"Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. "
Rubén Alves
Hace casi doscientos años Simón Bolívar, el gran
libertador de América, dirigió una carta
a su Maestro Simón Rodríguez que la
Historia, memoria de la civilización,
rescató para la posteridad. En
uno de los párrafos de aquella
memorable misiva brilla una magna
sentencia: “Usted formó mi corazón para la
libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”. Efectivamente, los maestros tienen esa magia, esa capacidad formidable que el gran libertador de américa
señalara con sincero y emotivo acento.
Juan
Demetrio Salas Reynoso, pertenece a ese
grupo privilegiado de Maestros que se
impregnaron en el recuerdo
agradecido de sus discípulos y de los
pueblos por donde, en periplo afanoso, pero alegre transitaron
llevando y entregando la semilla del árbol frondoso de la esperanza que al
fructificar los nutrió de
libertad, de justicia y verdad . Fue un
notable Maestro huarino, proveniente de las canteras de la Escuela Normal Mixta de Huari, institución
cuyo filón dorado se proyectó por largos años y en diversas geografías, muchas
de ellas recónditas y olvidadas, proyectando estelas de esperanza. Los que tuvimos el privilegio de conocerlo de
cerca debido, en cierta forma, a nuestra pertenencia y
feliz extracción de familias con
troncos magisteriales coetáneos
suyos, podemos dar fe de su
solvencia profesional. En mi particular caso,
el haber sido colega de mi padre;
amigo y cobarriano de mi madre me
dan cierta autoridad para escribir sin que la subjetividad me insinúe e invite a recorrer caminos del fácil y
cómodo encomio. Además, debo decir, por feliz coincidencia laboré,
como él, en la escuela de
Ampas y en la vieja “Prevuchi”, hoy Virgen de
Fátima. En Ampas, comunidad de
gente con almas buenas
supe de su rastro y paso triunfal
como docente y como director; de su siembra fecunda y de sus resonantes triunfos que
honraron hasta el cenit la noble profesión de maestro. Pulverizó la adversidad y se erigió como uno
de los referentes de aquella legión de
maestros inolvidables en la memoria de aquella
comunidad. En ocasiones
escuché pronunciar su nombre con
cariñoso y agradecido acento, y cuando esto ocurre se convierte en el mejor de
los homenajes que supera a cualquier
condecoración oficial o formal porque
viene de los directamente involucrados
que suelen atestiguar y valorar
con la mente y el corazón. No es tarea fácil incrustarse en la memoria y en el corazón de una
comunidad, pues ello implica un conjunto de responsabilidades y cualidades propias de un líder social por excelencia como lo es el
maestro de escuela, implica solvencia intelectual, ascendencia, disciplina y una amalgama de virtudes que sirven de enlace con los directamente involucrados.
Su
impronta, su rastro indeleble en los seductores espacios de la docencia, sirvió
también de inspiración para las nuevas generaciones de
maestros provenientes de las canteras del Instituto Superior Pedagógico de
Huari, quienes , durante la práctica docente,
recibieron sus enseñanzas y sabios consejos:
Músico, declamador, actor reconocido. El arte en sus venas y su sensibilidad, dos condiciones sine qua non para todo aquel que se considere maestro; y un detalle adicional y descollante en su personalidad que amerita
destacar en esta hora de homenaje; Su altivez en el verbo y su orgullo inocultable de ser Maestro en sintonía con el
pensamiento de José Antonio Encinas Franco
y su afirmación apodíctica: “El más
alto cargo que un ciudadano puede desempeñar en una democracia es el de maestro
de escuela”. Esa
actitud y ese orgullo debiera acompañar a todo aquel que se precie de ser maestro; ni las postergaciones, ni los olvidos del
estado y los gobiernos de turno deben minar la altivez de su función docente y
de su liderazgo. Asó fue en vida Juan Demetrio, arropado de un legítimo
orgullo, respetado, considerado y seguramente hoy mañana y siempre evocado por sus hazañas de amigo,
de docente , de ciudadano, de bohemio y
de declamador efusivo.
Fue integrante del legendario “Conjunto
Musical Flor de Waganku”, actor en las veladas literario musicales de
la mejor época del teatro huarino, y
declamador de polendas. Las puestas en escena de memorables piezas teatrales tuvieron, en él, a su acostumbrado protagonista. El viejo “Cine parroquial” y
el “Salón
de actos” de la
“Prevocacional”, fueron testigos de aquellas faenas inolvidables donde los ecos
sonoros de su estentórea voz remecían el auditórium y se filtraban además fuera del recinto en noches
de luna insondable.
Su
periplo docente lo condujo a la
legendaria “Prevuchi”, como el solía nombrar con cariñoso y respetuoso acento a la hoy
Institución Educativa “Virgen de Fátima” de Huari, en donde además cursó su
educación primaria de la mano de su entrañable Maestro Glicerio Trujillo
Agüero. En esta institución educativa, decana de las escuelas de nivel primaria de Conchucos, fue docente y luego de unos años fue también su director. Su desempeño
profesional brilla en la memoria de sus
alumnos, de sus colegas, padres de familia y comunidad en general.
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