"Dios bendiga a quien haya inventado el fútbol"
Paolo Rossi
Aquella noticia, me la comentó
el alcalde a manera de primicia, la misma que recibí con alegría, agradeciéndole sus buenos oficios y su interés.
No obstante, al correr el reguero de
aquel anuncio, ésta generó entusiasmo pero también incredulidad en algunos que luego se disiparía al salir el programa
general y anunciarse, para el día 06 de octubre de 1995, el gran encuentro de
fútbol entre “Los ex mundialistas” y “Las viejas glorias del fútbol huarino”. Así se
gestó y así comenzaba la historia de uno de los acontecimientos más
importantes del fútbol huarino. Las retinas de nuestro pueblo olvidado se
abrirían para recibir la luz de aquella constelación de estrellas futboleras de
la época dorada de nuestro balompié,
cuyo palmarés insuperable registra, nada menos, que
tres citas mundialistas y la “Copa América” de 1975.
El 06 de octubre, muy temprano,
Huari recibía, entre fulgurantes rayos
solares de primavera, a los ilustres invitados liderados, como en los viejos
tiempos, por Don Héctor Chumpitaz, “El
Granítico” o “Capitán de América”, como gusten nombrarlo o recordarlo. La comuna huarina se vestía de gala y el
pueblo paralizado en emociones se
desvivía en hospitalidad, cariño y gratitud. Allí estaban recorriendo las calles de Huari, derrochando
sencillez y humildad: Hugo “El Cholo”
Sotil, “El Doctor” Eloy Campos,
“Calidad” Risco, “El muerto” Gonzales, Andrés Zegarra, “La Bruja” Bonelli, Juan
José Oré, el “Chevo” Acasuzo, César
Adriazola, entre los más destacados. Parte de la leyenda del fútbol peruano
honraba a nuestra vieja ciudad y a su
gente. Nunca antes ocurrió aquello, el brillo sagrado de los gladiadores de mil
“batallas", gloriosas e irrepetibles, levantaba fulgores de emoción, y sus calidades de buenas personas se equilibraban y
complementaban con la inmensidad de su
calidades deportivas. Jugadores irreprochables dentro y fuera de la cancha.
El honorable ayuntamiento huarino me
había conferido el privilegio de reseñar
la trayectoria deportiva y homenajear al gran “Capitán de América” en el solemne evento de condecoración, de
manera que consideré necesaria hacer un aparte y conversar con él. Emocionado me dirigí al Restaurante de Amaranto donde
desayunaban los ex seleccionados, ahí estaba el mítico futbolista arropado por su esposa degustando
el desayuno huarino, le saludé con sumo respeto y cariño, hice lo mismo con
su amabilísima esposa, le explique el motivo de mi presencia -pedirle algunos datos relevantes
de su frondosa biografía deportiva- el
que aceptó con la sencillez que distingue a los grandes. La confianza que me infundiera,
propició una conversación similar a la de viejos conocidos. En verdad, no me
era tan necesaria tal conversación, lo confieso ahora, si lo hice, fue por una cuestión de orgullo y privilegio,
para contarlo y ufanarme de aquello algún día. No era necesaria, en el entendido que la biografía de un deportista de la talla
de él, suele navegar por todos los senderos de la patria y
el Mundo y, además, sin falsas vanaglorias pertenezco a esa legión de hinchas que durante su niñez y adolescencia, paraba prendido de
los programas deportivos de la
radio, y almacenó vasta información sobre el maravilloso universo del fútbol.
La ceremonia de condecoración,
presidida por el burgomaestre huarino, tuvo
diversos fulgores, los de la gratitud y
los de la memoria. El salón
consistorial de nuestra municipalidad provincial se vestía, como pocas veces,
de gala, de orgullo, y además dentro de un marco de emociones y afectos unánimes. El alcalde provincial de entonces entregaba la
medalla “Huari, Capital Ecológica del Perú”
a luminarias de las letras, del canto y del deporte: Héctor Chumpitaz,
La “Pastorita Huaracina”, Teófilo Maguiña y Don Gustavo Carrión Zavala Fue una sesión memorable que los anales de nuestra historia registraron
para evocarlo con orgullo y respeto. La
concurrencia masiva dentro y fuera del recinto histórico, con la avidez
incontenible de saludar a los homenajeados, pagaba con creces la formidable
iniciativa y tan notable actividad.
