador de entraña bucólica e idílica, que se presta para la meditación y la inspiración. Por las mañanas y también en los crepúsculos, y en febril compañía de buganvilias, "puru purus" , tunas blancas, lúcumas, tomatillos, limones, "porogsas", tara, manzanos, capulíes y el siempre ufano molle, los instantes se vuelven eternos. Levitando en una burbuja, ajeno al ruido citadino de esta Lima agrisada de fortunas y miserias, la vida discurre tranquila y sin apuros.
Aunque resulte imposible, si un día tuviera la única y extraordinaria ocasión de conversar con Dios, además de agradecerle por todo cuanto me regaló, le reprocharía como preguntando del porqué la vida es tan corta y el tiempo raudo y tirano que no permite disfrutar eternamente de la compañía de nuestros padres. ¿Por qué esa imperfección? Una tarde, cuando sentado en la banca precaria del mirador de mi añorada casa, contemplando los bucólicos predios de la periferia huarina, se avecinó a mi mente, como invitado, una estrofa vallejiana que bien puede servir de epitafio de esta mal hilvanada crónica: "Oh Dios, recién a ti me llego, hoy que amo tanto en esta tarde; hoy que en la falsa balanza de unos senos, mido y lloro una frágil creación"
LA FAMILIA COMPLETA Y NUESTRA CASA
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