“La libertad es como una cometa. Vuela porque está
atada.” José Luis Sampedro
Amanece en agosto en las inmediaciones del inmenso "Parque Nacional Huascarán". Y arriba
de “Jacabamba” se posan los nacientes rayos del sol en amaneceres, del mes eólico, limpios y claros velados ligeramente por el vapor que sube de la tierra y el humo ondulante que se levanta encima de los techos rojizos de las casas de
la comarca y los pajizos de las chozas. A lo lejos las campanas de la catedral
llaman a misa. Es la vida que comienza.
Agosto, mes de matices especiales con días de espléndido calor y atardeceres
fríos por la helada y los
profusos vientos. En este mes, preludio de la estación primaveral, los alumnos de los centros
educativos vuelan cometas. El cielo se
puebla de colores, estrellas
diurnas que unen al firmamento las
ilusiones de los niños por un fino hilo.
Es época, por tradición, en que
pelotones de estudiantes celebran
festivales de cometas en el
tradicional “Hatún Era”, señero cause
de torrentes de aire donde crecen hierbas silvestres a la sombra de
inmensos eucaliptos.
“Hatun Era”,
está ubicada en las inmediaciones del gigantesco “Tucuhuaganga”, que en los agostos,
desde otrora, recibe muchedumbres y guarda
sigiloso en sus repletas maletas hálitos infantiles, ojos soñadores, caritas
chaposas y sudores a raudales que
maquillaron y maquillan la faz de la infancia en las estribaciones de los andes.
Son las dos de la tarde y arde la tierra. Unos aplacan la sed con
refrescos preparados por sus padres, otros,
los más curtidos, se dedican
a verificar los mínimos detalles
de sus cometas: calculan el peso y tamaño de la cola, verifican algún forado
que pudiera ocasionar un siniestro o un “aterrizaje” prematuro y
forzado.
Las hay
de todas las formas y concepciones, unas hechas pobre y austeramente y otras
lujosas y suntuosas hechas con finos
papeles de colores. Sin embargo, todas unidas por el mismo viento y el mismo cielo. Allí están los
niños, alistando los ásperos ovillos de hilo que, algunos fueron sustraídos en secreto de los ágiles “huzos” de las abuelas o de algún armario donde yacen cual embriones de ponchos y frazadas. ¡Había
que ver su fortaleza! Resistentes como
el granito , capaces de cortar la mano
en dos al calor de la velocidad del
vuelo y de la fuerza eólica de agosto.
La competencia se inicia a la orden del Director.
Si el viento es favorable las elevan de inmediato,
y si no es así, en coro bullanguero
alzan sus voces suplicantes al Taita
de los vientos: “Taita Lorenzoooo…,
suelta tu vientooooooo… para mi
cometaaaaaa...” Aún no terminan de gritar las mágicas palabras, cuando el
querendón Lorenzo premia su fe,
regalándoles frenéticos torrentes de aire que cubren, en el acto, el límpido
celaje serrano de variopintas y alegres
cometas ante los ojos
soñadores de los niños.
Los benjamines, pequeños ellos, de los
primeros grados, tratan de imitar infructuosamente a los mayores. Multitud de cometas de diferentes formas y colores:
Aviones, estrellas y cohetes a la luna,
entre otras, se avistan en el límpido
firmamento. Unos bien ornados y ataviados parecen ser los favoritos, algunos, defraudan desde el despegue y van cayendo enredados en las frondas movedizas de los árboles entristeciendo a sus dueños y arruinando sus ilusiones. Los más expertos y
avezados se ubican en el lugar más
apropiado y eligen el momento preciso,
de manera, que a medida que pasan
los minutos se divisan en el firmamento constelaciones de cometas flotando entre los manotazos de
viento y unidas a la tierra por un pensamiento invisible. Vuelan en frenética carrera con sus pilotos en tierra
que observan desesperados cómo sus manos se enrojecen formando ampollas
por la fricción del hilo y la velocidad
del viento. ¡Las madejas se hacen humo! Los que lo han perdido todo no les queda más que auxiliar y vitorear a sus compañeros de
sección.