El partido estaba programado para las tres de
la tarde. Pocas veces vi al estadio de nuestro colegio, tan atiborrado de
publicó, y como nunca las “populares” también, bautizados como tales a las faldas
aledañas al riachuelo de Virá. No era para menos ya que el gran encuentro se
anunció también en los cercanos distritos de Chavín, San marcos, Masin y
Rahuapampa cuyas muchedumbres se volcaron
al viejo canchón de nuestro
glorioso “González Prada”. La tarde agrisada y la lluvia amenazante no fueron
óbices para coronar una tarde de glorias, de vítores y de anécdotas. La
“oncena” huarina, un combinado de viejas
y jóvenes glorias de nuestro balompié local de entonces, sucumbió ante la calidad
inconmensurable de los aún cuarentones y cincuentones mundialistas, indemnes aún en sus
facultades, en su energía, en su arte y temperamento. Fue un magno
espectáculo, una cátedra de fútbol, lo que
impartieron Chumpitaz y compañía; en un canchón hostil, inadecuado para la práctica del
futbol, se dieron maña para tocar la pelota con calidad y precisión, rotarla,
acariciarla y regalar al respetable tremenda faena. No escatimaron nada, ni se
quejaron de nada, ni siquiera de la lluvia, ni del lodo enojoso, llegaron a alegrar a un pueblo que nunca
imagino tenerlos en su casa.
Recuerdo algunos pasajes del partido, que valen para la reminiscencia
eterna: Un balón despejado a lo alto
para disputarlo con el “Granítico”, al que
dudé si encararlo o no, finalmente desistí al intento disuadido por su legendario y clásico salto
a “doble ritmo”. Me detuve
complacido a escasos centímetros de él, lo vi
elevarse como impulsado por un resorte para despejar el balón con
pulcritud y precisión, ante mi íntimo regocijo y la aclamación del respetable. La pelota cerca al área nuestra, el “Cholo” Sotil, que recibe el balón, la baja de pecho, levanta la cabeza entre la
maraña de defensores, casi sin posibilidad de entregarla al compañero,
inventa una genialidad, toca la
pelota, prácticamente la acaricia, la mima,
la roza y el balón tan obsecuente a la orden de los genios como él parte raudo
describiendo una trayectoria curvilínea cercana a los noventa
grados, que descoloca completamente a los marcadores y habilita al
formidable Juan José Ore que de un
certero “cañonazo” vence a nuestro buen
arquero “Puruksa”, la ovación del respetable no se hizo esperar, el gran “Cholo Sotil” dejaba constancia de su extraordinaria calidad
y así, entre el júbilo del respetable y
el cansancio a cuestas pidió su cambio y
se retiró como en sus viejos tiempos, como aquella tarde del 5 a 0 en el “Santiago Bernabéu” cuando el Barcelona
le infringió al Real Madrid tamaña goleada a domicilio, corrían
los últimos minutos del primer tiempo. No obstante a toda esa gama de toques,
gambetas, paredes y genialidades, si hay
una jugada que se recuerda con admiración y suele
evocarse con hilaridad, es el
carrerón de Andrés Zegarra, exactamente por el flanco izquierdo pegada a la tribuna, dejando regado a Oriol Asencios, nuestro marcador izquierdo, a quien el ex ariete blanquiazul superaba en edad por cerca de dos décadas. El intento
infructuoso de alcanzarlo y el estilo
zigzagueante de la saeta de ébano, aunque, siendo recuerdo, me permiten “saborearlo” con agrado y fruición.
Otros hechos, que no
necesariamente tienen que ver, ni con el arte, ni con el pundonor deportivo, se registraron aquella tarde memorable. La
primera, tiene que ver con el arbitraje:
Carlos Huerta “Millqui” y Rafael
Pantoja “Cuchi Limeño”, el primero, Juez
de línea y el segundo, Juez principal,
jamás olvidarán el “recital de versos” que les propinara Juan José Oré, quién al entender la
supuesta decisión equivocada de los dos
jueces reaccionó de no muy buena forma, mereciendo el llamado de atención y el
amago de una tarjeta amarilla. Sin embargo, al acercarse a reclamarle,
sus finos olfatos de goleador impenitente, percibieron también el aroma
inconfundible del tufo del réferi, coligiendo entonces que aquél carecía de sobriedad y no estaba capacitado para ni siquiera
amonestarlo, enviándole en el acto al quinto infierno en una sucesión de
recriminaciones, nada literarias, ni bíblicas. La reacción airada y altisonante del goleador obligó a los jueces a recurrir al “Granítico” solicitándole que invite a su jugador a la mesura y el
respeto, no obstante y casi simultáneamente el jugador de marras la emprendió nuevamente y le
sugirió a su capitán oler el “tufillo” del árbitro para entender mejor las causas de
su enojo (…)