La competencia en curso se prolonga por horas y largos minutos. Las más lejanas, ya no se pueden distinguir
a simple vista, parecen ganar la
estratosfera. Son pocas las que se avistan,
apenas seis, la mayoría de ellas
piloteadas por alumnos de grados superiores.
Despojos de decenas de cometas convertidos en añicos de papel, colgando
de los árboles u oscilando en las
pendientes de los ásperos riscos dan fe
de lo bulliciosa, y concurrida
competencia. Se puede perder, pero luchando, caer en el intento vale más que no intentarlo.
Los minutos pasan frenéticos como el viento y los pocos competidores luchan con denuedo para no quedar fuera de combate, tratando de sobrevivir con su cada vez más famélico arsenal. Unos, obligados por la carencia
y abrumados de tristeza, las dejan partir al límpido e ilimitado espacio. No tienen otra alternativa.
Ahora quedan sólo dos, uno del Cuarto Grado y el otro del Sexto
Grado. Porfían con la raleada visibilidad de
la moribunda tarde andina.
Sueltan y sueltan y la fuerza voraz
consume las madejas de hilo que se elevan
cual avellanas en las noches
festivas de octubre. Entre tanto, ya
asoman las rutilantes
luciérnagas planeando las mustias
cementeras. El único guía, capaz de ver aún es
“Tucu”, alumno del cuarto grado,
debe su apodo a su gran capacidad
visual. Cuentan sus compañeros que es capaz de otear a los zorros y pumas acechando a los ganados en el totémico “Llamoj”;
y en las noches más tenebrosas observar
sin problema alguno cualquier
objeto y caminar cómodamente entre la
oscuridad.
“Tucu”,
señala la ubicación de las cometas, los demás, aguzan
la mirada e intentan tambien ubicarlas. Ya partieron muchas
madejas ¡increíble! Ya acaricia
la joven noche y en las
faldas del majestuoso “Llamoj Jirca” se
agitan llamaradas y arden las pasturas, práctica ancestral contaminante,
mal entendida como beneficiosa para los terrenos agrícolas y siembras venideras, que ya fue superada por la civilización
Ya no queda más que dos alumnos en
competencia, el del Cuarto Grado, exhausto
pero orgulloso también
deja partir su estrella viajera, Rendido por el vértigo del viento y el dolor de sus manos maltratadas se acostó
entre algunos pajillos contemplando el infinito. Mateo, del Sexto Grado, el
épico sobreviviente “quema sus últimos cartuchos”, entre tanto el firmamento se cubre de estrellas:
-
¡Allí
esta!, gritan en coro.
-
¿Dónde,
Dónde? Preguntan otros
-
No son
cometas, son estrellas que ya comienzan a pasear por los cielos. Aclara el Tucu.
El Final se acerca, la cuenta regresiva empezó.
El diestro piloto, con sus manos estropeadas y encallecidas, no deja de mirar en dirección al objetivo.
“Tucu”, su fiel ayudante, ubicado a su diestra, le precisa de rato en rato la ubicación. No queda más que unos segundos para el desenlace. La última madeja
se consume raudamente.
Llega la noche con su cielo pleno de
estrellas, y con ella,
llega también el final del evento. El
alumno ganador rodeado por sus
compañeros y maestros, quedose por unos
segundos cual estatua con sus manos entumecidas por lo dilatada jornada y por el frío de la
noche. “Tucu”, entre tanto, intenta seguir el trayecto de la cometa. Solo él puede
ver, y mejor en la noche. Sin embargo,
ahora parece flaquear, repliega el ceño,
apunta el objetivo con su
privilegiada retina, su esfuerzo se hace evidente como también su
impotencia.
-Ya se ocultó tras los cerros- Sentencia con resignación - Mañana
aterrizará tras la cordillera blanca –
concluye rendido el leal compañero.
- ¡Es increíble! ¿Será
posible eso? Murmuran los presentes.
- Así es. Confirma lacónico
el Maestro.
Mientras el ganador es felicitado por sus compañeros y maestros, la luna, con su cara risueña se levanta por el oriente. Mateo emocionado se abraza con cada uno de ellos, la proeza y el esfuerzo justifican los vítores y congratulaciones. La tensión y las largas horas de vuelo han minado sus fuerzas, sus ojos hundidos y su faz pálida así lo revelan.
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